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cinturón de cuerda trenzada.<br />
Frau Krebs, cuya cara estaba llena de capilares reventados, lo que daba a sus<br />
mejillas un color sonrosado, condujo a Lili a la parte trasera de la clínica, donde<br />
descansaría durante el resto de la semana. En el cuarto había una cama y un escabel<br />
de tubo metálico para reposar los pies. Frau Krebs descorrió la cortina amarilla de la<br />
ventana. <strong>La</strong> habitación daba a un pequeño parque que descendía hasta un campo que<br />
se extendía al borde del Elba. En invierno el río era color azul acero, y Lili vio a los<br />
marineros encogerse de frío en sus sobretodos en la cubierta de un carguero.<br />
—Estará a gusto aquí —le dijo Frau Krebs.<br />
En el cielo las nubes se movían, y de repente se abrió un claro entre ellas. Una<br />
columna de luz cayó sobre el Elba y dibujó en el agua, delante del carguero, un nítido<br />
círculo tan dorado como el collar que ceñía el cuello de Lili.<br />
Frau Krebs carraspeó:<br />
—El profesor Bolk me dijo que vendría —dijo—, pero se le olvidó darme su<br />
nombre. Muy propio de él.<br />
—Lili.<br />
—¿Lili qué?<br />
En el cielo se abrió un gran boquete azul pálido al moverse otra nube, el río se<br />
iluminó y los marineros, envueltos en sus sobretodos, levantaron la vista. Lili pensó<br />
conteniendo el aliento, y dijo al cabo:<br />
—Elbe. Lili Elbe.<br />
Esa tarde Lili bajó a tomar el té al jardín de invierno. Se sentó en una silla<br />
metálica y no tardó en sentir el sol en su rostro a través del cristal. El día se había<br />
aclarado y ahora el cielo estaba azul. El sol había calentado la solana lo suficiente<br />
para empapar el aire del aroma húmedo de los helechos retorcidos y la hiedra que<br />
subía por las paredes. El jardín de invierno daba al Elba, y el viento que había<br />
despejado las nubes hacía cabrillear ahora al río. <strong>La</strong>s olitas recordaron a Lili el<br />
Kattegat y los cuadros que Einar había pintado del mar invernal. Años atrás, Lili solía<br />
sentarse en la silla de asiento de cuerda de la Casa de las Viudas y contemplaba<br />
interminablemente los cuadros de Einar. Los contemplaba con una sensación de<br />
lejanía, como si los hubiese pintado algún antepasado de quien se sintiese vagamente<br />
orgullosa.<br />
Durante la semana, Lili se levantaba tarde; era como si cuanto más reposase, tanto<br />
más cansada se sintiese. Por las tardes bajaba a tomar té con tarta al jardín de<br />
invierno. Se sentaba en una silla metálica, con la taza de té en equilibrio sobre la<br />
rodilla, y saludaba tímidamente con la cabeza a las otras <strong>chica</strong>s, que se reunían allí<br />
para cotillear. De vez en cuando, alguna de ellas se echaba a reír tan alto que llamaba<br />
su atención: veía un círculo de <strong>chica</strong>s, <strong>chica</strong>s jóvenes, con el pelo bastante largo y los<br />
vientres prominentes, con distintos grados de hinchazón, bajo la bata de reglamento<br />
de la clínica, ceñida con un cinturón de cuerda trenzada. <strong>La</strong> mayor parte de las<br />
internas estaban en la clínica por esa razón, como Lili sabía muy bien; y las<br />
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