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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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mujer, seguida por otra de hombre.<br />

Anna tenía alquilado un apartamento en el segundo piso. Tenía que cantar<br />

Carmen tres noches en el Palais Garnier; después de la función cenaba a medianoche<br />

algo de cangrejo frío en Prunier’s. Últimamente había comenzado a jurar que nunca<br />

más volvería a Copenhague.<br />

—Es demasiado tranquila para mi gusto —decía con un puño apoyado en el<br />

pecho.<br />

Anna abrió la puerta. Su pelo rubio estaba recogido, tirante, en un moño en la<br />

nuca. <strong>La</strong> grasa se acumulaba en su cuello formando arrugas en su piel que parecían<br />

oscuras cicatrices separadas por delgadas vetas blancas. Llevaba un grueso anillo de<br />

rubíes, cuyo diseño reproducía una explosión estelar. Era famosa en el mundo de la<br />

ópera; jovencitos delgados con los ojos profundamente hundidos en las cuencas le<br />

enviaban piedras preciosas, ramos de flores y tarjetas escritas con letra nerviosa.<br />

El cuarto de estar era pequeño, con un sofá de patas doradas en el que había un<br />

almohadón tapizado a juego. Había un fino jarrón con trigidias de capullos venosos y<br />

verdes. Una doncella con uniforme negro servía limonada y anisette. Un hombre, alto<br />

y con el abrigo puesto, lo que le daba un aspecto insólito, estaba en pie junto a una<br />

silla.<br />

—Este señor es el profesor Bolk —dijo Anna.<br />

—Me lo imaginaba —respondió Greta—. ¿Tiene usted frío?<br />

—Profesor Alfred Bolk —dijo el hombre, tendiéndole la mano—. No sé por qué<br />

será, pero el hecho es que siempre tengo un poco de frío—. De hecho, sus hombros<br />

temblaban ligeramente dentro del abrigo.<br />

Sus ojos eran de color azul oscuro y estaban moteados de oro. Llevaba el cabello,<br />

rubio oscuro, como la buena madera, peinado hacia atrás con fijador, de modo que se<br />

le rizaba ligeramente en el cogote. Su corbata era de seda azul, con el nudo grueso y<br />

un alfiler de diamante. Llevaba las tarjetas de visita en una cajita de plata. Era de<br />

Dresde, donde dirigía la Clínica Municipal de Mujeres.<br />

<strong>La</strong> doncella sirvió al profesor Bolk café solo con hielo.<br />

—No me sienta bien la limonada —explicó mientras se llevaba el vaso a la boca.<br />

De la terraza llegaba la brisa, y Greta se sentó en el sofá junto al profesor. Éste<br />

sonrió cortésmente, con los hombros erguidos. Greta se dijo que esperaría a que fuese<br />

él quien hiciese las preguntas, pero, de pronto, sintió que tenía necesidad de hablar de<br />

Lili y de Einar.<br />

—Quisiera hablarle de mi marido —comenzó.<br />

—Sí, tengo entendido que hay una <strong>chica</strong> llamada Lili.<br />

O sea, que lo sabía. Al principio, Greta no supo qué decir. Sí, eso, ¿cómo<br />

empezar? ¿Había comenzado realmente todo aquel día, hacía cuatro años, cuando<br />

pidió a Einar que se probase los zapatos de Anna? ¿O había algo más?<br />

—Está convencido de que realmente es una mujer —dijo.<br />

El profesor Bolk dio un respingo, e inmediatamente le indicó con la cabeza que<br />

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