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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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El resto del viaje careció de incidentes. Greta le había preguntado si quería que<br />

fuese con él. Einar pensó que la había ofendido al decirle que no.<br />

—Pero ¿por qué no? —le preguntó.<br />

Estaban en la sala de estar de la casita, y Einar no contestó. Le resultaba duro<br />

decirlo, pero pensaba que no iba a tener el valor de lanzarse a aquella aventura si<br />

estaba en compañía de Greta, porque ésta le recordaría demasiado su vida anterior en<br />

común. Los dos, se repetía Einar, habían sido felices. Habían estado enamorados. Y si<br />

ella lo acompañaba, temía no sentirse capaz de acudir a la cita que tenía concertada<br />

con el profesor Bolk. Quizás, de haber ido juntos, le hubiese propuesto cambiar de<br />

tren en Francfort y dirigirse hacia el sur, de nuevo a Menton, donde la reluciente luz<br />

del sol y el mar eran capaces de hacer que todo pareciese menos complicado.<br />

Mientras le decía: «No, iré solo», casi sentía el olor de los limoneros del parque que<br />

se extendía delante del Casino Municipal. También era posible que, de haber ido con<br />

Greta, a medio camino hubiese decidido huir para dirigirse, junto con ella, a<br />

Bluetooth, donde ahora una familia que no era la suya vivía en la granja y trabajaba<br />

los campos, a fin de enseñarle la que había sido su habitación, con la cama con el<br />

colchón de pluma cada día más delgado y junto a la cual, en la pared había dibujos de<br />

Hans y Einar dormidos sobre una roca, y la cocina con la mesa de patas<br />

desconchadas, debajo de la cual se escondía Einar cuando su padre le decía a su<br />

abuela: «Tráeme más té, si no quieres que me muera.»<br />

Antes de irse de París, Carlisle le había preguntado si se daba cuenta cabal de lo<br />

que le esperaba.<br />

—¿Eres plenamente consciente de lo que Bolk se propone hacer contigo?<br />

<strong>La</strong> verdad era que Einar no conocía los detalles. Sabía que Bolk iba a<br />

transformarlo, pero le costaba muchísimo trabajo imaginarse cómo. Habría una serie<br />

de intervenciones quirúrgicas, eso era evidente. Le extirparían el sexo, que cada vez<br />

más le parecía un inútil parásito, una oscura verruga.<br />

—Sigo pensando que quizás sería mejor que te tratase Buson —insistía Carlisle.<br />

Pero Einar se mostraba firme en preferir el plan de Greta; de noche, cuando todo<br />

el mundo estaba dormido, menos ellos dos, quietos bajo las sábanas, enlazados por el<br />

dedo meñique, Greta seguía siendo la persona de quien más se fiaba en este mundo.<br />

—Déjame que te acompañe —insistió Greta, una vez más, mientras cogía la<br />

mano de Einar y se la llevaba al pecho—, no deberías pasar por todo eso tú solo.<br />

—Pero es que únicamente puedo enfrentarme con ello si estoy solo. Si no… —<br />

Hizo una pausa—. Si no, me sentiré demasiado avergonzado.<br />

De modo que Einar hizo el viaje solo. Veía su reflejo en la ventanilla. Tenía el<br />

rostro pálido y delgado en torno a la nariz. Le recordaba el de un ermitaño que llevase<br />

muchos años sin mirar por la ventana de su choza para ver qué había más allá.<br />

Enfrente, sobre el asiento, estaba el Frankfurter Zeitung, que había dejado al<br />

levantarse para bajar del tren una señora que llevaba una criatura. En el periódico<br />

aparecía la nota necrológica de un hombre que había ganado una fortuna haciendo<br />

www.lectulandia.com - Página 165

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