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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Einar se pasó una semana entera en la sala de lectura, y todos los días había un<br />

momento en el que se sentía tan abrumado por lo que estaba descubriendo, que<br />

descansaba la cabeza sobre los brazos y se echaba a llorar suavemente.<br />

Si se quedaba adormilado, Anne-Marie, con su manecita blanca, le daba un<br />

golpecito en el hombro para que volviese a su trabajo.<br />

—Es mediodía —le decía.<br />

Y él, por un segundo, se sentía lleno de confusión.<br />

—¿Mediodía?<br />

—Sí, sí, mediodía.<br />

Carlisle había cogido la costumbre de proponer a Einar que se viesen por las<br />

tardes.<br />

—¿Nos vemos al mediodía? —solía decirle por las mañanas cuando Einar salía<br />

por la puerta principal, embargado por la emoción de lo que estaría esperándole en la<br />

biblioteca.<br />

—No sé si podré ir —le decía a menudo Einar.<br />

—¿Por qué? —intervenía Greta.<br />

Carlisle se guardaba muy mucho de invitar también a su hermana. En una ocasión<br />

le dijo a Einar que, incluso cuando ambos eran niños, se negaba a acompañarlo, al<br />

mismo tiempo que ponía cara de aburrimiento, cuando le proponía, por ejemplo, que<br />

fuesen al campo de tiro con arco que había en el Arroyo Seco.<br />

—Siempre estaba demasiado ocupada para explorar —le explicó Carlisle—,<br />

siempre estaba leyendo a Dickens, o escribiendo poesía, o pintando escenas de San<br />

Gabriel, o retratándome. Pero nunca me enseñaba lo que pintaba. Si le pedía que me<br />

mostrase alguna de sus acuarelas, se ponía colorada y se cruzaba de brazos.<br />

De modo que a Carlisle no le quedaba otro recurso que Einar. Le costó mucho<br />

llegar a ganarse su confianza. Había algo en los ojos azules de Carlisle, más claros<br />

que los de su hermana, que daba la impresión a Einar de que era capaz de leerle los<br />

pensamientos. Le resultaba difícil estar mucho rato con su cuñado.<br />

Carlisle compró un coche, un Alfa Romeo Sport Spider. Era rojo, con llantas<br />

radiadas y una caja roja de herramientas sujeta bajo el estribo del lado del conductor.<br />

Le gustaba conducirlo con la capota de lona plegada. El tablero de instrumentos era<br />

negro, con seis esferas y una pequeña asa plateada a la que Einar se asía cuando<br />

Carlisle giraba a toda velocidad. El chasis era de acero, y, cuando Carlisle conducía<br />

su Spider por París, Einar sentía el calor del motor a través de las suelas de sus<br />

zapatos.<br />

—De veras, deberías fiarte más de la gente —le dijo Carlisle un día en que iban<br />

los dos en el coche, al tiempo que pasaba amigablemente la mano de la palanca de<br />

cambio a la rodilla de Einar. Se dirigían a un club de tenis situado en Auteuil. El<br />

estadio estaba junto al Bois de Boulogne y tenía una tribuna de cemento que se<br />

levantaba entre los álamos. Estaba ya muy entrada la mañana, y el sol colgaba lacio y<br />

mate en el cielo de un azul blanquecino. <strong>La</strong>s banderas que jalonaban el borde superior<br />

www.lectulandia.com - Página 135

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