AFTER4
jamás... —Tessa sonríe ligeramente al mencionar a su mejor amigo, pero continúa con su sermón—: Kimberly te provoca a veces, pero a ella también le importas, y Smith..., tú eres literalmente la única persona que le gusta a ese niño. Me coge las manos entre las suyas temblorosas y me acaricia las palmas suavemente con los pulgares. —Si lo piensas, es irónico: el hombre que odia al mundo entero es el más amado por él — susurra, y sus ojos se inundan de lágrimas. Lágrimas por mí, demasiadas lágrimas por mí. —Nena. —Tiro de ella hacia mi asiento y se coloca a horcajadas sobre mi cintura. Rodea mi cuello con los brazos—. ¿Cómo puedes ser tan bondadosa? Entierro el rostro en su cuello, casi intentando esconderme en su pelo desaliñado. —Permite que entren, Hardin. La vida es mucho más sencilla de ese modo. —Me acaricia la cabeza como si fuera alguna especie de mascota... pero, joder, me encanta. Hundo el hocico más aún en su pelo. —No es tan fácil —replico. Me arde la garganta, y siento que sólo puedo respirar cuando inhalo su esencia. Está ligeramente empañada por el ligero olor a humo y a fuego que, al parecer, he trasladado al coche, pero sigue resultando tranquilizadora. —Lo sé. —Continúa pasándome las manos por el pelo, y quiero creerla. ¿Por qué es siempre tan comprensiva conmigo cuando no lo merezco? El sonido de un claxon me saca de mi escondite y me recuerda que estamos junto a los surtidores. Por lo visto, al camionero que tenemos detrás no le apetece esperar. Tessa se aparta de mi regazo y se abrocha el cinturón en el asiento del acompañante. Me planteo dejar el coche aquí parado sólo para fastidiar, pero entonces oigo rugir las tripas de Tessa y cambio de idea. ¿Cuándo fue la última vez que comió? El hecho de que ni siquiera me acuerde significa que hace demasiado tiempo. Me alejo de los surtidores y me dirijo a un aparcamiento vacío que hay al otro lado de la calle, donde dormimos anoche. —Come algo —digo colocándole una barrita de cereales en las manos. Aparco casi al final, cerca de un grupo de árboles, y enciendo la calefacción. Ya es primavera, pero el aire matutino es fresco y Tessa está tiritando. La rodeo con el brazo y hago un gesto como si estuviera ofreciéndole el mundo. —Podríamos ir a Haworth, para ver el pueblo de las hermanas Brontë —sugiero—. Podría mostrarte los páramos. Me sorprende echándose a reír. —¿Qué te hace tanta gracia? —Enarco una ceja y le doy un bocado a un muffin de plátano. —Después de la noche que has pasa... pasado —se aclara la garganta—, ¿me propones llevarme a los páramos? —Sacude la cabeza y coge su humeante café. Me encojo de hombros y mastico pensativo. —No sé... —¿A qué distancia está? —pregunta con mucho menos entusiasmo de lo que esperaba.
Sin duda, si este fin de semana no hubiese acabado siendo una auténtica mierda, probablemente le haría mucha más ilusión. También le prometí llevarla a Chawton, pero los páramos encajan mucho mejor con mi estado de ánimo actual. —A unas cuatro horas. —Está muy lejos —dice, y bebe un sorbo del café. —Pensaba que querrías ir —digo en tono severo. —Y quiero... Es evidente que le preocupa algo de mi sugerencia. Joder, ¿por qué razón siempre tengo que causarles algún problema a esos ojos grises? —Entonces ¿por qué te quejas del trayecto? —me termino el muffin y abro el envoltorio de otro. Tessa parece ligeramente ofendida, pero su voz sigue siendo suave y áspera. —Sólo me estoy preguntando por qué estás tú dispuesto a conducir hasta allí para ver los páramos. —Se coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y respira hondo—. Hardin, te conozco lo suficiente como para saber que estás taciturno y apartándote de mí. —Se desabrocha el cinturón de seguridad y se vuelve para mirarme—. El hecho de que quieras llevarme a los páramos que inspiraron Cumbres borrascosas en vez de a algún lugar de una novela de Jane Austen me preocupa aún más de lo que ya lo estoy. Me lee como si fuese un libro abierto. «¿Cómo lo hace?» —No —miento—. Sólo he pensado que te gustaría ver los páramos y el pueblo de las hermanas Brontë. Perdona, ¿eh? —Pongo los ojos en blanco para evitar esa maldita expresión en los suyos. Me niego a admitir que está en lo cierto. Sus dedos juguetean con el envoltorio de su barrita de cereales. —Bueno, pues preferiría no ir. Sólo quiero volver a casa. Exhalo profundamente, le quito la barrita de las manos y abro de un tirón el envoltorio. —Tienes que comer algo. Tienes pinta de ir a desmayarte de un momento a otro. —Sí, me siento como si fuese a hacerlo —dice en voz baja, aparentemente más para sí misma que para mí. Me planteo embutirle la puta barrita en la boca, pero entonces me la coge de las manos y le da un bocado. —¿Quieres volver a casa, pues? —digo por fin. No quiero preguntarle a qué se refiere exactamente al decir casa. Hace un mohín. —Sí, tu padre tenía razón: Londres no es como lo había imaginado. —Porque yo te lo he fastidiado —repongo. No lo niega, pero tampoco lo confirma. Su silencio y su mirada vacía hacia los árboles me incitan a decir lo que tengo que decir. Es ahora o nunca.
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Sin duda, si este fin de semana no hubiese acabado siendo una auténtica mierda, probablemente le<br />
haría mucha más ilusión. También le prometí llevarla a Chawton, pero los páramos encajan mucho<br />
mejor con mi estado de ánimo actual.<br />
—A unas cuatro horas.<br />
—Está muy lejos —dice, y bebe un sorbo del café.<br />
—Pensaba que querrías ir —digo en tono severo.<br />
—Y quiero...<br />
Es evidente que le preocupa algo de mi sugerencia. Joder, ¿por qué razón siempre tengo que<br />
causarles algún problema a esos ojos grises?<br />
—Entonces ¿por qué te quejas del trayecto? —me termino el muffin y abro el envoltorio de otro.<br />
Tessa parece ligeramente ofendida, pero su voz sigue siendo suave y áspera.<br />
—Sólo me estoy preguntando por qué estás tú dispuesto a conducir hasta allí para ver los<br />
páramos. —Se coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y respira hondo—. Hardin, te<br />
conozco lo suficiente como para saber que estás taciturno y apartándote de mí. —Se desabrocha el<br />
cinturón de seguridad y se vuelve para mirarme—. El hecho de que quieras llevarme a los páramos<br />
que inspiraron Cumbres borrascosas en vez de a algún lugar de una novela de Jane Austen me<br />
preocupa aún más de lo que ya lo estoy.<br />
Me lee como si fuese un libro abierto. «¿Cómo lo hace?»<br />
—No —miento—. Sólo he pensado que te gustaría ver los páramos y el pueblo de las hermanas<br />
Brontë. Perdona, ¿eh? —Pongo los ojos en blanco para evitar esa maldita expresión en los suyos. Me<br />
niego a admitir que está en lo cierto.<br />
Sus dedos juguetean con el envoltorio de su barrita de cereales.<br />
—Bueno, pues preferiría no ir. Sólo quiero volver a casa.<br />
Exhalo profundamente, le quito la barrita de las manos y abro de un tirón el envoltorio.<br />
—Tienes que comer algo. Tienes pinta de ir a desmayarte de un momento a otro.<br />
—Sí, me siento como si fuese a hacerlo —dice en voz baja, aparentemente más para sí misma<br />
que para mí.<br />
Me planteo embutirle la puta barrita en la boca, pero entonces me la coge de las manos y le da un<br />
bocado.<br />
—¿Quieres volver a casa, pues? —digo por fin. No quiero preguntarle a qué se refiere<br />
exactamente al decir casa.<br />
Hace un mohín.<br />
—Sí, tu padre tenía razón: Londres no es como lo había imaginado.<br />
—Porque yo te lo he fastidiado —repongo.<br />
No lo niega, pero tampoco lo confirma. Su silencio y su mirada vacía hacia los árboles me<br />
incitan a decir lo que tengo que decir. Es ahora o nunca.