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todavía.<br />
En una ocasión, Carlisle invitó a Einar a visitar un baño turco en la rue des<br />
Mathurins. No era como los Bains du Pont-Solférino, a plena luz del sol, junto al<br />
Sena. Era, más bien, una piscina para hombres en un gimnasio con el aire empapado<br />
de vapor y azulejos de mármol y lánguidas palmeras en tiestos chinos. Cuando Einar<br />
y Carlisle volvieron del baño, Einar inmediatamente se encerró en su habitación.<br />
—¿Qué ha pasado? —preguntó Greta a su hermano.<br />
—Nada, simplemente, que dijo que no se quería bañar. Dijo que no sabía que<br />
había que bañarse desnudo. Pero ¿es que no ha estado nunca en un baño turco?<br />
—Bueno, son cosas de daneses —dijo Greta, aunque sabía perfectamente que lo<br />
que decía no era verdad.<br />
«Al contrario», pensó, «los daneses encuentran buena cualquier excusa para<br />
desnudarse en público.»<br />
Poco después de la llegada de Carlisle, Hans fue a verlos una mañana para echar<br />
una ojeada a los últimos cuadros de Greta. Ésta le enseñó dos: en el primero, Lili,<br />
grande y plana, estaba en la playa de Bornholm, y en el segundo, junto a una camelia<br />
roja en flor. Einar había pintado el fondo marino del primero, trabajando en él tenaz y<br />
cuidadosamente y reflejando la marea de un color azul pálido. <strong>La</strong> camelia, sin<br />
embargo, no había acabado de salirle, porque no tenía costumbre de pintar las rugosas<br />
flores rojas y los capullos relucientes y tensos como bellotas. Greta había aceptado un<br />
encargo de Vogue —una ilustración de los abrigos con forro de piel de zorro que se<br />
llevarían el próximo invierno—, de modo que sólo podía dar los últimos toques al<br />
cuadro de la camelia durante la noche. Se había pasado tres noches en claro, pintando<br />
con gran delicadeza los pétalos de cada flor, con un matiz de amarillo en el centro de<br />
cada una, mientras Einar y Carlisle dormían y el único ruido que se oía en su estudio<br />
era algún que otro suspiro de Eduardo IV.<br />
Terminó, por fin, el cuadro apenas unas horas antes de que llegase Hans para<br />
verlo.<br />
—Todavía está húmedo —le dijo mientras le servía café, lo que hizo acto seguido<br />
con Carlisle y con Einar, que acababa de salir del baño y tenía todavía húmedas las<br />
puntas del pelo.<br />
—Es bueno —dijo Hans, que miraba el cuadro de la camelia—, muy oriental.<br />
Esto es lo que gusta ahora. ¿Por qué no pruebas a pintarla con un kimono bordado?<br />
—Es que no quiero dar a Lili un aire vulgar —dijo Greta.<br />
—¡No, eso no! —exclamó Einar, pero tan bajo, que Greta no sabía si lo habrían<br />
oído los demás.<br />
—No es eso lo que quise decir —explicó Hans.<br />
Hans llevaba un traje claro de verano, y estaba sentado con las piernas cruzadas;<br />
tamborileaba con los dedos sobre la mesa. Carlisle estaba echado en la otomana de<br />
terciopelo, y Einar sentado en la mecedora. Era la primera vez que los tres hombres<br />
coincidían, y los ojos de Greta iban continuamente de uno a otro. Miraba a su<br />
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