AFTER4
—Creo que debería quedarme aquí una temporada... —declaro al espacio que nos separa. Tessa deja de masticar, se vuelve y me mira entornando los ojos. —¿Por qué? —No tiene sentido que regrese allí. —No, lo que no tiene sentido es que te quedes aquí. ¿Por qué te lo planteas siquiera? He herido sus sentimientos, tal y como había imaginado, pero ¿qué otra opción tenía? —Porque mi padre no es mi verdadero padre, mi madre es una mentirosa de coj... —me detengo antes de decir algo de lo que me pueda arrepentir—, y mi padre biológico va a ir a la cárcel porque yo he incendiado su casa. Es un culebrón dramático. —Después, para intentar obtener alguna reacción por su parte, añado irónicamente—: Lo único que nos falta es agregar a un montón de jovencitas con demasiado maquillaje y poca ropa y sería todo un éxito. Sus ojos tristes analizan los míos. —Sigo sin ver qué motivos tienes para quedarte aquí, muy lejos de mí. Porque eso es lo que quieres, ¿verdad? Quieres alejarte de mí. —dice la última parte como si, al pronunciarla, se confirmara como verdad. —No es eso... —empiezo a decir, pero me detengo. No sé cómo expresar mis pensamientos, ése ha sido siempre mi puto problema—. Es sólo que creo que, si estuviéramos un tiempo separados, te darías cuenta de lo que te estoy haciendo. Mírate. —Se encoge, pero yo me obligo a continuar—: Te estás enfrentando a problemas a los que jamás te habrías enfrentado de no ser por mí. —No te atrevas a actuar como si estuvieras haciendo esto por mí —me espeta con la voz fría como el hielo—. Eres autodestructivo, y ése es tu único motivo detrás de esto. Lo soy. Sé que lo soy. Y a eso es a lo que me dedico: a hacer daño a otras personas, y a hacérmelo a mí mismo después, antes de que los demás puedan devolvérmelo. Soy un puto desastre, ésa es la pura verdad. —¿Sabes qué te digo? —exclama, cansada de esperar a que diga algo—. Que adelante. Dejaré que nos hagas daño a los dos en esta misión de autoprivación que te has... La cojo de las caderas y la tengo encima de mí antes de que pueda terminar la frase. Intenta apartarse y me araña los brazos cuando no dejo que se mueva ni un centímetro. —Si no quieres estar conmigo, suéltame —silba. No hay lágrimas, sólo rabia. Puedo soportar su rabia; son las lágrimas las que me matan. La rabia consigue que cesen. —Deja de forcejear. —Le agarro las dos muñecas por detrás de la espalda y las sostengo en el sitio con una sola mano. Tessa me fulmina con la mirada. —No tienes derecho a hacer esto cada vez que algo te hace sentir mal. ¡No tienes derecho a decidir que soy demasiado buena para ti! —me grita a la cara. Ignoro sus gritos y acerco la boca a la curva de su cuello. Su cuerpo salta de nuevo, esta vez de placer, no de furia. —Para... —dice sin ninguna convicción. Está intentando rechazarme porque cree que es lo que debería hacer, pero ambos sabemos que
esto es justo lo que necesitamos. Necesitamos la conexión física que nos traslada a una profundidad emocional que ninguno de los dos somos capaces de explicar y a la que ninguno de los dos nos podemos negar. —Te quiero, y lo sabes —digo. Chupo la piel suave de su cuello y me deleito observando cómo se vuelve rosácea por la succión de mis labios. Continúo chupando y mordisqueándola lo justo para crear un montón de marcas, pero no lo bastante fuerte como para que permanezcan ahí más de unos segundos. —Pues no lo parece. —Su voz es grave, y sus ojos observan cómo mi mano libre se desplaza por su muslo descubierto. Su vestido está recogido a la altura de la cintura de un modo que me está volviendo completamente loco. —Todo lo que hago es porque te quiero. Incluso mis mayores estupideces. —Alcanzo el encaje de sus bragas y gime cuando paso un solo dedo por la humedad que ya se ha formado entre sus muslos—. Siempre estás tan húmeda para mí, incluso ahora... Le aparto las bragas e introduzco dos dedos en su jugosa carne. Gime y arquea la espalda hacia atrás, contra el volante, y noto cómo su cuerpo se relaja. Hago que el asiento retroceda para tener más espacio dentro del pequeño vehículo. —No puedes distraerme con... Extraigo los dedos y vuelvo a sumergirlos, cortando sus palabras antes de que terminen de escapar de sus labios. —Sí, nena, claro que puedo. —Acerco los labios a su oreja—. ¿Dejarás de forcejear si te suelto las manos? Ella asiente. En cuanto las suelto, las traslada a mi cabello y hunde los dedos en mi espesa mata de pelo revuelto. Le bajo la parte delantera del vestido con una mano. Su sujetador blanco de encaje resulta pecaminoso a pesar de la pureza de su color. Tessa, con su cabello rubio y sus prendas claras, contrasta sobremanera con mi pelo oscuro y mi ropa negra. Algo en ese contraste me resulta erótico de cojones: la tinta de mis muñecas cuando mis dedos desaparecen de nuevo en su interior, la piel limpia e inmaculada de sus muslos, y el modo en que sus suaves gemidos y jadeos inundan el aire cuando mis ojos recorren sin pudor su firme vientre hasta su pecho. Aparto la vista de sus tetas perfectas el tiempo suficiente como para inspeccionar el aparcamiento. Las lunas del coche están tintadas, pero quiero asegurarme de que seguimos solos en este lado de la calle. Le desabrocho el sujetador con una mano y ralentizo el movimiento de la otra. Ella gimotea a modo de protesta, pero yo no me molesto en disimular la sonrisa de mi rostro. —Por favor —me ruega para que continúe. —¿Por favor, qué? Dime qué es lo que quieres —la incito, como lo he hecho siempre desde el comienzo de nuestra relación. Todo el tiempo he tenido la sensación de que, si no pronuncia las palabras en voz alta, no pueden ser ciertas. No es posible que me desee del mismo modo que yo la deseo a ella. Alarga la mano y vuelve a colocar la mía entre sus muslos.
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esto es justo lo que necesitamos. Necesitamos la conexión física que nos traslada a una profundidad<br />
emocional que ninguno de los dos somos capaces de explicar y a la que ninguno de los dos nos<br />
podemos negar.<br />
—Te quiero, y lo sabes —digo.<br />
Chupo la piel suave de su cuello y me deleito observando cómo se vuelve rosácea por la succión<br />
de mis labios. Continúo chupando y mordisqueándola lo justo para crear un montón de marcas, pero<br />
no lo bastante fuerte como para que permanezcan ahí más de unos segundos.<br />
—Pues no lo parece. —Su voz es grave, y sus ojos observan cómo mi mano libre se desplaza por<br />
su muslo descubierto.<br />
Su vestido está recogido a la altura de la cintura de un modo que me está volviendo<br />
completamente loco.<br />
—Todo lo que hago es porque te quiero. Incluso mis mayores estupideces. —Alcanzo el encaje<br />
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muslos—. Siempre estás tan húmeda para mí, incluso ahora...<br />
Le aparto las bragas e introduzco dos dedos en su jugosa carne. Gime y arquea la espalda hacia<br />
atrás, contra el volante, y noto cómo su cuerpo se relaja. Hago que el asiento retroceda para tener<br />
más espacio dentro del pequeño vehículo.<br />
—No puedes distraerme con...<br />
Extraigo los dedos y vuelvo a sumergirlos, cortando sus palabras antes de que terminen de<br />
escapar de sus labios.<br />
—Sí, nena, claro que puedo. —Acerco los labios a su oreja—. ¿Dejarás de forcejear si te suelto<br />
las manos?<br />
Ella asiente. En cuanto las suelto, las traslada a mi cabello y hunde los dedos en mi espesa mata<br />
de pelo revuelto. Le bajo la parte delantera del vestido con una mano.<br />
Su sujetador blanco de encaje resulta pecaminoso a pesar de la pureza de su color. Tessa, con su<br />
cabello rubio y sus prendas claras, contrasta sobremanera con mi pelo oscuro y mi ropa negra. Algo<br />
en ese contraste me resulta erótico de cojones: la tinta de mis muñecas cuando mis dedos<br />
desaparecen de nuevo en su interior, la piel limpia e inmaculada de sus muslos, y el modo en que sus<br />
suaves gemidos y jadeos inundan el aire cuando mis ojos recorren sin pudor su firme vientre hasta su<br />
pecho.<br />
Aparto la vista de sus tetas perfectas el tiempo suficiente como para inspeccionar el<br />
aparcamiento. Las lunas del coche están tintadas, pero quiero asegurarme de que seguimos solos en<br />
este lado de la calle. Le desabrocho el sujetador con una mano y ralentizo el movimiento de la otra.<br />
Ella gimotea a modo de protesta, pero yo no me molesto en disimular la sonrisa de mi rostro.<br />
—Por favor —me ruega para que continúe.<br />
—¿Por favor, qué? Dime qué es lo que quieres —la incito, como lo he hecho siempre desde el<br />
comienzo de nuestra relación.<br />
Todo el tiempo he tenido la sensación de que, si no pronuncia las palabras en voz alta, no pueden<br />
ser ciertas. No es posible que me desee del mismo modo que yo la deseo a ella.<br />
Alarga la mano y vuelve a colocar la mía entre sus muslos.