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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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de Carlisle, vistas por el rabillo del ojo; la pierna mala estaba ahora en un ángulo<br />

forzado. Y la <strong>chica</strong> norteamericana, en la pista de tenis, sudando cada vez más, con<br />

un manchón de humedad creciendo en su blusa justo debajo de los pechos. Y su<br />

rostro, que era oscuro y corriente; y su cabeza, que era grande; y sus brazos, que eran<br />

largos, y que había algo en ella que parecía extrañamente fuera de lugar. Por ejemplo,<br />

una venilla que palpitaba en su antebrazo. O la sombra que tenía sobre el labio. Y que<br />

el público se volvía contra ella, cada vez más, a medida que incrementaba sus ataques<br />

contra la <strong>chica</strong> rubia de Lyon. Se diría que el mundo entero estaba contra ella, todo el<br />

mundo, menos Carlisle, que se inclinó hacia Einar y le dijo:<br />

—¿No te gustaría que ganase? ¿No sería más divertido que ganase ella?<br />

Lo primero que hizo Carlisle fue llevar a Einar a ver al doctor McBride, un psiquiatra<br />

norteamericano relacionado con la embajada, con consulta en la rue de Tilsit, no lejos<br />

de la oficina de pasaportes. El doctor McBride tenía una abundante mata de pelo<br />

negro y la piel atezada, y llevaba un bigote negro y gris. Tenía la garganta y el<br />

estómago gruesos, y su camisa blanca estaba tan almidonada, que parecía rígida<br />

como el cartón. Era de Boston, y en la entrevista que tuvo con Einar se llamó a sí<br />

mismo todo el tiempo «irlandés moreno». Cuando sonreía se le notaba un relámpago<br />

de oro en la boca.<br />

<strong>La</strong> consulta del doctor McBride parecía más de abogado que de médico. Su mesa<br />

de trabajo estaba cubierta de cuero verde. Había una hilera de estanterías con libros<br />

que cubría la pared entera, y otra de archivadores de roble. Junto a la ventana había<br />

un diccionario médico abierto sobre un atril. Mientras Einar le hablaba sobre Lili, el<br />

médico permaneció sentado, con el rostro inexpresivo, bajándose y subiéndose las<br />

gafas por la nariz. Cuando sonaba el teléfono, el doctor McBride hacía caso omiso de<br />

los timbrazos y decía a Einar que siguiese hablando.<br />

—¿Cuál ha sido el período de tiempo más largo que ha vivido como Lili? —<br />

preguntó.<br />

—Algo más de un mes —dijo Einar—. El invierno pasado Lili estuvo mucho<br />

tiempo aquí.<br />

Einar pensó en el invierno anterior, cuando con mucha frecuencia se iba a la cama<br />

sin tener la menor idea de si al despertarse sería Einar o Lili. En una ocasión, Greta y<br />

Lili sufrieron un atraco a la salida de la Opera. El ladrón, armado con un cuchillo, era<br />

un hombrecillo mal vestido, y su arma, a la luz de la luna invernal, no parecía<br />

demasiado peligrosa. Pero la blandió ante los rostros de ambas mujeres y les exigió lo<br />

que llevaban encima. Llevaba varios días sin afeitarse y no hacía más que patear el<br />

suelo y decir: «¡Hablo en serio, mademoiselles, no piensen que estoy de broma!»<br />

Cuando Lili hizo ademán de entregarle su monedero, Greta trató de cogerla por la<br />

muñeca y dijo: «¡No, Lili, no se lo des!» Pero el hombre se apoderó de él y se<br />

abalanzó sobre Greta, que gritó: «¡No, no, no!» Greta echó a correr calle abajo, hacia<br />

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