AFTER4
Me quedo observando la mesa de madera oscura, incapaz de mirar a mi amiga a los ojos. —No es su rabia lo que me preocupa. Siento cómo se aleja con cada respiración que da. Sé que es infantil y egoísta que te cuente esto ahora mismo porque tú estás pasando lo tuyo también, y Christian está en un lío... Seguramente es mejor que me guarde mis pensamientos egoístas para mí. Kimberly coloca una mano sobre la mía. —Tessa, no existe ninguna norma que diga que sólo una persona puede sentir dolor al mismo tiempo. Tú estás pasando por esto tanto como yo. —Lo sé, pero no quiero molestarte con mis proble... —No me estás molestando. Escupe. La miro con toda la intención de permanecer callada, de guardarme mis quejas para mí, pero ella sacude la cabeza como si me estuviera leyendo la mente. —Quiere quedarse aquí, en Londres, y sé que, si dejo que lo haga, habremos terminado. Sonríe. —Vosotros dos parecéis tener un concepto diferente de la palabra terminado que el resto de nosotros. —Quiero abrazarla por ofrecerme esa sonrisa tan cálida en medio de este infierno. —Sé que cuesta creerme cuando digo eso dada nuestra... historia —repongo—, pero todo este asunto de Christian y Trish será lo que nos dé la última estocada o lo que nos salve para siempre. No veo otra salida, y supongo que ahora simplemente tengo miedo porque no sé por cuál de las dos se decantará la cosa. —Tessa, cargas con demasiado peso sobre tus hombros. Desahógate conmigo. Desahógate cuanto quieras. Nada de lo que digas hará que cambie mi opinión sobre ti. Como la zorra egoísta que soy, necesito que los problemas ajenos me distraigan de los míos propios en este momento. No espero a que Kimberly cambie de opinión. Abro las compuertas y las palabras se derraman por mi boca como aguas turbulentas e incontrolables. —Hardin quiere quedarse en Londres. Quiere quedarse aquí y enviarme de vuelta a Seattle como si fuera alguna especie de lastre que está deseando quitarse de encima. Se está alejando de mí, como cada vez que sufre, pero en esta ocasión se ha superado. Ha quemado esa casa y no tiene ningún remordimiento al respecto. Sé que está furioso, y jamás le diría esto, pero sólo está complicándose las cosas a sí mismo. »Si fuera capaz de controlar su rabia y de admitir que siente dolor, de admitir que le importa alguien más que él o yo en este mundo, podría superar esto. Me saca de quicio porque me dice que no puede vivir sin mí y que preferiría morir a perderme, pero en cuanto las cosas se ponen feas, ¿qué hace? Me aparta. No voy a renunciar a él. Estoy demasiado enamorada como para hacerlo, aunque reconozco que a veces estoy tan cansada de luchar que empiezo a plantearme cómo habría sido mi vida sin él. —Miro a Kimberly a los ojos—. Sin embargo, cuando empiezo a imaginármela, casi me desmayo del dolor. Cojo la taza de café medio vacía de la mesa y me la termino. Mi voz suena mejor que hace unas horas, pero mi discursito ha afectado a mi dolorida garganta. —Aún no logro entender cómo es posible que, después de todos estos meses, de todo este lío,
siga prefiriendo hacer todo esto —agito la mano alrededor de la habitación en un gesto dramático— a estar sin él. Los peores momentos con Hardin no han sido nada en comparación con los mejores. No sé si soy una ilusa o si estoy loca; puede que ambas cosas. Confieso que lo amo más que a mí misma, más de lo que jamás creí posible, y sólo quiero que sea feliz. No por mí, sino por él. »Quiero que se mire al espejo y sonría, no que frunza el ceño. Debe dejar de considerarse a sí mismo como un monstruo. Necesito que vea cómo es en realidad, porque si no sale de ese papel de villano, acabará destruyéndose, y a mí no me quedarán más que las cenizas. Por favor, no les digas ni a él ni a Christian nada de esto. Sólo deseaba contarlo porque siento que me estoy ahogando, y me cuesta mantenerme a flote, especialmente cuando lucho contracorriente para salvarlo a él en lugar de a mí misma. La voz se me quiebra un poco en esa última parte, y me entra un ataque de tos. Con una sonrisa, Kimberly abre la boca para hablar, pero levanto un dedo. Me aclaro la garganta. —No he terminado. Aparte de todo eso, fui al médico para que me recetase... la píldora —digo casi susurrando las últimas palabras. Kimberly se esfuerza al máximo por no reírse, pero no lo consigue. —No tienes por qué susurrar, ¡escúpelo, hija! —Vale. —Me ruborizo—. El ginecólogo me hizo una exploración rápida del cuello del útero y me dijo que era corto, más corto que la media, y quiere que vuelva para hacerme más pruebas, aunque mencionó la posibilidad de que sea infértil. Levanto la vista y veo compasión en sus ojos. —A mi hermana le pasa lo mismo; creo que lo llaman incompetencia cervical. Qué término tan espantoso: incompetencia. Es como si su vagina hubiera sacado un insuficiente en matemáticas o como si fuera una abogada nefasta o algo así. Sus intentos de hacer que me lo tome con humor y el hecho de que conozca a alguien con el mismo problema que puedo tener yo hace que me sienta algo mejor. —Y ¿tiene hijos? —pregunto, pero me arrepiento al instante al ver que su rostro se entristece. —No sé si es el mejor momento de que te hable de ella. Puedo contártelo en otra ocasión. —Cuéntamelo. —No debería querer oírlo, pero no puedo evitarlo—. Por favor —le ruego. Kimberly inspira hondo. —Estuvo años intentando quedarse embarazada; lo pasó fatal. Probó con tratamientos de fertilidad... Todo lo que puedas encontrar en Google lo probaron su marido y ella. —¿Y? —la presiono para que continúe, interrumpiéndola de manera grosera. Y entonces pienso en Hardin. Espero que ya esté volviendo. En su estado no debería estar solo. —Bueno, pues al final consiguió quedarse embarazada, y fue el día más feliz de su vida. — Kimberly aparta la mirada, y sé que o me está mintiendo o me está ocultando algo para no preocuparme. —Y ¿qué pasó? ¿Cuánto tiempo tiene ahora el bebé? Kimberly junta las manos y me mira directamente a los ojos. —Estaba embarazada de cuatro meses cuando sufrió un aborto. Pero eso fue lo que le pasó a mi
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siga prefiriendo hacer todo esto —agito la mano alrededor de la habitación en un gesto dramático—<br />
a estar sin él. Los peores momentos con Hardin no han sido nada en comparación con los mejores.<br />
No sé si soy una ilusa o si estoy loca; puede que ambas cosas. Confieso que lo amo más que a mí<br />
misma, más de lo que jamás creí posible, y sólo quiero que sea feliz. No por mí, sino por él.<br />
»Quiero que se mire al espejo y sonría, no que frunza el ceño. Debe dejar de considerarse a sí<br />
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a él ni a Christian nada de esto. Sólo deseaba contarlo porque siento que me estoy ahogando, y me<br />
cuesta mantenerme a flote, especialmente cuando lucho contracorriente para salvarlo a él en lugar de<br />
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Me aclaro la garganta.<br />
—No he terminado. Aparte de todo eso, fui al médico para que me recetase... la píldora —digo<br />
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Kimberly se esfuerza al máximo por no reírse, pero no lo consigue.<br />
—No tienes por qué susurrar, ¡escúpelo, hija!<br />
—Vale. —Me ruborizo—. El ginecólogo me hizo una exploración rápida del cuello del útero y<br />
me dijo que era corto, más corto que la media, y quiere que vuelva para hacerme más pruebas,<br />
aunque mencionó la posibilidad de que sea infértil.<br />
Levanto la vista y veo compasión en sus ojos.<br />
—A mi hermana le pasa lo mismo; creo que lo llaman incompetencia cervical. Qué término tan<br />
espantoso: incompetencia. Es como si su vagina hubiera sacado un insuficiente en matemáticas o<br />
como si fuera una abogada nefasta o algo así.<br />
Sus intentos de hacer que me lo tome con humor y el hecho de que conozca a alguien con el<br />
mismo problema que puedo tener yo hace que me sienta algo mejor.<br />
—Y ¿tiene hijos? —pregunto, pero me arrepiento al instante al ver que su rostro se entristece.<br />
—No sé si es el mejor momento de que te hable de ella. Puedo contártelo en otra ocasión.<br />
—Cuéntamelo. —No debería querer oírlo, pero no puedo evitarlo—. Por favor —le ruego.<br />
Kimberly inspira hondo.<br />
—Estuvo años intentando quedarse embarazada; lo pasó fatal. Probó con tratamientos de<br />
fertilidad... Todo lo que puedas encontrar en Google lo probaron su marido y ella.<br />
—¿Y? —la presiono para que continúe, interrumpiéndola de manera grosera. Y entonces pienso<br />
en Hardin. Espero que ya esté volviendo. En su estado no debería estar solo.<br />
—Bueno, pues al final consiguió quedarse embarazada, y fue el día más feliz de su vida. —<br />
Kimberly aparta la mirada, y sé que o me está mintiendo o me está ocultando algo para no<br />
preocuparme.<br />
—Y ¿qué pasó? ¿Cuánto tiempo tiene ahora el bebé?<br />
Kimberly junta las manos y me mira directamente a los ojos.<br />
—Estaba embarazada de cuatro meses cuando sufrió un aborto. Pero eso fue lo que le pasó a mi