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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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vueltas, bailando, en torno a un caballo de balancín.<br />

Pero Einar nunca había tocado la persiana de la otra ventana. Esto se debía a que<br />

sabía lo que vería tras el cristal. Y algo en lo más íntimo de su ser le decía que, si<br />

levantaba la persiana de la ventana de la izquierda, ya nunca más volvería a tocar la<br />

otra.<br />

Aquel día, sin embargo, se sentía como si no hubiera más que una ventana en la<br />

sala número tres, y fuera la de la izquierda. De modo que tiró de la persiana, que<br />

subió con un golpecito seco, y miró.<br />

Al otro lado del cristal había una habitación pintada de negro, con suelo de tablas<br />

separadas en las junturas. También había una cajita, igualmente pintada de negro,<br />

sobre la que un chico joven había apoyado un pie. Sus piernas eran peludas, y<br />

recordaron a Einar los brazos de Madame Jasmin-Carton. Era un chico de altura<br />

normal, un poco blando hacia la cintura y con el pecho liso. Le colgaba la lengua de<br />

la boca y tenía las manos apoyadas en las caderas. <strong>La</strong>s mecía de un modo que agitaba<br />

su erecto pene. De su sonrisa, Einar dedujo que aquel chico estaba enamorado de sí<br />

mismo.<br />

Perdió la noción del tiempo que llevaba mirando al chico, que se contoneaba<br />

sobre sus pies y cuyo pene crecía y menguaba como una palanca que subiese y<br />

bajase. Einar no recordaba haberse levantado del sillón para apretar la nariz contra el<br />

cristal, pero así es como se dio cuenta de repente que estaba. Tampoco recordaba<br />

haberse desabrochado los pantalones, pero se le habían caído hasta los tobillos. No<br />

sabía cuándo se había quitado la chaqueta, la corbata y la camisa, pero esas prendas<br />

estaban a su lado, en un montón, sobre el sillón verde.<br />

Otras ventanillas, además de la suya, daban al cuarto donde estaba el chico. Y en<br />

una de ellas, justo enfrente de Einar, había un hombre que sonreía gozoso; Einar<br />

apenas distinguía su rostro, sólo aquella ardiente sonrisa que daba la impresión de<br />

brillar con luz propia. Al hombre parecía gustarle el chico tanto como a él, a juzgar<br />

por el ardor de su sonrisa. Por fin, al cabo de unos minutos de mirar fijamente aquel<br />

rostro, Einar consiguió verle los ojos. Le parecieron azules, y ya no estaban clavados<br />

en el chico, que ahora tenía el pene en una mano mientras con la otra se acariciaba un<br />

pezón, sino en él. El hombre abrió aún más los labios, y el ardor de su sonrisa se<br />

intensificó.<br />

Einar se quitó los pantalones y los dejó sobre el sillón verde. Ahora era mitad<br />

Einar mitad Lili. Un hombre con las bragas color gris ostra de Lili, y con la camisola<br />

de Lili, que le colgaba delicadamente de los hombros. Einar captó un tenue reflejo de<br />

sí mismo en el cristal de la ventana. Le sorprendió no sentirse extravagante o ridículo,<br />

sino, simplemente —era la primera vez que usaba tal palabra para definir a Lili—,<br />

bonita. Lili ahora se sentía relajada; sus hombros blancos y desnudos se reflejaban en<br />

el cristal, y también el bonito hoyuelo que tenía en la base de la garganta. Encontraba<br />

la cosa más natural del mundo que un hombre estuviese mirándola vestida sólo con<br />

ropa interior, y con las tiras de la camisola colgándole de los hombros. Algo parecía<br />

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