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Einar volvería a aquel lugar y se mataría.<br />
Esto le hizo erguirse. No podía seguir soportando el caos que era su vida. Greta<br />
conservaba una pistola plateada de sus días californianos. A veces, la había llevado<br />
escondida en la liga. Volvería al parque con ella y, en la noche negra de mayo, la<br />
apoyaría contra su sien y apretaría el gatillo.<br />
Oyó pasos que se acercaban y levantó la vista de su regazo. Era Martine, que<br />
parecía asustada, pero decidida. Dejó de correr y se le acercó poco a poco, con las<br />
suaves manos extendidas. Entre Einar y Martine estaba la cola de la cometa,<br />
convertida ahora en un montón de guiñapos de papel cogidos a una cuerda. Martine<br />
deseaba recogerla, y, por la sonrisita que asomaba a su rostro ceñudo, Einar se dio<br />
cuenta de que quería ser su amiga. Se inclinó, cogió la cola y rompió a reír, con el<br />
rostro súbitamente animado. Le hizo una inclinación y le dijo: «Merci!», y Einar<br />
sintió que todo cuanto sabía de sí mismo se volvía súbitamente inteligible: el delantal<br />
de algodón ceñido a la cintura, su cabeza entre las manos jóvenes de Greta, Lili con<br />
sus zapatos amarillo mostaza en la Casa de las Viudas, Lili bañándose aquella misma<br />
mañana en la piscina. Einar y Lili eran una sola persona, pero ya era hora de que se<br />
dividiesen en dos. Tenía un año de plazo.<br />
—¡Martine!, ¡Martine! —gritó la niñera, y los zapatos de hebilla de la niña<br />
apisonaron rápidamente el guijo.<br />
Un año, se dijo Einar, y entonces, de nuevo, por encima del hombro, Martine<br />
volvió a decirle, con voz alegre: «Merci!», expresión que acompañó con un ademán<br />
para despedirse, mientras Einar y Lili, al unísono, le decían adiós con la mano.<br />
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