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AFTER4

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CAPÍTULO 17<br />

Hardin<br />

Cuando abro la puerta del apartamento, me sorprendo al encontrar encendidas todas las luces.<br />

Tessa no suele dejarlas todas encendidas a la vez; está obsesionada con que no suba la factura de<br />

la luz.<br />

—¡Tess, ya he llegado. ¿Estás en el cuarto?! —grito.<br />

Huelo la cena en el horno, y una música tranquila suena en nuestro pequeño equipo.<br />

Tiro el archivador y las llaves sobre la mesa y voy en su busca. Pronto me doy cuenta de que<br />

la puerta del dormitorio está ligeramente abierta, y unas voces escapan serpenteando por el<br />

resquicio, como si cabalgaran sobre la música hasta el recibidor. En cuanto oigo su voz, abro la<br />

puerta de golpe con furia.<br />

—¡¿Qué coño estáis haciendo?! —grito, y mi voz retumba en las paredes del pequeño cuarto.<br />

—¡Hardin! ¿Qué haces aquí? —pregunta Tessa, como si me estuviera entrometiendo.<br />

Tira del edredón para cubrir su cuerpo desnudo, y una leve sonrisa se dibuja en sus labios.<br />

—¿Cómo que qué hago aquí? ¿Qué hace él aquí? —Señalo con un dedo acusador a Zed, que<br />

salta de la cama y empieza a ponerse el bóxer.<br />

Tessa sigue fulminándome con la mirada, como si fuese yo el que se está tirando a alguna<br />

zorra en nuestra cama.<br />

—No puedes seguir viniendo aquí, Hardin. —El tono de su voz es tan despectivo, tan burlón...<br />

—. Es la tercera vez en lo que llevamos de mes. —Suspira y baja la voz—. ¿Has estado bebiendo<br />

de nuevo? —La pregunta está cargada de fastidio y compasión.<br />

Zed se planta entonces delante de la cama como si estuviera protegiéndola, con los brazos<br />

planeando sobre su... su vientre abultado.<br />

«No...»<br />

—¿Estás...? —Soy incapaz de decirlo—. ¿Estás...? ¿Él y tú...?<br />

Ella suspira de nuevo y se envuelve mejor con el edredón.<br />

—Hardin, ya hemos hablado de esto infinidad de veces. Ya no vives aquí. No has vivido aquí<br />

desde... Ya ni me acuerdo, hará unos dos años. —Lo dice con una naturalidad pasmosa, y el modo<br />

en que sus ojos suplican a Zed que la ayude con mi intrusión no me pasa desapercibido.<br />

Confundido y sin aliento, me postro de rodillas ante ellos dos. Y al instante siento una mano<br />

sobre mi hombro.<br />

—Lo siento, pero tienes que irte. La estás molestando —me dice Zed con voz suave pero<br />

socarrona.<br />

—No puedes hacerme esto —le ruego a Tessa, alargando la mano hacia su barriga preñada.<br />

No puede ser real. Esto no puede ser real.

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