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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Greta no quería contradecir a Teddy; y, sobre todo, no quería herirlo diciéndole<br />

que sabía lo que le convenía mejor que él. Así era como pensaba comportarse en<br />

aquel asunto, de modo que toleraba cortésmente la presencia del doctor Hightower<br />

cuando realizaba sus visitas diarias. El médico siempre tenía prisa, y con frecuencia<br />

no llevaba los papeles que debía en el sobre color beige que le asomaba siempre bajo<br />

el brazo. Era un hombre larguirucho, con el pelo de un rubio sucio, como café muy<br />

claro. Procedía de Chicago, y había algo en las puntas de sus extremidades —de su<br />

nariz, de sus orejas, de sus dedos nudosos— que daba la impresión de que estaban<br />

medio congeladas.<br />

—¿Qué tal se siente hoy? —solía preguntar el doctor Hightower.<br />

—Un poco mejor —decía Teddy, que tal vez se lo creía de verdad, o tal vez no<br />

consideraba conveniente responder cualquier otra cosa.<br />

El doctor Hightower asentía entonces y comprobaba algo en un diagrama que<br />

traía entre sus papeles. Greta se excusaba diciendo que tenía que hacer una llamada a<br />

la casa desde la que se dirigían los naranjales, donde se esperaba de un momento a<br />

otro a un contingente de peones procedentes de Tecate. Y con el teléfono, en la<br />

habitación de las enfermeras, bien apretado contra la oreja, llamaba a Richardson y le<br />

decía solamente: «Está cada vez peor.»<br />

<strong>La</strong> madre de Greta solía visitar a Teddy por las tardes, cuando éste se sentía<br />

mejor. Greta y Teddy permanecían sentados en silencio mientras la señora Waud<br />

hablaba y hablaba sobre la conveniencia de abrir la casa de la playa de Del Mar, o<br />

sobre el telegrama del padre de Greta, que les informaba, más entusiasta que los<br />

periódicos, sobre el inminente fin de la guerra. Greta esperaba en silencio que su<br />

madre interviniese de la única forma que hubiese sido eficaz: descubriendo la cama y<br />

forzando a Teddy a bajarse de ella para tomar un baño caliente de sales minerales y<br />

llevándole a los labios una taza de té reforzado con bourbon y por último animándolo<br />

diciéndole: «¡Bueno, hale, y ahora a ponerte bien se ha dicho!». Cuando menos, eso<br />

es lo que Greta esperaba de todo corazón que hiciese. Pero la señora Waud nunca lo<br />

hacía. Lo que hacía era dejar a Teddy en manos de Greta. Se ponía los guantes al final<br />

de la visita y luego besaba a Teddy en la frente a través de la máscara y se limitaba a<br />

decir:<br />

—<strong>La</strong> próxima vez que venga, quiero verte levantado.<br />

Entrecerraba los ojos y miraba a Greta. En el pasillo, fuera de la estancia, la<br />

señora Waud se quitaba la máscara y decía:<br />

—Cerciórate de que le den el mejor cuidado posible, Greta.<br />

—No quiere que lo trate Richardson.<br />

—Pues es quien debería tratarlo.<br />

Y Greta entonces telefoneaba a Richardson, para darle las últimas noticias del<br />

estado de Teddy.<br />

—Sí, ya sé —respondía Richardson—, he consultado con el doctor Hightower. Si<br />

quiere que le diga la verdad, no sé si me sería posible hacer algo por él. Tendremos<br />

www.lectulandia.com - Página 159

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