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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Lo siento —dijo Teddy.<br />

—¿Qué es lo que sientes?<br />

—Dejarte.<br />

—¡Pero no me vas a dejar!<br />

—Y también siento pedirte lo que quiero que hagas —añadió.<br />

—¿Qué quieres que haga? ¿De qué estás hablando?<br />

Greta sintió un golpe de pánico que se le extendía por la espalda. <strong>La</strong> habitación<br />

estaba calurosa a causa de los efluvios de la enfermedad. Pensó que quizá debería<br />

abrir una ventana, para que el pobre Teddy respirara un poco de aire fresco.<br />

—¿Me ayudarás?<br />

—¿A qué?<br />

Greta no comprendía lo que quería decir Teddy, y se preguntó si debería llamar a<br />

Richardson y decirle que estaba delirando. Mala señal, diría el médico, gravemente,<br />

desde el otro extremo de la línea telefónica.<br />

—Coge esa almohada…, la de goma. Pónmela sobre la cara, sólo un momento.<br />

No hará falta mucho tiempo.<br />

Greta se quedó inmóvil. Ahora comprendía. Una última petición de su marido, a<br />

quien ella quería complacer más que ninguna otra cosa en este mundo. Más que<br />

ninguna otra cosa, deseaba que Teddy se fuese de este mundo enamorado de ella, y<br />

que su último recuerdo de ella estuviese lleno de gratitud. En la mecedora había una<br />

almohada de goma, y Teddy estaba tratando de levantar la mano para señalársela.<br />

—Pónmela contra la cara sólo unos minutos, un minuto o dos —dijo—. Así será<br />

más fácil.<br />

—¡Oh, Teddy! —protestó Greta—. No puedo hacerlo. El doctor Richardson<br />

vendrá mañana. Espera hasta entonces. Deja que te eche una ojeada. A lo mejor sabe<br />

cómo curarte. Procura resistir hasta entonces. ¡Deja de hablar de la almohada! ¡Por<br />

favor, deja de señalarme la almohada!<br />

El sudor le corría por la espalda y formaba una mancha en la blusa, bajo los<br />

pechos. Se sentía como si tuviese fiebre, y sentía las sienes y la frente sudorosas.<br />

Abrió la ventana y aspiró el aire fresco. <strong>La</strong> almohada era negra, con gruesos<br />

rebordes, y olía como una llanta de goma. Teddy seguía señalándola.<br />

—Sí —dijo—, tráela aquí.<br />

Greta la tocó; la goma era gruesa, como la de las botellas para agua caliente.<br />

Estaba lacia, llena de aire sólo hasta la mitad.<br />

—Greta, querida mía…, una última cosa. Apriétamela contra la cara. Ya no puedo<br />

resistir más.<br />

Greta cogió la almohada y se la abrazó contra los pechos. Sintió un intenso olor a<br />

goma. No podía hacerlo. ¡Qué forma más horrible de morir, debajo de aquel objeto<br />

maloliente, sintiendo los pulmones llenos de aquel olor a goma justo antes de morir!<br />

Peor que lo que de veras iba a acabar con él, se dijo mientras tocaba el borde elástico<br />

de la almohada. Peor aún que cualquier cosa que pudiere imaginar. No, no podía<br />

www.lectulandia.com - Página 161

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