La chica danesa
Una novela de David Ebershoff Una novela de David Ebershoff
la Opera, que parecía dorada en la noche. Lili, entre tanto, siguió contra la pared, con el ladrón ante ella. Éste volvió a patear la acera con fuerza, y parecía estar preguntándose qué haría a continuación. Greta estaba ya a una manzana de distancia cuando dio media vuelta. Lili sólo alcanzó a verle la silueta: los puños contra los hombros, los pies separados. Y de pronto comenzó a acercarse a Lili y al ladrón, que sonrió nerviosamente. «¡Está loca!», dijo, pateando la acera. Bajó la punta del cuchillo al suelo y, de pronto, echó a correr, alejándose de Greta. —¿Piensa en Einar cuando es Lili? —le preguntó el médico. —No, nunca. —¿Y piensa en Lili cuando es Einar? —Sí. —¿Y qué es lo que piensa? El médico abrió la pluma estilográfica y la puso sobre una hoja de papel en blanco. —La mayor parte del tiempo pienso qué pensaría ella en mi lugar —dijo Einar. Explicó que, por ejemplo, si estaba comiendo un pastel de manzana espolvoreado de canela, se preguntaba si no sería buena idea guardar un pedazo para Lili. Si estaba discutiendo con el carnicero, que tenía la costumbre de apretar el dedo gordo contra la balanza, se preguntaba si Lili discutiría también en un caso así; enseguida llegaba a la conclusión de que nunca haría una cosa así con un hombre como el carnicero, que era delgado y apuesto, y tenía el pelo rubio y lo llevaba muy corto y, entonces, cortaba la discusión inmediatamente, le pedía excusas y le decía que siguiese envolviéndole el cordero. El doctor McBride se subió las gafas nariz arriba. Carlisle estaba esperando en un café que había al otro lado de la calle. Einar se lo imaginó en aquel momento leyendo su Baedeker y cogiendo el lápiz que llevaba detrás de la oreja para subrayar algún lugar que convenía visitar. Seguramente, estaría terminando su café y consultando el reloj. —¿Y qué siente acerca de los hombres? —preguntó el doctor McBride—. ¿Los odia? —¿Que si odio a los hombres? —Sí. —Por supuesto que no. —Pero lo natural sería que los odiase. —Pues no los odio. —¿Y Lili? ¿Qué siente Lili acerca de los hombres? —No los odia. El doctor McBride se sirvió agua de una jarra de plata. —¿Le gustan los hombres? —No sé si entiendo bien lo que quiere decir. El médico tomó un sorbito de agua. Einar vio la huella que sus labios dejaron en www.lectulandia.com - Página 140
el borde del vaso, y, de pronto, sintió sed. —¿Ha besado Lili a algún hombre? Einar trataba de dar con la manera de pedir un vaso de agua, pero le parecía imposible. Se dijo que quizá lo mejor sería levantarse sin más y servirse uno, pero esto también le pareció imposible. De modo que se limitó a seguir sentado, sintiéndose como un niño pequeño, en la silla para las visitas del consultorio del doctor McBride, tapizada con una tela de lana amarilla que le hacía cosquillas. —Señor Wegener, si se lo pregunto es solamente… —Sí —dijo entonces Einar—, sí, Lili ha besado a un hombre. —¿Y le gustó? —Eso tendría que preguntárselo a ella. —Pensaba que era a ella a quien estaba preguntándoselo. —¿Tengo aspecto de ser Lili? —preguntó Einar—. ¿Le parezco una mujer? —La verdad es que no. —Bueno, pues, entonces… El teléfono del doctor McBride sonó de pronto y los dos se quedaron mirando el negro auricular, que temblaba con cada timbrazo. Finalmente, se calló. —Me temo que es usted homosexual —dijo al fin el doctor McBride, y cerró su pluma estilográfica con un pequeño clic. —Me parece que no comprende usted la situación. —No es usted la primera persona a quien le ocurre —prosiguió el doctor McBride. —Pero es que no soy homosexual. Ése no es mi problema. Lo que me pasa es que hay otra persona que vive dentro de mí —dijo Einar levantándose—. Una chica que se llama Lili. —Créame que se me parte el corazón —añadió McBride— cuando no me queda más remedio que decirles a las personas como usted que no puedo hacer nada por ayudarlas. Como irlandés moreno que soy, encuentro esta situación muy triste. — Tomó un sorbo de su vaso de agua, en cuyo borde quedó la huella de sus labios; luego se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a la parte delantera. Apoyó una mano en el hombro de Einar y, mientras lo acompañaba a la puerta, le dijo—: Mi único consejo es que se refrene. Va a tener que pasarse la vida luchando contra sus deseos. Haga caso omiso de ellos, señor Wegener. Si no lo hace…, bueno, pues estará siempre solo. Einar se reunió con Carlisle en el café. Sabía que el doctor McBride no tenía razón. Hacía algún tiempo, Einar habría creído al médico y se habría marchado de su consulta lleno de un tremendo pesar. Pero ya no era así. Por eso le explicó a Carlisle que la visita había sido una pérdida de tiempo. —Nadie parece capaz de comprenderme —le dijo—. La verdad es que no le veo sentido a todo esto. —En eso no tienes razón —protestó Carlisle—. Lo que tenemos que hacer es dar www.lectulandia.com - Página 141
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la Opera, que parecía dorada en la noche. Lili, entre tanto, siguió contra la pared, con<br />
el ladrón ante ella. Éste volvió a patear la acera con fuerza, y parecía estar<br />
preguntándose qué haría a continuación. Greta estaba ya a una manzana de distancia<br />
cuando dio media vuelta. Lili sólo alcanzó a verle la silueta: los puños contra los<br />
hombros, los pies separados. Y de pronto comenzó a acercarse a Lili y al ladrón, que<br />
sonrió nerviosamente. «¡Está loca!», dijo, pateando la acera. Bajó la punta del<br />
cuchillo al suelo y, de pronto, echó a correr, alejándose de Greta.<br />
—¿Piensa en Einar cuando es Lili? —le preguntó el médico.<br />
—No, nunca.<br />
—¿Y piensa en Lili cuando es Einar?<br />
—Sí.<br />
—¿Y qué es lo que piensa?<br />
El médico abrió la pluma estilográfica y la puso sobre una hoja de papel en<br />
blanco.<br />
—<strong>La</strong> mayor parte del tiempo pienso qué pensaría ella en mi lugar —dijo Einar.<br />
Explicó que, por ejemplo, si estaba comiendo un pastel de manzana espolvoreado<br />
de canela, se preguntaba si no sería buena idea guardar un pedazo para Lili. Si estaba<br />
discutiendo con el carnicero, que tenía la costumbre de apretar el dedo gordo contra<br />
la balanza, se preguntaba si Lili discutiría también en un caso así; enseguida llegaba a<br />
la conclusión de que nunca haría una cosa así con un hombre como el carnicero, que<br />
era delgado y apuesto, y tenía el pelo rubio y lo llevaba muy corto y, entonces,<br />
cortaba la discusión inmediatamente, le pedía excusas y le decía que siguiese<br />
envolviéndole el cordero.<br />
El doctor McBride se subió las gafas nariz arriba.<br />
Carlisle estaba esperando en un café que había al otro lado de la calle. Einar se lo<br />
imaginó en aquel momento leyendo su Baedeker y cogiendo el lápiz que llevaba<br />
detrás de la oreja para subrayar algún lugar que convenía visitar. Seguramente, estaría<br />
terminando su café y consultando el reloj.<br />
—¿Y qué siente acerca de los hombres? —preguntó el doctor McBride—. ¿Los<br />
odia?<br />
—¿Que si odio a los hombres?<br />
—Sí.<br />
—Por supuesto que no.<br />
—Pero lo natural sería que los odiase.<br />
—Pues no los odio.<br />
—¿Y Lili? ¿Qué siente Lili acerca de los hombres?<br />
—No los odia.<br />
El doctor McBride se sirvió agua de una jarra de plata.<br />
—¿Le gustan los hombres?<br />
—No sé si entiendo bien lo que quiere decir.<br />
El médico tomó un sorbito de agua. Einar vio la huella que sus labios dejaron en<br />
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