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conocer a Einar.<br />
Greta tenía razón, y sin embargo había algo en Einar que quería que Lili fuese la<br />
primera en conocer a Carlisle, como si Lili fuera su mejor mitad. Colgó la falda de<br />
cuadros en el armario ropero y se desnudó hasta quedarse en ropa interior. Era de<br />
seda color gris ostra, y muy suave. Al andar hacía un ligero frufrú. Einar no quería<br />
cambiarse la ropa interior de seda por calzoncillos y camiseta de lana, que le picaban<br />
y en los días de verano parecían acumular el calor hasta hacerle sentirse incómodo.<br />
Además, no quería ver a Lili doblada y guardada en el armario ropero, no le gustaba<br />
nada que desapareciera así. Cuando cerraba los ojos, ella era lo único que veía, no le<br />
era posible imaginarse a sí mismo.<br />
Se puso un traje y salió del apartamento.<br />
—¿Adónde vas? —le preguntó Greta—. Carlisle estará aquí de un momento a<br />
otro.<br />
El cielo estaba despejado. <strong>La</strong>rgas sombras frescas se extendían desde los edificios<br />
que flanqueaban la calle. <strong>La</strong> basura de la cuneta estaba húmeda. Einar se sentía solo,<br />
y se preguntó si habría jamás alguien en el mundo que llegase a conocerlo. El viento<br />
barría la calle, y Einar lo sentía como si le pasase entre las costillas.<br />
Fue hasta la corta calle que pasaba al norte de Les Halles. No había mucha gente,<br />
sólo se veía al dueño del estanco, que estaba apoyado contra el marco de su puerta;<br />
una mujer gorda esperaba el autobús, y un hombre pasó con un traje que le iba muy<br />
estrecho y el bombín bien encajado en la cabeza.<br />
Al entrar en el portal del número 22 vio un chal manchado de vino caído sobre la<br />
escalera que conducía a la puerta de Madame Jasmin-Carton.<br />
—Temprano viene hoy —le dijo la propietaria, que acariciaba a su gato.<br />
Tendió a Einar la llave de la sala número tres, la que ocupaba habitualmente. El<br />
sillón estaba tapizado de lana verde. <strong>La</strong> papelera de alambre siempre estaba vacía,<br />
para dar la falsa ilusión de que nadie más usaba nunca aquella estancia. Y las dos<br />
ventanillas que había en lados opuestos tenían las persianas bajadas. Einar siempre<br />
subía la de la derecha. Tiraba del tenso cordón y la persiana se enrollaba con un ruido<br />
seco. Ya había perdido la cuenta de las veces que se había sentado en aquel sillón<br />
verde y su aliento empañaba la ventana mientras una <strong>chica</strong>, mostrando sus genitales,<br />
bailaba al otro lado del cristal. Aquello se había convertido en una costumbre casi<br />
diaria, como bañarse en los bains o dar un paseo hasta la esquina de la rue Étienne-<br />
Marcel para recoger la correspondencia en Correos, que en su mayor parte era<br />
siempre para Greta. Madame Jasmin-Carton siempre le cobraba cinco francos; Einar<br />
nunca se atrevió a pedirle que le hiciese un descuento por su asiduidad, en parte,<br />
porque no estaba demasiado seguro de que se lo haría. Pero se le permitía permanecer<br />
en la sala número tres todo el tiempo que quisiese, y a veces se quedaba sentado en el<br />
sillón verde durante medio día. Incluso había dormido allí. En una ocasión llevó<br />
consigo una baguette, una manzana y un poco de queso gruyère y comió al mediodía,<br />
mientras una mujer con un vientre que le colgaba como un saco de arena daba<br />
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