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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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cinturón de cuerda trenzada.<br />

Frau Krebs, cuya cara estaba llena de capilares reventados, lo que daba a sus<br />

mejillas un color sonrosado, condujo a Lili a la parte trasera de la clínica, donde<br />

descansaría durante el resto de la semana. En el cuarto había una cama y un escabel<br />

de tubo metálico para reposar los pies. Frau Krebs descorrió la cortina amarilla de la<br />

ventana. <strong>La</strong> habitación daba a un pequeño parque que descendía hasta un campo que<br />

se extendía al borde del Elba. En invierno el río era color azul acero, y Lili vio a los<br />

marineros encogerse de frío en sus sobretodos en la cubierta de un carguero.<br />

—Estará a gusto aquí —le dijo Frau Krebs.<br />

En el cielo las nubes se movían, y de repente se abrió un claro entre ellas. Una<br />

columna de luz cayó sobre el Elba y dibujó en el agua, delante del carguero, un nítido<br />

círculo tan dorado como el collar que ceñía el cuello de Lili.<br />

Frau Krebs carraspeó:<br />

—El profesor Bolk me dijo que vendría —dijo—, pero se le olvidó darme su<br />

nombre. Muy propio de él.<br />

—Lili.<br />

—¿Lili qué?<br />

En el cielo se abrió un gran boquete azul pálido al moverse otra nube, el río se<br />

iluminó y los marineros, envueltos en sus sobretodos, levantaron la vista. Lili pensó<br />

conteniendo el aliento, y dijo al cabo:<br />

—Elbe. Lili Elbe.<br />

Esa tarde Lili bajó a tomar el té al jardín de invierno. Se sentó en una silla<br />

metálica y no tardó en sentir el sol en su rostro a través del cristal. El día se había<br />

aclarado y ahora el cielo estaba azul. El sol había calentado la solana lo suficiente<br />

para empapar el aire del aroma húmedo de los helechos retorcidos y la hiedra que<br />

subía por las paredes. El jardín de invierno daba al Elba, y el viento que había<br />

despejado las nubes hacía cabrillear ahora al río. <strong>La</strong>s olitas recordaron a Lili el<br />

Kattegat y los cuadros que Einar había pintado del mar invernal. Años atrás, Lili solía<br />

sentarse en la silla de asiento de cuerda de la Casa de las Viudas y contemplaba<br />

interminablemente los cuadros de Einar. Los contemplaba con una sensación de<br />

lejanía, como si los hubiese pintado algún antepasado de quien se sintiese vagamente<br />

orgullosa.<br />

Durante la semana, Lili se levantaba tarde; era como si cuanto más reposase, tanto<br />

más cansada se sintiese. Por las tardes bajaba a tomar té con tarta al jardín de<br />

invierno. Se sentaba en una silla metálica, con la taza de té en equilibrio sobre la<br />

rodilla, y saludaba tímidamente con la cabeza a las otras <strong>chica</strong>s, que se reunían allí<br />

para cotillear. De vez en cuando, alguna de ellas se echaba a reír tan alto que llamaba<br />

su atención: veía un círculo de <strong>chica</strong>s, <strong>chica</strong>s jóvenes, con el pelo bastante largo y los<br />

vientres prominentes, con distintos grados de hinchazón, bajo la bata de reglamento<br />

de la clínica, ceñida con un cinturón de cuerda trenzada. <strong>La</strong> mayor parte de las<br />

internas estaban en la clínica por esa razón, como Lili sabía muy bien; y las<br />

www.lectulandia.com - Página 183

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