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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Cincuenta pfennigs.<br />

El río parecía entre pardusco y grisáceo, y el agua estaba picada. Einar entregó al<br />

hombre la moneda de aluminio y bronce.<br />

Terminó de beber la sidra y devolvió el vaso al hombre, que lo limpió con el<br />

faldón de su camisa.<br />

—Que usted lo pase bien, señor —le dijo mientras se marchaba tirando de su<br />

carrito.<br />

Einar lo miró, y vio a sus espaldas las fachadas de piedra amarilla y los tejados<br />

verdes de cobre de los grandes edificios rococó de Dresde, una de las ciudades más<br />

bellas que había visto en su vida: el Albertinum, la iglesia de la Virgen con su cúpula,<br />

la Grünes Gewölbe, la elegante plaza que se extendía delante de la ópera, y pensó que<br />

era un hermoso telón de fondo para el hombrecillo que tiraba de su carrito de<br />

bratwurst. Sobre la ciudad el cielo era de peltre y amenazaba tormenta. Einar se<br />

sentía frío y cansado, y, al levantarse para irse de la terraza de Brühlsche, tuvo la<br />

impresión de que su pasado se separaba de él y se alejaba.<br />

Pasaron otros dos días antes de que el profesor Bolk le enviase recado de que<br />

podía recibirlo, y Einar volvió a la Clínica Municipal de Mujeres una luminosa<br />

mañana en que las aceras de la ciudad estaban húmedas y relucientes. De día, la<br />

clínica parecía más grande, un palacete color crema con ventanas arqueadas y un<br />

reloj en el alero. Estaba emplazada en un pequeño parque lleno de robles, abedules,<br />

sauces y acebos.<br />

Frau Krebs le hizo pasar; lo acompañó por un largo pasillo de suelo de caoba<br />

negro y bien encerado. Había puertas a ambos lados, y Einar levantó los ojos y se<br />

sintió violento a causa de la curiosidad que lo inducía a mirar en el interior de cada<br />

estancia. A un lado del pasillo todas las habitaciones eran soleadas y tenían camas<br />

gemelas junto a las ventanas, con los edredones esponjados como sacos de harina.<br />

—<strong>La</strong>s <strong>chica</strong>s están ahora en el jardín de invierno —le dijo Frau Krebs.<br />

En la nuca, justo debajo del pelo, tenía una marca de nacimiento que semejaba los<br />

restos de un poco de mermelada de frambuesa.<br />

<strong>La</strong> clínica, le informó Frau Krebs, que iba un paso por delante de él, tenía treinta<br />

y seis camas. Arriba estaban los departamentos de cirugía, medicina interna y<br />

ginecología. Le señaló un pabellón que había al otro lado del patio, con un letrero<br />

sobre la puerta que decía: PATOLOGÍA.<br />

—El departamento de patología es nuestra última adquisición —le dijo, con<br />

orgullo, Frau Krebs—. Es allí donde el profesor Bolk tiene su laboratorio.<br />

Era un edificio cuadrado de estuco amarillo que hizo pensar a Einar, aunque se<br />

avergonzó de ello, en la cicatriz de viruela de Greta.<br />

Su primer encuentro con el profesor Bolk fue breve.<br />

—He hablado con su mujer —comenzó el profesor.<br />

Einar, que se sentía acalorado embutido en su traje y su camisa de cuello<br />

almidonado, que le apretaba, se tendió en la camilla. Frau Krebs entró en la<br />

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