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habitación; sus zapatos negros rechinaban al andar. Entregó al profesor una carpeta.<br />
Bolk llevaba gafas de montura de oro que reflejaban la luz del techo y ocultaban el<br />
color de sus ojos. Era alto, más joven de lo que había pensado Einar y bien parecido.<br />
En seguida comprendió por qué le había caído bien a Greta: sus manos eran tan<br />
ágiles, y su nuez tan ligera, que, cuando hablaba, Einar se quedaba como hipnotizado<br />
por los movimientos de las manos que cortaban el aire como pájaros y aterrizaban en<br />
la esquina de la mesa, donde sus papeles estaban clasificados en tres cajas de madera,<br />
y también por la punta de su nuez, que puntuaba sus frases como el pico persistente<br />
de un pájaro carpintero.<br />
El profesor Bolk dijo a Einar que se desnudase y se subiese a la báscula. Apoyó<br />
con fría firmeza el estetoscopio contra su pecho.<br />
—Tengo entendido que es usted pintor —dijo, y prosiguió—: Está usted muy<br />
delgado, señor Wegener.<br />
—Es que casi no tengo apetito.<br />
—¿Por qué? —el profesor, al decir esto, cogió un lápiz que llevaba en la oreja y<br />
tomó una nota en un papel de la carpeta.<br />
—Pues no lo sé.<br />
—¿No intenta comer, aunque no tenga hambre?<br />
—A veces es difícil.<br />
Einar recordó las náuseas del año anterior. Al despertarse en el apartamento lleno<br />
de sol, el estómago le dolía como si la noche anterior hubiera recibido una sesión de<br />
rayos X del doctor Hexler. Y se había acostumbrado a poner un orinal junto a la<br />
cama, que Greta vaciaba por las mañanas sin decir nunca una sola palabra de queja o<br />
lástima, limitándose a acariciarle suavemente en la frente.<br />
El consultorio del profesor Bolk tenía azulejos verdes hasta la mitad de las<br />
paredes. En el espejo que había sobre el lavabo, Einar veía el verde reflejado en su<br />
rostro, y pensó, de pronto, que debía de ser la persona más enferma de la Clínica<br />
Municipal de Mujeres de Dresde, porque la mayor parte de las que acudían a ella no<br />
estaban enfermas, sino, más bien, deseosas de librarse de las consecuencias de una<br />
sola noche pasada con un apuesto muchacho a quien ya nunca más volverían a ver.<br />
—Cuénteme lo que pinta —le dijo el profesor Bolk.<br />
—Poca cosa, últimamente.<br />
—¿Y eso por qué?<br />
—A causa de Lili —se arriesgó a decir Einar.<br />
Era la primera aparición de Lili en la conversación, y Einar se preguntó qué sabría<br />
de ella el profesor Bolk: ¿habría oído hablar de la bonita <strong>chica</strong> de cuello como un<br />
tallo de flor que estaba tratando de salir de la piel reseca y enferma de Einar?<br />
—¿Le ha hablado su mujer de mis planes? —le preguntó el profesor.<br />
Los azulejos verdes y la áspera luz que llegaba del techo teñían de color verde<br />
oliva el rostro del profesor Bolk; sus mejillas tenían el tono carnoso de la masa de<br />
pan. ¿Sería que la piel de Einar se había vuelto de veras ligeramente verde? Einar se<br />
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