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CAPÍTULO 12<br />

Hardin<br />

—¡Joder, Scott! ¡Mírate! ¡Eres un puto mamut! —James se levanta del sofá y avanza hacia mí.<br />

Es cierto. En comparación con él y con Mark, estoy enorme.<br />

—¿Cuánto mides? ¿Dos putos metros? —Los ojos de James están vidriosos e inyectados en<br />

sangre, y sólo es la una del mediodía.<br />

—Uno noventa —lo corrijo, y me da la misma bienvenida amistosa que he recibido por parte de<br />

Mark, una mano firme sobre mi hombro.<br />

—¡Esto es genial! Tenemos que correr la voz de que has vuelto. Todo el mundo sigue aquí, tío.<br />

—James se frota las manos como si estuviera tramando algo grande, y ni siquiera quiero saber de qué<br />

puede tratarse.<br />

«¿Habrá encontrado ya Tessa su bolsa en el pasillo del hotel? ¿Qué habrá pensado? ¿Habrá<br />

llorado? ¿O ya está harta de llorar?»<br />

No quiero saber la respuesta a esa pregunta. No quiero imaginarme su cara al abrir la puerta. Ni<br />

siquiera tengo ganas de pensar cómo se habrá sentido al ver sólo un billete de avión en el bolsillo<br />

delantero de la bolsa. He sacado toda mi ropa de ella y la he echado sobre el asiento trasero de mi<br />

coche de alquiler.<br />

La conozco lo bastante bien como para saber que esperará una despedida por mi parte. Intentará<br />

buscarme antes de rendirse. Pero después de su último esfuerzo, se rendirá. No tendrá elección,<br />

porque no podrá encontrarme antes de su vuelo, y mañana ya estará lejos, muy lejos de mí.<br />

—¡Tío! —grita Mark mientras agita una mano delante de mi cara—. ¿Estás flipando o algo?<br />

—Perdón —digo, y me encojo de hombros.<br />

Pero entonces se me pasa algo por la cabeza: ¿y si Tessa se pierde por Londres buscándome?<br />

Mark me rodea los hombros con un brazo y me arrastra hasta la conversación que él y James<br />

están teniendo mientras deciden a quién invitar. Mencionan un montón de nombres familiares y unos<br />

cuantos de los que no he oído hablar, y empiezan a hacer llamadas para organizar una fiesta en pleno<br />

día, ladran horas y piden bebidas.<br />

Me separo de ellos, me dirijo a la cocina para buscar un vaso de agua y observo el apartamento<br />

por primera vez desde que he entrado por la puerta. Es un puto desastre. Parece la casa de la<br />

fraternidad los sábados y los domingos por la mañana. Nuestro apartamento jamás ha estado así, al<br />

menos no cuando Tessa vivía en él. Las encimeras nunca estaban repletas de cajas viejas de pizza, y<br />

en las mesas no había botellas de cerveza ni cachimbas. Joder, estoy reculando, y lo sé.<br />

Hablando de cachimbas, ni siquiera tengo que mirar hacia Mark y James para saber qué están<br />

haciendo en este momento. Oigo el burbujeo en la pipa de agua, y después percibo que el<br />

característico olor a hierba inunda el lugar.

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