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CAPÍTULO 8<br />

Hardin<br />

Tessa habla con voz suave y áspera, rellenando los espacios de mi elaborada respiración.<br />

—¿Hacia adónde me dirijo?<br />

—No lo sé.<br />

Una parte de mí quiere decirle que se suba al primer avión que salga de Londres, sola. Pero la<br />

parte egoísta, la más fuerte, sabe que, si lo hiciera, yo no llegaría a la noche sin ponerme hasta el<br />

culo de alcohol. Otra vez. Me sabe la boca a vómito, y me arde la garganta por la violencia con la<br />

que mi organismo ha expulsado todo ese licor.<br />

Tessa abre la consola central que nos separa, saca un pañuelo y empieza a limpiarme las<br />

comisuras de la boca con el rasposo papel. Sus dedos rozan ligeramente mi piel y su tacto es tan<br />

gélido que me aparto al instante.<br />

—Estás helada. Enciende el motor.<br />

Pero no espero a que obedezca. Me inclino y giro la llave yo mismo. El aire empieza a entrar por<br />

las rejillas de ventilación. Al principio es frío, pero este coche caro de cojones tiene algún truco, y<br />

el calor pronto se extiende a través del reducido espacio.<br />

—Tenemos que echar gasolina. No sé cuánto tiempo estuve conduciendo, pero la luz del<br />

combustible está encendida, y el navegador también lo indica —dice señalando la lujosa pantalla en<br />

el salpicadero.<br />

El sonido de su voz me está matando.<br />

—Estás muy afónica —digo, aunque sé que es tremendamente obvio.<br />

Ella asiente y aparta la cabeza. La agarro de la barbilla con los dedos y le giro la cara de nuevo<br />

hacia mí.<br />

—Si quieres marcharte, no te lo reprocharé. Te llevaré al aeropuerto de inmediato.<br />

Me mira pasmada antes de abrir la boca.<br />

—¿Vas a quedarte aquí? ¿En Londres? Nuestro vuelo es esta noche. Creía... —La última palabra<br />

suena más bien como un graznido, y le da un ataque de tos.<br />

Miro en los posavasos para ver si hay algo de agua, pero están vacíos.<br />

Le froto la espalda hasta que deja de toser, y entonces cambio de tema.<br />

—Cámbiame el sitio. Yo conduciré hasta allí. —Señalo con la cabeza hacia la gasolinera que<br />

hay al otro lado de la carretera—. Necesitas agua y algo para esa garganta.<br />

Espero a que se levante del asiento del conductor, pero se limita a repasar mi rostro con la<br />

mirada antes de arrancar el coche y salir del aparcamiento.<br />

—Todavía superas el límite legal —susurra por fin con cuidado de no forzar su voz casi<br />

inexistente.

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