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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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un hombre tan convencido de ser mujer, que había comenzado a llamarse a sí mismo<br />

Sieglinde Tannenhaus, hasta cuando iba vestido de hombre. Era cobrador del tranvía<br />

que iba de Wolfnitz a Klotsche, e insistía en que le diesen el tratamiento de señorita.<br />

Ninguno de los pasajeros entendía la razón, se limitaban a mirar sorprendidos a aquel<br />

hombre de uniforme azul y corbata negra, sin comprender lo que quería decir.<br />

—El caso es que el hombre desapareció la mañana en que iba a operarlo —<br />

explicó el profesor Bolk—, desapareció de su habitación de la clínica, y sin que Frau<br />

Krebs le viera, cosa de verdad difícil. Y no volvió. Regresó a su trabajo, en el tranvía,<br />

pero ahora iba vestido con la versión femenina del uniforme de cobrador, o sea, una<br />

falda azul oscuro con un cinturón de lona.<br />

El camarero se acercó para llenarles las copas. Einar se daba cuenta de lo que<br />

quería decirle el profesor. <strong>La</strong> hoja curva del cuchillo de pescado reflejaba la luz del<br />

candelabro de la mesita que había a sus espaldas. Se dijo que lo suyo sería una<br />

especie de intercambio. Le cambiaría la carne esponjosa que le colgaba entre las<br />

piernas por alguna otra cosa.<br />

Fuera, el Elba fluía oscuramente, y un barco de ruedas, lleno de luces, pasaba por<br />

debajo del puente de Augusto. El profesor Bolk dijo:<br />

—Me gustaría empezar la semana próxima.<br />

—¿<strong>La</strong> semana próxima? ¿No puede empezar antes?<br />

—No, tendrá que ser la semana próxima. Quiero que ingrese en la clínica,<br />

descanse y gane algo de peso. Necesito que esté lo más fuerte posible. No podemos<br />

arriesgarnos a que haya infección.<br />

—¿Una infección de qué? —preguntó Einar, pero entonces el camarero se acercó<br />

de nuevo a su mesa y con sus manos venosas la despejó de platos y de cuchillos de<br />

pescado y luego la limpió de migas con un cepillito de mango de plata.<br />

Einar volvió en taxi al Horitzisch. <strong>La</strong> prostituta de la habitación contigua había<br />

salido, de modo que pudo dormir muy bien; sólo se agitaba un poco cada vez que<br />

algún tren entraba chirriando en la estación. Cuando se levantó, al amanecer, fue a<br />

bañarse al cuarto de baño que había pasillo abajo, que tenía la puerta rajada y carecía<br />

de calefacción. Se puso una falda marrón, la blusa blanca de cuello de encaje, una<br />

gruesa chaqueta de lana y un sombrerito ladeado en la cabeza. Su aliento empañaba el<br />

espejo, que mostraba su pálido rostro. Entraría en la clínica como Lili, y Lili era<br />

quien saldría de la clínica avanzada la primavera. Esto no era una decisión, sino la<br />

simple progresión de los acontecimientos. En el cuarto de baño del Hotel Horitzisch,<br />

entre el estridente rechinar de los trenes que entraban rugiendo en la estación, que se<br />

filtraba por las rendijas de la puerta, Einar Wegener cerró los ojos, y, cuando los<br />

abrió, era Lili.<br />

Cuando llegó a la clínica, Frau Krebs rellenó los formularios de ingreso y le ordenó<br />

que se pusiese una de las batas blancas de la clínica, ceñidas a la cintura por un<br />

www.lectulandia.com - Página 182

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