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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—. A California, quiero decir. Por ejemplo, ¿venir un invierno a pintar? —Estaba<br />

abanicándose con el programa, y tenía la pierna estirada—. Podrías pintar los<br />

eucaliptos y los cipreses, o alguno de los naranjales. Te gustaría.<br />

—Sin Greta, no —respondió Einar.<br />

Y Carlisle, que en algunas cosas se parecía mucho a Greta y en otras era<br />

completamente distinto, le preguntó:<br />

—¿Por qué no?<br />

Einar cruzó las piernas, y al levantar el pie apartó la silla de mimbre que tenía<br />

delante. <strong>La</strong> <strong>chica</strong> de Lyon cruzaba la pista, con la falda tirante, para devolver una<br />

jugada de la ladina norteamericana.<br />

<strong>La</strong> pelota, blanca y sucia, volvió victoriosamente al campo enemigo. El público,<br />

que era elegante, y llevaba sombrero y olía colectivamente a lavanda y lima,<br />

prorrumpió en vítores.<br />

Carlisle se volvió a Einar. Sonreía y aplaudía y su frente estaba empezando a<br />

sudar. Y, de pronto, cuando el estadio volvió de nuevo a quedar silencioso para<br />

permitir a la <strong>chica</strong> de Lyon seguir jugando en paz, añadió:<br />

—Sé lo de Lili.<br />

Einar captaba el olor de la arcilla, su recio aroma polvoriento, y sentía el viento<br />

que soplaba entre los álamos.<br />

—No entiendo lo que…<br />

Pero Carlisle le interrumpió. Apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando<br />

a la pista mientras le hablaba de las cartas que Greta le había escrito durante el año<br />

anterior. Recibía una cada semana, y eran muy gruesas: media docena de hojas de<br />

papel fino cubiertas con la escritura apretada de su hermana; Greta escribía con<br />

auténtica furia, y no dejaba márgenes en la hoja, los renglones la llenaban de un<br />

extremo a otro.<br />

«Tenemos un huésped, se llama Lili», escribió por primera vez alrededor de un<br />

año antes. «Es una <strong>chica</strong> que ha llegado de los pantanos de Dinamarca, y a quien<br />

hemos alojado en nuestra casa.»<br />

<strong>La</strong>s cartas comentaban que Lili recorría París, y que le gustaba agacharse a dar de<br />

comer a las palomas en el parque, mientras su falda se ahuecaba en torno a ella sobre<br />

el guijo del camino. <strong>La</strong>s cartas decían que Lili se pasaba las horas muertas sentada en<br />

el taburete del estudio de Greta de la rue Vieille du Temple, con el rostro iluminado<br />

por la luz que entraba por la ventana. <strong>La</strong>s cartas llegaban casi cada semana, y siempre<br />

le hacían un resumen de lo que le había ocurrido a Lili durante los últimos siete días.<br />

Nunca mencionaban a Einar, y cuando Carlisle escribía a su vez, preguntando: «¿Qué<br />

tal está Einar?», o diciendo: «Recuerdos a Einar», y, en una ocasión: «¿No se cumple<br />

hoy vuestro décimo aniversario de casados?», Greta nunca le respondía.<br />

Un día, unos seis meses después de haberse establecido la costumbre de las cartas<br />

semanales, llegó al buzón de Carlisle un sobre muy poco abultado. Carlisle recordaba<br />

la fecha, le dijo a Einar, porque las lluvias de enero llevaban una semana cayendo y la<br />

www.lectulandia.com - Página 137

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