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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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haberse levantado de repente dentro de Einar, igual que la persiana de la ventanilla, y<br />

le permitía ver, más claramente que nunca, que no era más que una máscara. Con sólo<br />

quitarse los pantalones y la corbata a rayas, que era un regalo de Greta por su último<br />

cumpleaños, aparecía Lili. Era algo que sabía desde hacía mucho tiempo. A Einar le<br />

quedaban once meses. Su año de plazo iba pasando. Hacía calor en aquella<br />

habitación, y reflejada en la ventana vio la frente de Lili húmeda de sudor, una<br />

reluciente media luna.<br />

El bailarín seguía, al parecer, sin darse cuenta de que le observaban Einar y el<br />

otro hombre. Tenía los ojos cerrados, sus caderas se mecían, matas de pelo negro le<br />

asomaban por los sobacos. El hombre que estaba al otro extremo de la habitación<br />

seguía mirándolo, su sonrisa era cada vez más amplia. <strong>La</strong> luz cambió de pronto, y<br />

Einar vio que sus ojos se habían vuelto casi dorados.<br />

En pie junto a la ventanilla, Einar comenzó a acariciarse las tetillas a través de la<br />

camisola. Tenía los pezones duros, y le dolían. Mientras se los acariciaba, sintió que<br />

todo su cuerpo temblaba como un flan. <strong>La</strong>s rodillas parecían incapaces de sostenerlo,<br />

y el sudor le corría por la espalda. Se apartó de la ventanilla para que el hombre<br />

pudiera ver mejor sus caderas enfundadas en seda, para que le viera las piernas, tan<br />

suaves como peludas eran las del chico. Einar quería que el hombre viese el cuerpo<br />

de Lili. Se apartó lo suficiente para que pudiese verlo entero, aunque él, desde aquel<br />

punto de la sala número tres, ya no podía ver al hombre. Le daba igual. Y así estuvo<br />

Einar varios minutos, acariciándose las tetillas, voluptuoso, ante la ventanilla,<br />

imitando los movimientos que había visto hacer a las <strong>chica</strong>s que bailaban al otro lado<br />

del cristal de la derecha durante los meses en que las había observado.<br />

Cuando Einar se acercó más a la ventanilla y miró al cuarto contiguo, tanto el<br />

hombre como el muchacho ya se habían ido. Inmediatamente, se sintió violento.<br />

¿Cómo había caído tan bajo, hasta el punto de mostrar su cuerpo, de tan extraña<br />

forma, la camisola que cubría su suave pecho liso masculino, su entrepierna, pálida y<br />

suave, casi plateada bajo la luz, a una pareja de extraños? Se sentó en el sillón, sobre<br />

el montón de ropa, y levantó las rodillas contra el pecho.<br />

Y entonces se oyó un pequeño golpe contra la puerta, luego un segundo. Y luego<br />

un tercero.<br />

—¿Quién es? —preguntó Einar.<br />

—Soy yo. —Era una voz de hombre.<br />

Einar no dijo nada y siguió quieto en su sillón. Aquello era lo que siempre había<br />

deseado más que ninguna otra cosa en el mundo, sin atreverse jamás a confesárselo a<br />

sí mismo.<br />

Y entonces dieron otros dos golpes a la puerta. Einar tenía la boca seca; el<br />

corazón parecía ir a salírsele del pecho. Quería que el hombre que llamaba se sintiese<br />

bienvenido. Silencioso, en su sillón, Einar deseaba que el hombre estuviese seguro de<br />

que todo iba a pedir de boca.<br />

Pero no ocurrió nada, y Einar se dijo que la oportunidad de…, de lo que fuera, se<br />

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