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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Einar entró en el urinario público, cuyas paredes de metal olían a humedad. Allí<br />

se ajustó debidamente la ropa y se anudó la corbata. El perrito castaño siguió a Einar,<br />

y le ladró en tono suplicante.<br />

Hacía meses que Einar quería ir a la Biblioteca Nacional; entonces, finalmente, se<br />

puso en camino. <strong>La</strong> biblioteca ocupaba una manzana y estaba limitada por la rue<br />

Vivienne, la rue Colbert, la rue de Richelieu y la rue des Petits-Champs. Hans había<br />

avalado a Einar para que le concedieran el carné de lector. <strong>La</strong> sala de lectura, con<br />

cientos de asientos, tenía un mostrador en el centro, donde Einar tuvo que rellenar un<br />

formulario personal para indicar el motivo de su visita: investigar sobre una <strong>chica</strong><br />

perdida. También escribió en unas hojitas de papel el título de los libros que quería.<br />

<strong>La</strong> bibliotecaria que estaba sentada tras el mostrador tenía una suave pelusa en las<br />

mejillas y llevaba un broche de concha para sujetarse el flequillo. Se llamaba Anne-<br />

Marie, y hablaba tan bajo que Einar tuvo que inclinarse hacia ella hasta captar su<br />

aliento, que olía a cacahuete. Cuando Einar le pasó las hojitas de papel con los títulos<br />

de media docena de libros científicos sobre problemas sexuales, la <strong>chica</strong> se sonrojó,<br />

pero enseguida, sin más, se dispuso a cumplir con su deber.<br />

Einar se sentó a una de las largas mesas de lectura. Un estudiante, a pocas sillas<br />

de distancia de él, levantó la mirada de sus notas para echarle una ojeada, luego<br />

volvió a su trabajo. <strong>La</strong> sala estaba fría, y la luz de la lámpara hacía brillar miríadas de<br />

motas de polvo. <strong>La</strong> larga mesa estaba llena de arañazos. Cada vez que alguien volvía<br />

una página, el ruido que hacía parecía llenar la estancia. Einar temía tener un aspecto<br />

sospechoso, por acudir allí a su edad, llevar los pantalones arrugados y exhalar un<br />

evidente y pegajoso olor a sudor. ¿No sería mejor que fuese al cuarto de aseo y se<br />

acicalase un poco ante el espejo?<br />

Anne-Marie le trajo personalmente los libros a la mesa y lo único que dijo fue:<br />

—Hoy cerramos a las cuatro.<br />

Einar pasó la mano sobre los libros. Tres estaban en alemán, dos en francés, y el<br />

último procedía de Norteamérica. El más reciente se llamaba Indeterminación sexual,<br />

había sido publicado en Viena y era obra del profesor Johann Hoffmann. El profesor<br />

Hoffmann había realizado experimentos con conejillos de Indias y ratas. En uno de<br />

ellos, consiguió implantar y hacer crecer en una rata que había sido macho glándulas<br />

mamarias lo suficientemente abundantes para dar de mamar a toda la camada de una<br />

rata hembra. «Sin embargo», escribía el profesor Hoffmann, «no me fue posible<br />

conseguir que quedase embarazada.»<br />

Einar levantó la vista del libro. El estudiante se había quedado dormido sobre su<br />

cuaderno de notas. Anne-Marie estaba ocupada cargando un carrito con libros. Einar<br />

se vio mentalmente como una rata que había sido macho. En su cabeza una rata hacía<br />

girar, incansable, una de esas ruedas que se les ponen en las jaulas para que jueguen.<br />

<strong>La</strong> rata no podía parar. Era demasiado tarde. El experimento tenía que continuar.<br />

¿Qué era eso que siempre estaba repitiendo Greta? Ah, sí, que lo peor que se puede<br />

hacer en este mundo es rendirse. Y lo decía gesticulando en el aire con las manos,<br />

www.lectulandia.com - Página 124

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