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veces a Greta en el oscuro vestíbulo y la llevaba a su oficina de la rue de Rivoli.<br />
Había accedido a interesarse por la carrera de Greta. Pero, en el momento de cruzar el<br />
Pont Neuf, Hans le ponía una mano en la espalda y le decía:<br />
—Me imagino que no tengo necesidad de decirte lo guapa que eres.<br />
<strong>La</strong> primera vez que ocurrió esto, Greta le apartó bruscamente la mano, pensando<br />
que se la habría puesto allí sin darse cuenta. Pero luego, una semana más tarde,<br />
volvió a ocurrir lo mismo. Y la cosa volvió a repetirse. A la cuarta vez, Greta se dijo<br />
que no podía permitir que Hans la tocase de aquella manera. ¿De lo contrario cómo<br />
volver a mirar a Einar a los ojos?, se preguntaba mientras Hans le acariciaba la espina<br />
dorsal al cruzar juntos el río. Yendo así con Hans, Greta no sentía nada, ni por dentro<br />
ni por fuera, sólo aquella mano apoyada contra su espalda. Le recordaba que su<br />
marido llevaba mucho tiempo sin tocarla.<br />
Siguieron andando así camino de la oficina de Hans. Entraron en el estudio sin<br />
ventanas que había detrás del despacho principal, donde Hans guardaba los<br />
archivadores en los que estaban los nombres de las personas que quería que Greta<br />
conociese. Abrió una carpeta y fue mostrándole con el dedo los nombres de los<br />
protectores de las artes que conocía:<br />
—Deberías escribir a éste…, y a éste…, pero a éste, por el contrario, más vale<br />
que le evites.<br />
En pie junto a Hans, Greta creyó sentir la presión de un dedo contra su brazo,<br />
pero esto no era posible, porque Hans sostenía la carpeta abierta con ambas manos.<br />
Creyó volver a sentir su contacto, esta vez contra la espalda, pero, no, tampoco podía<br />
ser, Hans no había soltado todavía la carpeta.<br />
—¿Piensas que las cosas nos irán bien aquí? —preguntó Greta.<br />
Una sonrisa hendió los labios de Hans:<br />
—¿Qué quieres decir?<br />
—A Einar y a mí, aquí, en París. ¿Piensas que las cosas nos irán bien?<br />
<strong>La</strong> sonrisa desapareció.<br />
—Sí, por supuesto, os tenéis el uno al otro —dijo. Y añadió—: Pero no olvides<br />
que también me tienes a mí.<br />
El rostro de Hans se inclinaba ahora casi imperceptiblemente hacia ella. Había<br />
algo entre ellos, y no era la carpeta, sino alguna otra cosa. No se dijeron nada.<br />
«Pero Hans no puede ser para mí», se dijo Greta. «Si hay alguien que debiera<br />
tener a Hans, es Lili.»<br />
Aunque hacía fresco en el estudio, Greta de pronto se sintió acalorada y como<br />
pegajosa, igual que si una húmeda película de suciedad la cubriese por entero.<br />
¿Habría hecho acaso algo irremediablemente malo?<br />
—Me gustaría que fueses mi marchante —dijo Greta—, me gustaría que te<br />
encargases de mis cuadros.<br />
—Pero sólo me ocupo de maestros antiguos y de cuadros del siglo XIX.<br />
—Pues a lo mejor ha llegado el momento de que te ocupes de un pintor moderno.<br />
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