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Al día siguiente, la bibliotecaria entregó un nuevo lote de libros a Einar. Libros con<br />
títulos como Los sexos, El hombre normal y el hombre anormal, Estudio científico de<br />
la inmoralidad sexual y <strong>La</strong> crisis sexual, este último publicado en Dresde veinte años<br />
antes. <strong>La</strong> mayor parte de ellos exponían teorías acerca de la diferenciación sexual<br />
basadas en hipótesis y en experimentos fortuitos con ratas de laboratorio. En uno de<br />
ellos Einar leyó el caso de un hombre, un aristócrata bávaro, que había nacido con<br />
pene y vagina. Su caso tenía algo —la confusión que sufrió de niño, el desprecio de<br />
sus padres, su inútil búsqueda de un lugar en el mundo— que hizo a Einar cerrar los<br />
ojos y pensar: «Sí, ya sé.» Había un capítulo sobre el mito de Hermes y Afrodita. El<br />
libro explicaba la patología sexual, y algo que se llamaba indeterminación sexual. En<br />
cierto modo, Einar se dio cuenta de que tenía relación con lo que le pasaba.<br />
Reconocía la dualidad, la falta de identificación completa con un sexo concreto. Al<br />
leer el caso del bávaro, sintió en el pecho como un lejano eco.<br />
Algunos de aquellos libros eran antiguos, del siglo anterior, con el lomo<br />
polvoriento. Sus páginas hacían un ruido tan crujiente, que Einar tuvo miedo de que<br />
los estudiantes levantasen la vista de sus libros en la larga mesa de lectura y, al fijarse<br />
en la expresión de miedo y alivio que había en su rostro, lo tomasen por un<br />
pervertido.<br />
Anne-Marie ponía los libros delante de Einar en un atril cuya inclinación<br />
facilitaba la lectura. Le dejó un cordoncillo de cuentas de plomo forradas de fieltro<br />
para mantener abierta la página mientras tomaba notas en su agenda de tapas de<br />
peltre.<br />
<strong>La</strong>s mesas eran largas y tenían arañazos, y recordaban a Einar los mostradores<br />
donde las pescaderas de Copenhague limpiaban el pescado en el mercado de Gammel<br />
Strand. Delante de Einar había suficiente espacio para tener abiertos varios libros al<br />
mismo tiempo, y pronto empezó a considerar que sus páginas de color arena<br />
formaban una especie de baluarte protector a su alrededor. Y esto mismo sentía al<br />
leerlos durante aquellas mañanas en que se escabullía del apartamento: era como si<br />
cada frase sobre varones y hembras fuese a protegerlo a partir del año siguiente,<br />
cuando todo, como se había prometido a sí mismo, cambiase definitivamente.<br />
Sus lecturas acabaron convenciéndolo de que también él tenía órganos femeninos.<br />
Escondidos en la cavidad de su cuerpo estaban los órganos de Lili, los que<br />
provocaban aquellas hemorragias y hacían que se sintiese mujer. Al principio le<br />
resultaba difícil creerlo, pero, al fin y al cabo, la idea de que el suyo no era un<br />
problema mental, sino físico, acabó pareciéndole más lógica cada vez. Se imaginaba<br />
un útero escondido detrás de sus testículos. Se imaginaba unos pechos atrapados en<br />
su caja torácica como en una trampa.<br />
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