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contestar, añadió—: Nos marchamos inmediatamente.<br />
Cuando Lili llegó a París, llamó a la puerta de la habitación de Greta. Ahora tenía<br />
el pelo más largo y más oscuro, con la reluciente pátina de los muebles de caoba, y se<br />
lo echaba hacia atrás con dos peinetas adornadas con perlitas. Llevaba un vestido que<br />
Greta nunca le había visto hasta entonces. Era de seda púrpura, con un cuello<br />
escotado que descendía hasta el comienzo de unos pequeños pechos.<br />
—¿Te has comprado un vestido nuevo? —preguntó Greta.<br />
Esta pregunta, por alguna razón incomprensible, hizo sonrojarse a Lili, pues en su<br />
garganta y su pecho apareció de pronto una nube roja. A Greta la llenaron de<br />
curiosidad aquellos incipientes senos de Lili, y se preguntó cómo se las habría<br />
arreglado Einar para conseguir semejante efecto. ¿Era acaso su pecho masculino lo<br />
bastante maleable para hincharse bajo la presión de una faja tubular y producir así un<br />
par de senos?<br />
Fueron al Palais Garnier para oír el Fausto, y Greta se dio cuenta inmediatamente<br />
de que los hombres se fijaban en Lili al verla subir, como flotando, las escaleras de<br />
barandilla dorada.<br />
—El hombre ese de pelo negro te está mirando. Si no nos comportamos con<br />
seriedad, vendrá a hablarnos.<br />
Sus asientos estaban junto a los de una pareja que acababa de volver de<br />
California.<br />
—Doce meses en Los Ángeles —comentó el hombre—, mi mujer tuvo que<br />
arrancarme de allí.<br />
Dijo que habían ido a Pasadena el día de Año Nuevo para ver el Torneo de las<br />
Rosas.<br />
—Hasta las crines de los caballos estaban sembradas de flores —explicó la mujer.<br />
Entonces empezó la ópera, y Greta se dispuso a escucharla. Encontraba difícil<br />
concentrar su atención en el doctor Fausto, que estaba muy pesaroso en su oscuro<br />
laboratorio, teniendo a Lili a su derecha y a su izquierda a un hombre que acababa de<br />
pasar junto a la casa de su familia en el Orange Grove Boulevard. <strong>La</strong> pierna le picaba<br />
ligeramente; sin darse cuenta de lo que hacía, se puso a frotarse el hueso de la<br />
muñeca. Tenía el presentimiento de que aquella noche era el inicio de algo<br />
importante. ¿Qué era lo que Carlisle solía decir de ella? Ah, sí, que no era posible<br />
parar a la vieja Greta una vez que se decidía a ponerse en marcha. Nadie, lo que se<br />
dice nadie, podía pararla.<br />
En el descanso, Lili y la mujer del vecino de Greta se excusaron y se alejaron. El<br />
hombre, que era de mediana edad y llevaba barba, se inclinó hacia Greta y le<br />
preguntó:<br />
—¿Podría verme más tarde con su prima?<br />
Pero Greta no le concedió a Lili. De la misma manera que tampoco se concedería<br />
más tarde a sí misma la satisfacción de sus propios anhelos, sobre todo porque apenas<br />
podía identificarlos. Cuando aún vivían en el hotel de Oscar Wilde, Hans recogía a<br />
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