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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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había esfumado.<br />

Y entonces el hombre abrió la puerta y la volvió a cerrar rápidamente. Se quedó<br />

de pie, con la espalda apoyada contra ella, jadeante. Era aproximadamente de la<br />

misma edad que Einar, pero canoso en las sienes, patilludo. Tenía la piel oscura y la<br />

nariz larga. Llevaba un abrigo negro, abotonado hasta la garganta. Despedía un<br />

olorcillo salado. Einar siguió sentado, como estaba, con el hombre a dos o tres<br />

palmos de él. El desconocido hizo un gesto con la cabeza, como saludándolo, y Einar<br />

se llevó la mano a la frente.<br />

El hombre sonrió. Sus dientes parecían cortantes, angulosos. Daba la impresión<br />

de tener más dientes que la mayoría de los hombres. Se diría que la parte inferior de<br />

su rostro constaba únicamente de dientes.<br />

—Me gustas mucho —dijo el hombre.<br />

Einar se retrepó en el sillón. Al hombre pareció gustarle lo que veía. Se<br />

desabotonó el abrigo y lo abrió. Debajo llevaba un traje cruzado a rayas. El nudo de<br />

su corbata tenía forma de diamante. Su aspecto era serio y formal, excepto por un<br />

detalle: llevaba la bragueta abierta, y por ella asomaba la punta de su pene.<br />

Dio un paso hacia Einar. Luego, otro. <strong>La</strong> cabeza de su pene sobresalía ahora del<br />

prepucio. Olía a sal, y Einar se puso a pensar de pronto en las playas de Jutlandia, de<br />

Skagen, donde su madre fue depositada en el mar en una red de pescar bien limpia de<br />

agallas. El pene del hombre ya estaba a sólo unos pocos centímetros de la boca de<br />

Einar, y éste cerró los ojos. Por su cabeza pasó una confusión de imágenes: la posada<br />

de la bahía, con su tejado de algas, los bloques de turba apilados junto a las turberas,<br />

el pedrusco blanco moteado de mica, Hans levantando el pelo imaginario de su<br />

cuello, para atar el delantal.<br />

<strong>La</strong> boca de Einar se abrió. Creía notar ya un sabor amargo y caliente, y justo<br />

cuando sacó la lengua y el hombre dio el paso final hacia él, justo cuando<br />

comprendió que Lili iba a quedarse definitivamente y él tendría que desaparecer muy<br />

pronto, justo entonces, sonaron fuertes golpes en la puerta; los daba Madame Jasmin-<br />

Carton, que decía a gritos que los dos tenían que salir de allí inmediatamente, que<br />

chillaba, muy irritada, llena de repulsión, mientras su gato maullaba tan<br />

violentamente como su dueña, igual que si alguien acabase de darle un pisotón en el<br />

rabo que había perdido hacia ya tantísimo tiempo.<br />

Se iniciaba ya la tarde cuando Einar salió de la casa de Madame Jasmin-Carton.<br />

Ésta le había dado menos de un minuto para vestirse como pudo y abandonar su casa<br />

para siempre. Y allí estaba, en la calle, con la ropa arrugada, la camisa fuera de los<br />

pantalones y la corbata en la mano. El dueño del estanco, que estaba apoyado contra<br />

su puerta, rascándose el bigote, lo miró al pasar. No había nadie más en la calle. Einar<br />

había abrigado la esperanza de que el hombre estaría esperándole a la puerta de la<br />

casa de Madame Jasmin-Carton, y entonces podrían ir al pequeño bar que había a la<br />

vuelta de la esquina, a tomarse un café, o tal vez una botella de vino tinto. Pero no, no<br />

estaba allí, sólo se veía al dueño del estanco y un perrito castaño.<br />

www.lectulandia.com - Página 123

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