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AFTER4

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Le levanté la barbilla con la mano y la obligué a mirarme.<br />

—No, nena. Tú no has hecho nada que tenga que perdonarte —le repetí una y otra vez. Le aparté<br />

el pelo de la cara con ternura e hice todo lo que pude para no pensar que habíamos perdido lo que<br />

más nos importaba.<br />

Cuando llegamos a casa esa noche, le recordé a Tessa lo mucho que la quería, la madre tan<br />

fantástica que iba a ser algún día, mientras lloraba en mis brazos hasta quedarse dormida.<br />

En cuanto estuve seguro de que no iba a despertarla, empecé a dar vueltas por el pasillo. Abrí la<br />

puerta del cuarto para el bebé e hinqué las rodillas en el suelo. Había ocurrido demasiado pronto y<br />

no llegamos a saber el sexo de nuestro bebé, aunque yo llevaba tres meses preparando cosas para su<br />

llegada. Las tenía guardadas en bolsas y cajas y necesitaba verlas una última vez antes de tirarlas. No<br />

podía dejar que Tessa las encontrara. Quería protegerla de los pequeños zapatitos amarillos que<br />

Karen nos había enviado por correo. Me desharía de todo y desmontaría la cuna antes de que ella se<br />

levantara.<br />

A la mañana siguiente, Tessa me despertó con un abrazo. Yo estaba en el suelo del cuarto vacío<br />

del bebé. No preguntó por los muebles que faltaban ni por el armario vacío. Se sentó en el suelo,<br />

conmigo, con la cabeza en mi hombro, y comenzó a acariciarme los tatuajes de los brazos.<br />

Al cabo de diez minutos, sonó mi móvil. Leí el mensaje, no muy seguro de cómo le sentaría a<br />

Tessa la noticia. Alzó la vista y miró la pantalla.<br />

«Ya viene Addy», leyó en voz alta. La abracé fuerte y sonrió, era una sonrisa triste, y se deshizo<br />

de mi abrazo para enderezarse.<br />

La miré durante una eternidad, o eso me pareció a mí, y los dos pensamos lo mismo. Nos<br />

levantamos del suelo de la que iba a ser la habitación del bebé y nos plantamos una sonrisa en la cara<br />

para poder estar en un momento tan importante con nuestros mejores amigos.<br />

—Algún día seremos padres —le prometí a mi chica mientras conducíamos hacia el hospital para<br />

darle a nuestra ahijada la bienvenida al mundo.<br />

Un año después<br />

Hardin<br />

Habíamos decidido dejar de intentarlo. Era invierno, recuerdo claramente que Tessa entró<br />

contoneándose en la cocina. Llevaba el pelo recogido en un moño muy elegante y un vestido de<br />

encaje rosa claro. No sabía si era el maquillaje o qué, pero noté algo distinto en ella. Estaba<br />

resplandeciente cuando se me acercó y yo aparté el taburete de la barra de desayuno para que se<br />

sentara en mi regazo. Se apoyó en mí. El pelo le olía a vainilla y a menta y yo sentía su cuerpo suave<br />

contra el mío. La besé en el cuello y suspiró con las manos relajadas en mis rodillas.<br />

—Hola, nena —le susurré a flor de piel.<br />

—Hola, papaíto —respondió.<br />

Levanté una ceja. El modo en que dijo esa palabra hizo que mi polla se sacudiera, y sus manos

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