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saludó. Se fue de la estancia llevándose el traje de sarga bajo el brazo. Y entonces, al<br />
bajar la vista, Einar descubrió en su entrepierna una mancha que desprendía un<br />
olorcillo salado, como si se le hubiese volcado encima un vasito de agua de mar. Y<br />
entonces tuvo clara conciencia de algo que, seguramente, su subconsciente siempre<br />
había sabido: deseaba que aquel joven hiciese lo mismo con Lili. Que la besase justo<br />
antes de que su pecho enrojeciese y su boca se contrajese de placer porque estaba a<br />
punto de eyacular.<br />
Después de esto, Einar fue a sentarse al banco de la place des Vosges. Se<br />
desabotonó el abrigo para dejar que su entrepierna, que había limpiado en el lavabo<br />
de Madame Jasmin-Carton, se secase al aire libre. Había niños jugando en torno a la<br />
fuente, salpicándose y empujando aros por los caminos de grava, y una niña hacía<br />
una cometa de papel en forma de murciélago. <strong>La</strong>s niñeras hablaban en voz alta por<br />
encima de sus cochecitos, aparcados en círculo. Einar apartó la vista de ellas, molesto<br />
por la mancha que aún se le notaba en la entrepierna. El sol había calentado el agua<br />
de la piscina aquella mañana, pero ahora se escondía de vez en cuando tras las nubes.<br />
Entonces el parque se volvía repentinamente grisáceo, y los niños parecían<br />
convertirse en simples calcomanías de sí mismos. <strong>La</strong> mancha de la entrepierna de<br />
Einar no acababa de secarse. <strong>La</strong> lana húmeda le recordaba a los perros de la granja de<br />
Bluetooth, cuando volvían calados hasta los huesos tras una jornada dedicada a cazar<br />
ranas. Estaban mojados e irascibles, tenían el pelaje apelmazado, y parecía que nunca<br />
acabarían de perder aquel olor a humedad.<br />
<strong>La</strong> niñita de la cometa soltó de pronto un grito. <strong>La</strong> cuerda se le había escapado de<br />
entre los dedos y la cometa se balanceaba en el cielo. Ella la seguía corriendo con la<br />
mano extendida, y el lazo que le sujetaba el pelo le golpeaba las orejas. Su niñera le<br />
gritó que parase. <strong>La</strong> mujer parecía enfadada, y su enrojecido rostro presagiaba<br />
tormenta. <strong>La</strong> cometa empezó a caer a trompicones hacia el suelo, y el negro papel se<br />
agitaba dentro del marco. Finalmente, cayó a los pies de Einar.<br />
<strong>La</strong> niñera recogió la cometa del suelo con rapidez al mismo tiempo que soltaba un<br />
bufido. Después cogió a la niña, a la que llamó Martine, por la muñeca y se la llevó<br />
junto al cochecito, teniéndola bien sujeta a su lado. <strong>La</strong>s otras niñeras seguían bajo un<br />
grupo de árboles, cogiendo sus cochecitos por el manillar. Cuando Martine y su<br />
niñera se unieron a ellas, todas miraron a Einar por encima del hombro con ojos<br />
recelosos. Luego se alejaron juntas, al son de los chirridos de las ruedas.<br />
Fue entonces cuando Einar se dio cuenta de que algo tenía que cambiar. Se había<br />
convertido en uno de esos individuos a quienes las niñeras temen en el parque. Era un<br />
hombre que tenía manchas sospechosas en el pantalón.<br />
Estaban en mayo de 1929, y Einar se dio a sí mismo un año, exactamente, de<br />
plazo. El parque se hallaba sumido en la penumbra, con el sol escondido tras las<br />
nubes. Los árboles, cuyas hojas se agitaban temblorosas, transmitían una sensación<br />
de frío. El viento seguía levantando el agua del surtidor y arrojándola sobre el guijo.<br />
Si dentro de un año, exactamente, Lili y Einar no habían resuelto sus problemas,<br />
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