02.05.2017 Views

La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

Una novela de David Ebershoff

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

13<br />

Justo a la salida del boulevard de Sebastopol, al norte de las Halles Centrales, había<br />

una calleja que tenía dos manzanas de longitud. Antes se la llamaba rue du Poivre,<br />

porque allí había prosperado, hasta que quebró, un almacén de pimienta. Luego se la<br />

llamó rue des Semaines, cuando había allí un hotel frecuentado por soldados que<br />

estaban de permiso. Por aquel entonces se la conocía, por lo menos popularmente,<br />

porque la placa azul con las letras blancas había desaparecido, por el nombre de rue<br />

de la Nuit. Los edificios de esa calle eran negros, con hollín en los alféizares, sobre<br />

las abandonadas farolas de gas, en el interior del urinario público, en el toldo<br />

desgarrado del estanco, en el que también podía adquirirse aguardiente y contratar los<br />

servicios de algunas mujeres. <strong>La</strong>s puertas de esa calle tenían números, pero no<br />

rótulos. Nadie, excepto el dueño del estanco, que llevaba un bigote rojo en el que<br />

quedaban atrapadas las migas de su brioche del desayuno, parecía vivir en esa calle o<br />

hacer allí negocios del tipo que fuese, legales o no. El número veintidós era una<br />

puerta con ventanillo de cristal de burbujas y un vestíbulo que apestaba como el<br />

urinario lleno de hollín. En la cima de la escalera, otra puerta, ésta con evidentes<br />

señales de haber recibido numerosas patadas, y más allá un mostrador con una mujer<br />

que se llamaba, o al menos eso decía, Madame Jasmin-Carton, y su gata sin rabo,<br />

Sophie.<br />

Madame Jasmin-Carton era una mujer gorda, relativamente joven todavía. En los<br />

antebrazos le crecía una tupida pelambre parda, en la que se enganchaban a veces sus<br />

pulseras de cadenilla de oro. En una ocasión le dijo a Einar que una de sus <strong>chica</strong>s se<br />

había escapado para casarse con un príncipe griego, y había dejado como recuerdo a<br />

Madame Jasmin-Carton la gata sin rabo. También le contó que, a lo largo de los años,<br />

entre los visitantes de sus salles de plaisir habían figurado, además de embajadores,<br />

un primer ministro y una docena larga de condes.<br />

Por cinco francos, Madame Jasmin-Carton entregaba a Einar una llave<br />

encadenada a una bola de latón. Esa llave le daba acceso a la salle número 3, una<br />

habitación estrecha con un sillón tapizado de lana verde, una papelera de alambre que<br />

siempre había sido cuidadosamente vaciada y dos ventanitas con las negras cortinillas<br />

bajadas. En el techo había una bombilla que iluminaba el sillón tapizado de verde. Un<br />

fuerte hedor a amoniaco no podía ocultar cierto olorcillo salado, acre y pegajoso.<br />

Ya corría el mes de mayo: dos días soleados y cálidos por cada día frío. <strong>La</strong><br />

estrecha habitación siempre estaba fría. En invierno Einar se sentaba en el sillón<br />

tapizado de verde con el abrigo puesto y miraba el vapor de su respiración. Todavía<br />

no había ido a casa de Madame Jasmin-Carton lo suficiente para saberlo, pero se<br />

imaginaba que en agosto las paredes deslustradas del cuarto —ya amarillas a fuerza<br />

de tabaco, y con manchas— sudarían por sí solas.<br />

www.lectulandia.com - Página 101

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!