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pierna le dolía como si acabase de atropellársela el coche de caballos. Fue a su buzón<br />
con el bastón en una mano y el paraguas en la otra. En el sobre se corrió la tinta, y lo<br />
abrió en el recibidor de su casa, que era oscuro y estaba enzocalado con roble de<br />
Pasadena.<br />
«Einar me deja», comenzaba la carta de Greta, «tienes razón, después de diez<br />
años juntos, me abandona.»<br />
Lo primero que se le ocurrió, fue coger el coche para ir a la oficina de correos de<br />
Colorado Street y enviar un telegrama. Se puso el impermeable mientras leía el resto<br />
de la carta, y entonces comenzó a comprender lo que realmente quería decir Greta.<br />
Al día siguiente llegó otra carta, y luego, al siguiente, otra. Y así tuvo Carlisle<br />
casi una entrega diaria de las andanzas de Lili. <strong>La</strong>s páginas de esas cartas estaban tan<br />
apretadas de escritura como las anteriores, pero ahora tenían también pequeños<br />
dibujos de un rostro de <strong>chica</strong> entre los párrafos: Lili con un sombrero adornado con<br />
violetas secas; Lili leyendo Le Monde; Lili mirando al cielo con los ojos muy<br />
abiertos.<br />
—Y entonces Greta empezó a mandarme por correo bocetos de su cuaderno de<br />
apuntes. Estudios que hacía para sus retratos de Lili. Me envió uno en un limonar. Y<br />
otro en un banquete de boda. —Carlisle se calló mientras la <strong>chica</strong> norteamericana<br />
servía la pelota—. Son bellos. Es bella, Einar.<br />
—Entonces, estás enterado.<br />
—No tardé mucho en comprenderlo —prosiguió Carlisle—. Aunque, claro, no<br />
entiendo demasiado de estas cosas. —Un pajarito pardusco se posó en la baranda del<br />
palco y se puso a picotear buscando semillas—. Pero me gustaría ayudaros, me<br />
gustaría conocer a Lili, aunque sólo sea para ver si puedo hacer algo. Ésa es la<br />
manera de hacer las cosas de Greta, enviar dibujos y cartas. Nunca te pedirá ayuda<br />
directamente. Pero te aseguro que necesita ayuda. Y te aseguro que cree que tú<br />
necesitas ayuda, más de la que ella te puede proporcionar. —Hizo una pausa, y<br />
añadió—: Para ella es duro. No debes olvidar que para ella es tan duro como para ti.<br />
—¿Eso te dijo?<br />
—No, Greta nunca diría una cosa así. Pero me he dado cuenta.<br />
Einar y Carlisle se pusieron a mirar el juego. El día era cálido, y las <strong>chica</strong>s se<br />
secaban el rostro con sendas toallas.<br />
—¿Has consultado a algún médico? —preguntó Carlisle.<br />
Einar le habló del doctor Hexler, y sólo con mencionar su nombre le volvieron las<br />
náuseas y sintió una especie de contracción en el vientre.<br />
—No sé, la verdad, por qué no vas a que te vea un médico —dijo Carlisle—. ¿No<br />
crees que debieras contarle a alguno cómo te sientes y lo que piensas? Te voy a llevar<br />
al médico. He estado mirando nombres, y me parece que he dado con uno que podría<br />
serte útil. Serte útil, quiero decir, para resolver tu problema de una vez para siempre.<br />
No te preocupes, Einar. Tengo una idea.<br />
Y he aquí lo que más recordó después Einar de aquel diálogo: las largas piernas<br />
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