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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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veces a Greta en el oscuro vestíbulo y la llevaba a su oficina de la rue de Rivoli.<br />

Había accedido a interesarse por la carrera de Greta. Pero, en el momento de cruzar el<br />

Pont Neuf, Hans le ponía una mano en la espalda y le decía:<br />

—Me imagino que no tengo necesidad de decirte lo guapa que eres.<br />

<strong>La</strong> primera vez que ocurrió esto, Greta le apartó bruscamente la mano, pensando<br />

que se la habría puesto allí sin darse cuenta. Pero luego, una semana más tarde,<br />

volvió a ocurrir lo mismo. Y la cosa volvió a repetirse. A la cuarta vez, Greta se dijo<br />

que no podía permitir que Hans la tocase de aquella manera. ¿De lo contrario cómo<br />

volver a mirar a Einar a los ojos?, se preguntaba mientras Hans le acariciaba la espina<br />

dorsal al cruzar juntos el río. Yendo así con Hans, Greta no sentía nada, ni por dentro<br />

ni por fuera, sólo aquella mano apoyada contra su espalda. Le recordaba que su<br />

marido llevaba mucho tiempo sin tocarla.<br />

Siguieron andando así camino de la oficina de Hans. Entraron en el estudio sin<br />

ventanas que había detrás del despacho principal, donde Hans guardaba los<br />

archivadores en los que estaban los nombres de las personas que quería que Greta<br />

conociese. Abrió una carpeta y fue mostrándole con el dedo los nombres de los<br />

protectores de las artes que conocía:<br />

—Deberías escribir a éste…, y a éste…, pero a éste, por el contrario, más vale<br />

que le evites.<br />

En pie junto a Hans, Greta creyó sentir la presión de un dedo contra su brazo,<br />

pero esto no era posible, porque Hans sostenía la carpeta abierta con ambas manos.<br />

Creyó volver a sentir su contacto, esta vez contra la espalda, pero, no, tampoco podía<br />

ser, Hans no había soltado todavía la carpeta.<br />

—¿Piensas que las cosas nos irán bien aquí? —preguntó Greta.<br />

Una sonrisa hendió los labios de Hans:<br />

—¿Qué quieres decir?<br />

—A Einar y a mí, aquí, en París. ¿Piensas que las cosas nos irán bien?<br />

<strong>La</strong> sonrisa desapareció.<br />

—Sí, por supuesto, os tenéis el uno al otro —dijo. Y añadió—: Pero no olvides<br />

que también me tienes a mí.<br />

El rostro de Hans se inclinaba ahora casi imperceptiblemente hacia ella. Había<br />

algo entre ellos, y no era la carpeta, sino alguna otra cosa. No se dijeron nada.<br />

«Pero Hans no puede ser para mí», se dijo Greta. «Si hay alguien que debiera<br />

tener a Hans, es Lili.»<br />

Aunque hacía fresco en el estudio, Greta de pronto se sintió acalorada y como<br />

pegajosa, igual que si una húmeda película de suciedad la cubriese por entero.<br />

¿Habría hecho acaso algo irremediablemente malo?<br />

—Me gustaría que fueses mi marchante —dijo Greta—, me gustaría que te<br />

encargases de mis cuadros.<br />

—Pero sólo me ocupo de maestros antiguos y de cuadros del siglo XIX.<br />

—Pues a lo mejor ha llegado el momento de que te ocupes de un pintor moderno.<br />

www.lectulandia.com - Página 115

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