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Justo a la salida del boulevard de Sebastopol, al norte de las Halles Centrales, había<br />
una calleja que tenía dos manzanas de longitud. Antes se la llamaba rue du Poivre,<br />
porque allí había prosperado, hasta que quebró, un almacén de pimienta. Luego se la<br />
llamó rue des Semaines, cuando había allí un hotel frecuentado por soldados que<br />
estaban de permiso. Por aquel entonces se la conocía, por lo menos popularmente,<br />
porque la placa azul con las letras blancas había desaparecido, por el nombre de rue<br />
de la Nuit. Los edificios de esa calle eran negros, con hollín en los alféizares, sobre<br />
las abandonadas farolas de gas, en el interior del urinario público, en el toldo<br />
desgarrado del estanco, en el que también podía adquirirse aguardiente y contratar los<br />
servicios de algunas mujeres. <strong>La</strong>s puertas de esa calle tenían números, pero no<br />
rótulos. Nadie, excepto el dueño del estanco, que llevaba un bigote rojo en el que<br />
quedaban atrapadas las migas de su brioche del desayuno, parecía vivir en esa calle o<br />
hacer allí negocios del tipo que fuese, legales o no. El número veintidós era una<br />
puerta con ventanillo de cristal de burbujas y un vestíbulo que apestaba como el<br />
urinario lleno de hollín. En la cima de la escalera, otra puerta, ésta con evidentes<br />
señales de haber recibido numerosas patadas, y más allá un mostrador con una mujer<br />
que se llamaba, o al menos eso decía, Madame Jasmin-Carton, y su gata sin rabo,<br />
Sophie.<br />
Madame Jasmin-Carton era una mujer gorda, relativamente joven todavía. En los<br />
antebrazos le crecía una tupida pelambre parda, en la que se enganchaban a veces sus<br />
pulseras de cadenilla de oro. En una ocasión le dijo a Einar que una de sus <strong>chica</strong>s se<br />
había escapado para casarse con un príncipe griego, y había dejado como recuerdo a<br />
Madame Jasmin-Carton la gata sin rabo. También le contó que, a lo largo de los años,<br />
entre los visitantes de sus salles de plaisir habían figurado, además de embajadores,<br />
un primer ministro y una docena larga de condes.<br />
Por cinco francos, Madame Jasmin-Carton entregaba a Einar una llave<br />
encadenada a una bola de latón. Esa llave le daba acceso a la salle número 3, una<br />
habitación estrecha con un sillón tapizado de lana verde, una papelera de alambre que<br />
siempre había sido cuidadosamente vaciada y dos ventanitas con las negras cortinillas<br />
bajadas. En el techo había una bombilla que iluminaba el sillón tapizado de verde. Un<br />
fuerte hedor a amoniaco no podía ocultar cierto olorcillo salado, acre y pegajoso.<br />
Ya corría el mes de mayo: dos días soleados y cálidos por cada día frío. <strong>La</strong><br />
estrecha habitación siempre estaba fría. En invierno Einar se sentaba en el sillón<br />
tapizado de verde con el abrigo puesto y miraba el vapor de su respiración. Todavía<br />
no había ido a casa de Madame Jasmin-Carton lo suficiente para saberlo, pero se<br />
imaginaba que en agosto las paredes deslustradas del cuarto —ya amarillas a fuerza<br />
de tabaco, y con manchas— sudarían por sí solas.<br />
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