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Greta era capaz de imaginar que fuese posible una auténtica elección en un caso así.<br />
Sentada en el sofá de patas doradas pensaba en Einar, que, en algunos aspectos, ya no<br />
existía. Era como si alguien —sí, alguien— hubiera elegido ya por él.<br />
—¿Y qué le pasó a ese hombre? —preguntó entonces Anna.<br />
—Pues que dijo que quería ser mujer. Dijo que lo único que quería era ser amado<br />
por un hombre. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese con tal de conseguirlo. Vino a<br />
mi consulta con un sombrero de fieltro y un vestido verde. Pero recuerdo que llevaba<br />
un reloj de bolsillo, como un hombre; lo recuerdo porque durante nuestra<br />
conversación lo sacaba y no hacía más que mirarlo, diciendo que tenía prisa porque<br />
ahora tenía que partir sus días en dos, pues por las mañanas vivía como mujer y por<br />
las tardes como hombre.<br />
»Esto pasó hace muchos años, cuando yo todavía era un joven cirujano.<br />
Técnicamente, sabía muy bien lo que podía hacer por él, pero hasta entonces nunca<br />
había llevado a cabo una operación quirúrgica tan compleja, de modo que me pasé un<br />
mes leyendo por las noches textos médicos, y presencié amputaciones, y estudié<br />
suturas. Cada vez que había que extraerle el útero a una mujer en la clínica, iba al<br />
anfiteatro a presenciar la operación, y luego lo estudiaba en el laboratorio.<br />
Finalmente, un día, cuando me sentí dispuesto, le dije a Sieglinde que quería<br />
programar la operación.<br />
»Para entonces ya había perdido mucho peso, y estaba bastante débil.<br />
Seguramente, tenía demasiado miedo para comer. Pero accedió a permitirme hacer la<br />
prueba. Se echó a llorar cuando le dije que me sentía capaz de hacerlo. Me dijo que<br />
lloraba porque se sentía como si estuviese matando a alguien. “Sacrificando a<br />
alguien”, eso fue exactamente, lo que dijo.<br />
»Fijé la operación para un jueves por la mañana, e iba a tener lugar en el<br />
quirófano grande; mucha gente me dijo que quería asistir a ella. Y también unos<br />
cuantos médicos de la clínica Pirna. Sabía que si tenía éxito habría hecho algo<br />
extraordinario, algo que nadie hasta entonces había soñado siquiera. ¿Quién<br />
encontraba posible el paso de hombre a mujer? ¿Quién iba a arriesgar su carrera<br />
probando una cosa que parecía como salida de un mito? Bueno, pues yo lo iba a<br />
intentar.<br />
El profesor Bolk se agitó en el interior de su abrigo.<br />
—Pero entonces, llegado el jueves por la mañana, la enfermera fue a la habitación<br />
de Sieglinde y no la encontró allí: se había ido. Había dejado sus cosas, su sombrero<br />
de fieltro, su reloj de bolsillo, su vestido verde, en una palabra, todo. Pero se había<br />
ido.<br />
El profesor Bolk apuró su café.<br />
Y Greta apuró su limonada y Anna se levantó para llamar a la muchacha («Les<br />
boissons», con voz apremiante). Greta observó atentamente al profesor, cuya rodilla<br />
izquierda se balanceaba sobre la derecha. Esta vez se dijo que estaba segura de haber<br />
acertado: el profesor Bolk no era un Hexler. Era como ella, se dijo. Y sabía ver las<br />
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