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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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últimos seis meses. El doctor McBride le había pesado, y cuando Einar vio los<br />

pequeños pesos negros deslizarse hacia la izquierda, se dijo que ya no podía pesar<br />

mucho más que cuando era un muchacho. Einar había empezado a notarse un color<br />

extraño en la piel: era un gris azulenco, como el del cielo al amanecer, como si su<br />

sangre estuviera, de alguna manera, circulando más despacio. Y notaba también una<br />

debilidad que le hacía perder el mundo de vista en cuanto corría unos pasos, o cuando<br />

le sorprendía un ruido súbito y cortante, como el frenazo inesperado de un automóvil.<br />

Y la hemorragia, que Einar solía temer y al mismo tiempo desear. Cuando notaba su<br />

primer aviso, en el labio o entre las piernas, se sentía mareado. Aunque nadie se lo<br />

había dicho, sabía que era consecuencia de que por dentro era mujer. Lo había leído:<br />

los órganos femeninos ocultos del hermafrodita sangran de forma irregular, como a<br />

modo de protesta.<br />

El doctor Mai resultó ser una persona agradable. Tenía el pelo oscuro y llevaba<br />

una corbata amarilla que era curiosamente parecida a la de Carlisle. Los dos lo<br />

notaron y se rieron. Y luego, el doctor Mai llevó a Einar a una pequeña habitación.<br />

Era una habitación con azulejos y una ventana que daba al parque plantado de<br />

sicómoros a través de una reja de hierro. El doctor Mai descorrió una pesada cortina<br />

verde y dejó al descubierto una camilla.<br />

—Haga el favor de sentarse —le dijo mientras cogía una tablilla con<br />

sujetapapeles de la mesa— y explicarme las causas de su visita.<br />

Estaba apoyado contra un armario acristalado, con la tablilla sujetapapeles contra<br />

el pecho, y asentía a medida que Einar le iba explicando el problema de Lili. En una o<br />

dos ocasiones, el doctor Mai se ajustó el nudo de la corbata. De vez en cuando<br />

tomaba alguna nota.<br />

—<strong>La</strong> verdad es que no sé qué tipo de ayuda necesito —dijo Einar—, pero me doy<br />

cuenta de que no me va a ser posible seguir viviendo mucho tiempo así.<br />

—¿Cómo?<br />

—Pues así, sin saber quién soy en realidad.<br />

En este punto el doctor Mai dio por concluida la entrevista. Se excusó y salió,<br />

dejando a Einar echado sobre la camilla acolchada con los pies meciéndose en el aire.<br />

Fuera, en el parque, una enfermera acompañaba a un joven que vestía pijama a rayas<br />

y llevaba la bata abierta. El joven tenía barba, y al andar mostraba cierta fragilidad,<br />

como si no pudiera andar sin la ayuda de la enfermera, cuyo delantal le llegaba a los<br />

pies.<br />

Cuando volvió el doctor Mai, le dijo:<br />

—Muchas gracias por su visita.<br />

Y, sin más, le estrechó la mano y lo condujo adonde esperaba Carlisle.<br />

De vuelta a París, Carlisle y Einar pasaron bastante tiempo sin decirse nada. Einar<br />

observaba la mano de Carlisle en la palanca de cambios, y éste tenía la vista fija en la<br />

carretera. Finalmente, dijo:<br />

—El médico ese quería ingresarte en el hospital.<br />

www.lectulandia.com - Página 143

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