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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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conocer a Einar.<br />

Greta tenía razón, y sin embargo había algo en Einar que quería que Lili fuese la<br />

primera en conocer a Carlisle, como si Lili fuera su mejor mitad. Colgó la falda de<br />

cuadros en el armario ropero y se desnudó hasta quedarse en ropa interior. Era de<br />

seda color gris ostra, y muy suave. Al andar hacía un ligero frufrú. Einar no quería<br />

cambiarse la ropa interior de seda por calzoncillos y camiseta de lana, que le picaban<br />

y en los días de verano parecían acumular el calor hasta hacerle sentirse incómodo.<br />

Además, no quería ver a Lili doblada y guardada en el armario ropero, no le gustaba<br />

nada que desapareciera así. Cuando cerraba los ojos, ella era lo único que veía, no le<br />

era posible imaginarse a sí mismo.<br />

Se puso un traje y salió del apartamento.<br />

—¿Adónde vas? —le preguntó Greta—. Carlisle estará aquí de un momento a<br />

otro.<br />

El cielo estaba despejado. <strong>La</strong>rgas sombras frescas se extendían desde los edificios<br />

que flanqueaban la calle. <strong>La</strong> basura de la cuneta estaba húmeda. Einar se sentía solo,<br />

y se preguntó si habría jamás alguien en el mundo que llegase a conocerlo. El viento<br />

barría la calle, y Einar lo sentía como si le pasase entre las costillas.<br />

Fue hasta la corta calle que pasaba al norte de Les Halles. No había mucha gente,<br />

sólo se veía al dueño del estanco, que estaba apoyado contra el marco de su puerta;<br />

una mujer gorda esperaba el autobús, y un hombre pasó con un traje que le iba muy<br />

estrecho y el bombín bien encajado en la cabeza.<br />

Al entrar en el portal del número 22 vio un chal manchado de vino caído sobre la<br />

escalera que conducía a la puerta de Madame Jasmin-Carton.<br />

—Temprano viene hoy —le dijo la propietaria, que acariciaba a su gato.<br />

Tendió a Einar la llave de la sala número tres, la que ocupaba habitualmente. El<br />

sillón estaba tapizado de lana verde. <strong>La</strong> papelera de alambre siempre estaba vacía,<br />

para dar la falsa ilusión de que nadie más usaba nunca aquella estancia. Y las dos<br />

ventanillas que había en lados opuestos tenían las persianas bajadas. Einar siempre<br />

subía la de la derecha. Tiraba del tenso cordón y la persiana se enrollaba con un ruido<br />

seco. Ya había perdido la cuenta de las veces que se había sentado en aquel sillón<br />

verde y su aliento empañaba la ventana mientras una <strong>chica</strong>, mostrando sus genitales,<br />

bailaba al otro lado del cristal. Aquello se había convertido en una costumbre casi<br />

diaria, como bañarse en los bains o dar un paseo hasta la esquina de la rue Étienne-<br />

Marcel para recoger la correspondencia en Correos, que en su mayor parte era<br />

siempre para Greta. Madame Jasmin-Carton siempre le cobraba cinco francos; Einar<br />

nunca se atrevió a pedirle que le hiciese un descuento por su asiduidad, en parte,<br />

porque no estaba demasiado seguro de que se lo haría. Pero se le permitía permanecer<br />

en la sala número tres todo el tiempo que quisiese, y a veces se quedaba sentado en el<br />

sillón verde durante medio día. Incluso había dormido allí. En una ocasión llevó<br />

consigo una baguette, una manzana y un poco de queso gruyère y comió al mediodía,<br />

mientras una mujer con un vientre que le colgaba como un saco de arena daba<br />

www.lectulandia.com - Página 120

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