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—. A California, quiero decir. Por ejemplo, ¿venir un invierno a pintar? —Estaba<br />
abanicándose con el programa, y tenía la pierna estirada—. Podrías pintar los<br />
eucaliptos y los cipreses, o alguno de los naranjales. Te gustaría.<br />
—Sin Greta, no —respondió Einar.<br />
Y Carlisle, que en algunas cosas se parecía mucho a Greta y en otras era<br />
completamente distinto, le preguntó:<br />
—¿Por qué no?<br />
Einar cruzó las piernas, y al levantar el pie apartó la silla de mimbre que tenía<br />
delante. <strong>La</strong> <strong>chica</strong> de Lyon cruzaba la pista, con la falda tirante, para devolver una<br />
jugada de la ladina norteamericana.<br />
<strong>La</strong> pelota, blanca y sucia, volvió victoriosamente al campo enemigo. El público,<br />
que era elegante, y llevaba sombrero y olía colectivamente a lavanda y lima,<br />
prorrumpió en vítores.<br />
Carlisle se volvió a Einar. Sonreía y aplaudía y su frente estaba empezando a<br />
sudar. Y, de pronto, cuando el estadio volvió de nuevo a quedar silencioso para<br />
permitir a la <strong>chica</strong> de Lyon seguir jugando en paz, añadió:<br />
—Sé lo de Lili.<br />
Einar captaba el olor de la arcilla, su recio aroma polvoriento, y sentía el viento<br />
que soplaba entre los álamos.<br />
—No entiendo lo que…<br />
Pero Carlisle le interrumpió. Apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando<br />
a la pista mientras le hablaba de las cartas que Greta le había escrito durante el año<br />
anterior. Recibía una cada semana, y eran muy gruesas: media docena de hojas de<br />
papel fino cubiertas con la escritura apretada de su hermana; Greta escribía con<br />
auténtica furia, y no dejaba márgenes en la hoja, los renglones la llenaban de un<br />
extremo a otro.<br />
«Tenemos un huésped, se llama Lili», escribió por primera vez alrededor de un<br />
año antes. «Es una <strong>chica</strong> que ha llegado de los pantanos de Dinamarca, y a quien<br />
hemos alojado en nuestra casa.»<br />
<strong>La</strong>s cartas comentaban que Lili recorría París, y que le gustaba agacharse a dar de<br />
comer a las palomas en el parque, mientras su falda se ahuecaba en torno a ella sobre<br />
el guijo del camino. <strong>La</strong>s cartas decían que Lili se pasaba las horas muertas sentada en<br />
el taburete del estudio de Greta de la rue Vieille du Temple, con el rostro iluminado<br />
por la luz que entraba por la ventana. <strong>La</strong>s cartas llegaban casi cada semana, y siempre<br />
le hacían un resumen de lo que le había ocurrido a Lili durante los últimos siete días.<br />
Nunca mencionaban a Einar, y cuando Carlisle escribía a su vez, preguntando: «¿Qué<br />
tal está Einar?», o diciendo: «Recuerdos a Einar», y, en una ocasión: «¿No se cumple<br />
hoy vuestro décimo aniversario de casados?», Greta nunca le respondía.<br />
Un día, unos seis meses después de haberse establecido la costumbre de las cartas<br />
semanales, llegó al buzón de Carlisle un sobre muy poco abultado. Carlisle recordaba<br />
la fecha, le dijo a Einar, porque las lluvias de enero llevaban una semana cayendo y la<br />
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