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Einar entró en el urinario público, cuyas paredes de metal olían a humedad. Allí<br />
se ajustó debidamente la ropa y se anudó la corbata. El perrito castaño siguió a Einar,<br />
y le ladró en tono suplicante.<br />
Hacía meses que Einar quería ir a la Biblioteca Nacional; entonces, finalmente, se<br />
puso en camino. <strong>La</strong> biblioteca ocupaba una manzana y estaba limitada por la rue<br />
Vivienne, la rue Colbert, la rue de Richelieu y la rue des Petits-Champs. Hans había<br />
avalado a Einar para que le concedieran el carné de lector. <strong>La</strong> sala de lectura, con<br />
cientos de asientos, tenía un mostrador en el centro, donde Einar tuvo que rellenar un<br />
formulario personal para indicar el motivo de su visita: investigar sobre una <strong>chica</strong><br />
perdida. También escribió en unas hojitas de papel el título de los libros que quería.<br />
<strong>La</strong> bibliotecaria que estaba sentada tras el mostrador tenía una suave pelusa en las<br />
mejillas y llevaba un broche de concha para sujetarse el flequillo. Se llamaba Anne-<br />
Marie, y hablaba tan bajo que Einar tuvo que inclinarse hacia ella hasta captar su<br />
aliento, que olía a cacahuete. Cuando Einar le pasó las hojitas de papel con los títulos<br />
de media docena de libros científicos sobre problemas sexuales, la <strong>chica</strong> se sonrojó,<br />
pero enseguida, sin más, se dispuso a cumplir con su deber.<br />
Einar se sentó a una de las largas mesas de lectura. Un estudiante, a pocas sillas<br />
de distancia de él, levantó la mirada de sus notas para echarle una ojeada, luego<br />
volvió a su trabajo. <strong>La</strong> sala estaba fría, y la luz de la lámpara hacía brillar miríadas de<br />
motas de polvo. <strong>La</strong> larga mesa estaba llena de arañazos. Cada vez que alguien volvía<br />
una página, el ruido que hacía parecía llenar la estancia. Einar temía tener un aspecto<br />
sospechoso, por acudir allí a su edad, llevar los pantalones arrugados y exhalar un<br />
evidente y pegajoso olor a sudor. ¿No sería mejor que fuese al cuarto de aseo y se<br />
acicalase un poco ante el espejo?<br />
Anne-Marie le trajo personalmente los libros a la mesa y lo único que dijo fue:<br />
—Hoy cerramos a las cuatro.<br />
Einar pasó la mano sobre los libros. Tres estaban en alemán, dos en francés, y el<br />
último procedía de Norteamérica. El más reciente se llamaba Indeterminación sexual,<br />
había sido publicado en Viena y era obra del profesor Johann Hoffmann. El profesor<br />
Hoffmann había realizado experimentos con conejillos de Indias y ratas. En uno de<br />
ellos, consiguió implantar y hacer crecer en una rata que había sido macho glándulas<br />
mamarias lo suficientemente abundantes para dar de mamar a toda la camada de una<br />
rata hembra. «Sin embargo», escribía el profesor Hoffmann, «no me fue posible<br />
conseguir que quedase embarazada.»<br />
Einar levantó la vista del libro. El estudiante se había quedado dormido sobre su<br />
cuaderno de notas. Anne-Marie estaba ocupada cargando un carrito con libros. Einar<br />
se vio mentalmente como una rata que había sido macho. En su cabeza una rata hacía<br />
girar, incansable, una de esas ruedas que se les ponen en las jaulas para que jueguen.<br />
<strong>La</strong> rata no podía parar. Era demasiado tarde. El experimento tenía que continuar.<br />
¿Qué era eso que siempre estaba repitiendo Greta? Ah, sí, que lo peor que se puede<br />
hacer en este mundo es rendirse. Y lo decía gesticulando en el aire con las manos,<br />
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