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apartamento por la incomodidad tremenda que le suponía andar con aquella<br />
vestimenta por las calles de París. El chal colgaba del respaldo de la silla, casi<br />
revoloteando en torno a él, y Einar no acababa de atreverse a anudárselo a la cabeza y<br />
echárselo en torno al cuello, porque le daba la impresión de que aquel pedazo de gasa<br />
con un diseño de peras lo iba a estrangular. No pertenecía a él, sino a otra persona.<br />
Y así era como Einar salía de la piscina de señoras vestido con la ropa de Lili, con<br />
el gorro de baño de goma todavía en la cabeza, dejaba un franco en la mano, siempre<br />
extendida, de la encargada, y se deslizaba, como el patito sobre la superficie del agua,<br />
sin hacer caso del susurrado chismorreo de las señoras francesas que se quedaban allí<br />
hasta que llegase la hora de volver a casa para vigilar a sus criadas mientras daban de<br />
comer a los niños. Para entonces Einar, desgarbado y avergonzado con la ropa de Lili,<br />
ya estaba de vuelta en el apartamento, junto a Greta, que, en el transcurso de la<br />
mañana, había preparado su caballete y esbozado los trazos esenciales de un nuevo<br />
retrato de Lili.<br />
Un día de comienzos de mayo, Einar estaba sentado en la plaza des Vosges, en un<br />
banco situado bajo unos árboles. El viento levantaba el surtidor de la fuente, y el agua<br />
caía a sus pies y mojaba la grava color arena que se extendía en torno a él. Por la<br />
mañana Lili había ido a la piscina y por la tarde Einar había vuelto a la casa de<br />
Madame Jasmin-Carton para contemplar, a través del pequeño cristal oscuro, a un<br />
hombre y una mujer haciendo el amor en el suelo. Esto le había costado el triple de la<br />
entrada corriente; Madame Jasmin-Carton llevaba un mes anunciando el nuevo<br />
espectáculo en unas tarjetas que ponía en la pared sobre las ventanillas destinadas a<br />
los mirones. Esas tarjetas, que informaban de la celebración pública de un acto tan<br />
privado con letra cuidadosamente escrita, recordaron a Einar las notitas que solían<br />
usar Lili y Greta para comunicarse en los primeros días de aquélla en Dinamarca,<br />
como si en el aire cortante y sonoro de Copenhague hubiese algo que no pudiese<br />
soportar las palabras secretas que las dos se tenían que decir.<br />
El hombre, poco más que un adolescente, era alto, y tan delgado, que se le podían<br />
contar las costillas; tenía la piel entre blanca y azulada, y los ojos azules, como<br />
adormilados. Se quitó rápidamente el traje barato de sarga, y luego ayudó a la mujer,<br />
que era mayor que él, a desnudarse. Einar nunca había visto a un hombre, excepto a sí<br />
mismo, excitado sexualmente, con el erecto pene apuntando como la punta de una<br />
lanza. El pene del joven tenía la punta roja, y parecía viscoso y escocido. <strong>La</strong> mujer se<br />
lo metió con indiferencia, y justo en ese momento pareció recordar algo, pues puso<br />
cara de éxtasis. Los dos se agitaron durante unos minutos en el suelo de la pequeña<br />
habitación semicircular sumida en la penumbra, mientras, apretados contra el cristal<br />
de todas las ventanillas, se veían los rostros de hombres lo bastante viejos para ser<br />
abuelos del joven. Éste terminó muy pronto, y su semen describió finalmente un<br />
rápido arco que terminó en el rostro contraído de la mujer. El chico se levantó y<br />
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