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AFTER4

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EPÍLOGO<br />

Hardin<br />

El trayecto a Las Vegas fue toda una aventura. Las primeras dos horas las pasamos imaginándonos la<br />

boda perfecta al estilo de esa ciudad. Tessa estuvo retorciéndose las puntas de su pelo rizado,<br />

mirándome con las mejillas sonrosadas y una sonrisa de felicidad que hacía mucho que no veía.<br />

—Me pregunto si de verdad será fácil casarse en Las Vegas así, de improviso. Como Rachel y<br />

Ross, de «Friends» —se preguntaba sin dejar de mirar la pantalla de su móvil.<br />

—Lo estás mirando en Google, ¿no? —inquirí. Le puse la mano en el regazo y bajé la ventanilla<br />

del coche de alquiler.<br />

En algún punto a las afueras de Boise, Idaho, paramos a repostar y a comprar algo de comer.<br />

Tessa estaba durmiéndose, tenía la cabeza echada hacia adelante y se le cerraban los párpados. Paré<br />

el motor en el área de servicio llena de camiones y la sacudí con suavidad de un hombro para<br />

despertarla.<br />

—¿Ya estamos en Las Vegas? —preguntó medio en broma, sabiendo que apenas si habíamos<br />

recorrido la mitad del camino.<br />

Salimos del coche y la seguí al baño. Siempre me han gustado este tipo de gasolineras. Están bien<br />

iluminadas y tienen buenos aparcamientos. Es difícil que a uno lo asesinen o algo peor.<br />

Cuando salí del baño, Tessa estaba de pie en uno de los pasillos de bollería y aperitivos, con los<br />

brazos llenos de comida basura: bolsas de patatas fritas, chocolatinas y tantas bebidas energéticas<br />

que parecía que se le iban a caer.<br />

Me quedé atrás un momento, contemplando a la mujer que tenía delante. La mujer que iba a<br />

convertirse en mi esposa dentro de unas pocas horas. Mi esposa. Después de todo por lo que<br />

habíamos pasado, después de lo mucho que habíamos peleado por un matrimonio que, para ser<br />

sinceros, ninguno de los dos creía posible, estábamos de camino a Las Vegas para hacerlo legal en<br />

una pequeña capilla. A los veintitrés años, iba a convertirme en el marido de alguien, en el marido<br />

de Tessa, y no era capaz de imaginar nada que pudiera hacerme más feliz.<br />

A pesar de que era un cabrón, iba a tener un final feliz con ella. Me sonreiría, con los ojos llenos<br />

de lágrimas, y yo haría algún comentario mordaz sobre el doble de Elvis que iba a oficiar la<br />

ceremonia.<br />

—Mira todo esto, Hardin. —Tessa señaló con un codo la montaña de chucherías.<br />

Llevaba puestos esos pantalones, sí, justo ésos. Esos pantalones de hacer yoga y una sudadera<br />

con cremallera de la NYU; eso era lo que iba a llevar puesto el día de su boda. Aunque tenía<br />

pensado cambiarse cuando llegáramos al hotel, no iba a llevar un vestido de novia como el que yo<br />

siempre había imaginado.<br />

—¿No te importa no tener vestido de novia? —le pregunté de sopetón.

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