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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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con el médico adecuado. Eso es todo. Resulta que el doctor McBride no comprende<br />

tu problema. Bueno, ¿y qué? No quiere eso decir que vayas a tener que rendirte.<br />

—¿Por qué haces esto?<br />

—Porque es evidente que no eres feliz.<br />

—Sí, es verdad, pero ¿por qué?<br />

—Por Greta.<br />

Unos días más tarde, Carlisle llevó a Einar al Établissement Hydrothérapique, un<br />

hospital conocido por su especialización en enfermedades nerviosas. El hospital<br />

estaba en la parte de Meudon, escondido de la carretera tras un bosquecillo de<br />

sicómoros. A la puerta había un empleado, que metió la cara en el coche y preguntó a<br />

quién querían ver.<br />

—Al doctor Christophe Mai —dijo Carlisle.<br />

El empleado los miró y se mordió el labio. Les tendió una tablilla con<br />

sujetapapeles para que firmasen la entrada.<br />

El hospital era un edificio nuevo, una gran caja de cemento y cristal. Estaba<br />

sombreado por más sicómoros y árboles con el tronco lleno de cicatrices. <strong>La</strong>s<br />

ventanas estaban protegidas por rejas de acero en el piso bajo, y sus candados<br />

relucían al sol.<br />

Tuvieron que firmar otro impreso en el vestíbulo y otro más cuando llegaron, por<br />

fin, al despacho del doctor Mai. Una enfermera con el cabello canoso y rizado les dijo<br />

que esperasen un momento en una habitacioncita que, una vez cerrada la puerta,<br />

parecía un remanso de paz.<br />

—No le dije a Greta adonde íbamos hoy —dijo Carlisle.<br />

Unos pocos días antes, Einar había oído a los dos hermanos hablar de él. «No<br />

necesita ver a un psiquiatra», decía Greta, cuya voz llegaba a oídos de Einar a través<br />

de la rendija de la puerta, «además, pienso que sé de alguien que le puede ayudar, y<br />

no es psiquiatra. Es alguien que verdaderamente puede hacer algo por él.» Luego su<br />

voz se hizo más baja, y Einar dejó de oírla.<br />

El despacho del doctor Mai era de color castaño y olía a cigarrillos. Einar oía el<br />

ruido de pasos al otro lado de la puerta. Había algo tan desagradable en el ambiente<br />

de aquel hospital que Einar tuvo la sensación de que aquél era el lugar donde le<br />

correspondía estar. En la alfombra parda se notaban huellas de camillas, y Einar<br />

comenzó a imaginarse sujeto con correas a una de ellas que le llevaría a las partes<br />

más recónditas del hospital, de las que ya no volvería a salir nunca más.<br />

—¿Piensas de veras que el doctor Mai me puede ayudar?<br />

—Espero que sí, pero ya veremos. —Carlisle llevaba una chaqueta deportiva de<br />

lino rayado, pantalones muy bien planchados y corbata amarilla. Einar admiró su<br />

optimismo, la manera como permanecía sentado con aire esperanzado vestido con sus<br />

ropas de verano—. Por lo menos, tenemos que probar.<br />

Einar se dijo que Carlisle tenía razón. No podía seguir viviendo así mucho tiempo<br />

más. Buena parte de la musculatura de su cuerpo había desaparecido durante los<br />

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