AFTER4

06.04.2017 Views

Ella intentará convencerme de lo contrario; sé que lo hará. Dirá que el matrimonio ya no le importa, pero se estaría engañando a sí misma sólo para seguir conmigo. Eso dice mucho sobre mí, que la he manipulado para que me ame de ese modo tan incondicional. El masoquista que habita en mi interior empieza a dudar de su amor por mí mientras conduzco. «¿Me quiere tanto como dice, o sólo es adicta a mí?» Hay una gran diferencia, y cuanta más mierda me aguanta, más grande parece ser la adicción, la emoción de esperar a que vuelva a cagarla de nuevo para que ella pueda estar ahí una vez más para repararme. Eso es: Tessa debe de verme como una especie de proyecto, como alguien que puede arreglar. Ya hemos hablado de esto, más de una vez, pero ella se negaba a admitirlo. Busco en mis recuerdos un encuentro concreto y por fin doy con él, flotando en alguna parte de mi cerebro confuso y resacoso. Fue justo después de que mi madre se marchara para regresar a Londres después de Navidad. Tessa me miró con una expresión de preocupación. —Hardin. —¿Qué? —pregunté yo con un bolígrafo entre los dientes. —¿Me ayudas a desmontar el árbol cuando termines de trabajar? La verdad es que no estaba trabajando; estaba escribiendo, pero ella no lo sabía. Habíamos tenido un día largo e interesante. Yo la había pillado volviendo de comer con el puto Trevor de los cojones, y luego la había tumbado boca abajo encima de su mesa de trabajo y me la había follado hasta dejarla sin sentido. —Sí, dame un minuto. Guardé las páginas, por miedo a que pudiera leerlas mientras limpiaba, y me levanté para ayudarla a desmontar el pequeño árbol que había decorado con mi madre. —¿En qué estás trabajando? ¿Es algo bueno? —Hizo ademán de coger el viejo archivador raído que siempre se quejaba de que iba dejando por toda la casa. Las manchas circulares de apoyar tazas de café en él y las marcas de bolígrafo que cubrían la piel gastada la sacaban de quicio. —En nada —repliqué, y se lo quité de las manos antes de que pudiera llegar a abrirlo. Ella se apartó hacia atrás, claramente sorprendida y un poco dolida por mi reacción. —Perdona —dijo en voz baja. En su precioso rostro se dibujó un ceño fruncido y yo lancé el archivador sobre el sofá y la cogí de las manos. —Sólo te estaba preguntando. No pretendía fisgar ni molestarte. Joder, qué capullo era. Bueno, sigo siéndolo. —No pasa nada, pero no toques mis mierdas del trabajo. No me... No se me había ocurrido ninguna excusa para darle, porque nunca antes se lo había impedido. Siempre que escribía algo que sabía que le gustaría, lo compartía con ella. A ella le encantaba que lo

hiciera, y ahí estaba yo reprendiéndola por haberlo hecho ahora. —Vale. —Se alejó de mí y empezó a quitar las bolas del espantoso árbol. Me quedé observando su espalda durante unos minutos, preguntándome por qué estaba tan enfadado. Si Tessa leyera lo que había estado escribiendo, ¿cómo se sentiría? ¿Le gustaría? ¿O le parecería horrible y le entraría una pataleta? No estaba seguro, y sigo sin estarlo, por eso todavía a día de hoy no sabe nada de aquello. —¿«Vale»? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —la provoqué, buscando pelea. Discutir era mejor que hacer como si no pasara nada; los gritos eran mejor que el silencio. —No volveré a tocar tus cosas —dijo sin volverse para mirarme—. No sabía que te molestaría tanto. —Yo... —Me esforcé por buscar alguna excusa para discutir. Entonces fui directo al grano—: ¿Por qué estás conmigo? —le pregunté bruscamente—. Después de todo lo que ha pasado, ¿es que te gusta el drama? —¿Qué? —Se dio la vuelta; llevaba un pequeño ornamento con forma de copo de nieve en las manos—. ¿Por qué estás intentando pelearte conmigo? Ya te he dicho que no volveré a tocar tus cosas. —No estoy intentando pelearme contigo —mentí—. Sólo quiero saberlo, porque da la sensación de que eres adicta al drama y a los altibajos. —Sabía que aquello no era justo, pero lo dije igualmente. Tenía ganas de bronca con ella, y no iba a parar hasta conseguirlo. Tessa dejó caer el ornamento en la caja que había al lado del árbol y se acercó a mí. —Sabes que eso no es verdad. Te quiero, incluso cuando intentas pelearte conmigo. Odio el drama, y lo sabes. Te quiero por ser tú, y punto. —Se puso de puntillas, me besó en la mejilla y yo la envolví con los brazos. —Pues dime por qué me quieres. Yo no hago nada por ti —respondí débilmente. Aún tenía fresca en la mente la escena que había montado en su oficina horas antes. Ella inspiró pacientemente y apoyó la cabeza contra mi pecho. —Por esto. —Me dio unos golpecitos encima del corazón con el dedo índice—. Ésta es la razón. Y ahora, por favor, deja de intentar provocar una pelea. Tengo trabajo que hacer y este árbol no va a desmontarse solo. Era tan amable conmigo, tan comprensiva, incluso cuando no me lo merecía. —Te quiero —dije contra su pelo, y bajé las manos hasta sus caderas. Ella se amoldó a mí, dejó que la cogiera en brazos y envolvió mi cintura con las piernas mientras yo la trasladaba por el salón hasta el sofá. —Te quiero muchísimo. No lo dudes nunca. Siempre te querré —me aseguró con la boca pegada a la mía. La desvestí lentamente, deleitándome en cada centímetro de sus fascinantes curvas. Me encantó ver cómo sus ojos se abrían como platos mientras me ponía el condón, desenrollándolo. Esa misma tarde había estado preocupada por el hecho de haber follado teniendo la regla, pero su pecho se hinchaba y se deshinchaba de manera agitada mientras yo empezaba a tocarme delante de ella. Sus suspiros de impaciencia y un leve gemido fue todo cuanto hizo falta para que dejara de torturarla. Me

Ella intentará convencerme de lo contrario; sé que lo hará. Dirá que el matrimonio ya no le<br />

importa, pero se estaría engañando a sí misma sólo para seguir conmigo. Eso dice mucho sobre mí,<br />

que la he manipulado para que me ame de ese modo tan incondicional. El masoquista que habita en<br />

mi interior empieza a dudar de su amor por mí mientras conduzco.<br />

«¿Me quiere tanto como dice, o sólo es adicta a mí?» Hay una gran diferencia, y cuanta más<br />

mierda me aguanta, más grande parece ser la adicción, la emoción de esperar a que vuelva a cagarla<br />

de nuevo para que ella pueda estar ahí una vez más para repararme.<br />

Eso es: Tessa debe de verme como una especie de proyecto, como alguien que puede arreglar.<br />

Ya hemos hablado de esto, más de una vez, pero ella se negaba a admitirlo.<br />

Busco en mis recuerdos un encuentro concreto y por fin doy con él, flotando en alguna parte de mi<br />

cerebro confuso y resacoso.<br />

Fue justo después de que mi madre se marchara para regresar a Londres después de Navidad. Tessa<br />

me miró con una expresión de preocupación.<br />

—Hardin.<br />

—¿Qué? —pregunté yo con un bolígrafo entre los dientes.<br />

—¿Me ayudas a desmontar el árbol cuando termines de trabajar?<br />

La verdad es que no estaba trabajando; estaba escribiendo, pero ella no lo sabía. Habíamos<br />

tenido un día largo e interesante. Yo la había pillado volviendo de comer con el puto Trevor de los<br />

cojones, y luego la había tumbado boca abajo encima de su mesa de trabajo y me la había follado<br />

hasta dejarla sin sentido.<br />

—Sí, dame un minuto.<br />

Guardé las páginas, por miedo a que pudiera leerlas mientras limpiaba, y me levanté para<br />

ayudarla a desmontar el pequeño árbol que había decorado con mi madre.<br />

—¿En qué estás trabajando? ¿Es algo bueno? —Hizo ademán de coger el viejo archivador raído<br />

que siempre se quejaba de que iba dejando por toda la casa.<br />

Las manchas circulares de apoyar tazas de café en él y las marcas de bolígrafo que cubrían la<br />

piel gastada la sacaban de quicio.<br />

—En nada —repliqué, y se lo quité de las manos antes de que pudiera llegar a abrirlo.<br />

Ella se apartó hacia atrás, claramente sorprendida y un poco dolida por mi reacción.<br />

—Perdona —dijo en voz baja.<br />

En su precioso rostro se dibujó un ceño fruncido y yo lancé el archivador sobre el sofá y la cogí<br />

de las manos.<br />

—Sólo te estaba preguntando. No pretendía fisgar ni molestarte.<br />

Joder, qué capullo era.<br />

Bueno, sigo siéndolo.<br />

—No pasa nada, pero no toques mis mierdas del trabajo. No me...<br />

No se me había ocurrido ninguna excusa para darle, porque nunca antes se lo había impedido.<br />

Siempre que escribía algo que sabía que le gustaría, lo compartía con ella. A ella le encantaba que lo

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