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AFTER4

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—Porque... —No parece encontrar ninguna buena respuesta.<br />

—¿Porque sabes que tengo razón? —la espoleo.<br />

—Porque no puedes decir esas cosas en público así como así. No paras de hacerlo en tus<br />

entrevistas también. —Pone los brazos en jarras.<br />

—He estado intentando captar tu atención —replico aproximándome a ella.<br />

Sus aletas nasales ondean y, por un momento, creo que va a dar una patada en el suelo.<br />

—Me sacas de quicio. —Su voz se suaviza, y no puedo pasar por alto el modo en que me está<br />

mirando en este momento.<br />

—Claro, claro. —Alargo los brazos hacia ella—. Ven aquí —le suplico.<br />

Ella obedece. Viene directa a mí, y la abrazo. Tenerla en mis brazos así me satisface más que<br />

cualquier sesión de sexo que pudiéramos mantener. El simple hecho de tenerla de este modo, todavía<br />

unida a mí de una forma que sólo nosotros dos entendemos, me convierte en el cabrón más feliz del<br />

mundo.<br />

—Te he echado mucho de menos —digo contra su pelo.<br />

Sus manos ascienden hasta mis hombros. Me despoja de mi pesada chaqueta y deja caer la<br />

costosa prenda al suelo.<br />

—¿Estás segura? —Sostengo su precioso rostro entre mis manos.<br />

—Contigo siempre estoy segura.<br />

Noto su vulnerabilidad y el dulce alivio que siente al pegar la boca a la mía. Siento sus labios<br />

temblorosos y su respiración lenta y profunda.<br />

Demasiado pronto, me aparto y sus manos abandonan mi cinturón.<br />

—Sólo voy a bloquear la puerta.<br />

Doy gracias por el hecho de que siempre haya sillas en los lugares en los que se reúnen las<br />

mujeres, y coloco dos de ellas contra la puerta para que nadie entre.<br />

—¿En serio vamos a hacer esto? —pregunta Tessa, y yo me agacho para subirle el vestido largo<br />

hasta la cintura.<br />

—¿Te sorprende? —me río mientras le doy otro beso.<br />

Su boca me sabe a hogar, y llevo demasiado tiempo alejado de él y viviendo solo en Chicago.<br />

Tan sólo se me han concedido pequeñas dosis de ella durante los últimos años.<br />

—No —responde.<br />

Sus dedos se apresuran a bajarme la cremallera de los pantalones, y sofoco un grito cuando me<br />

agarra la polla por encima del bóxer.<br />

Ha pasado mucho tiempo, demasiado.<br />

—¿Cuándo fue la última vez que...?<br />

—Contigo en Chicago —contesto—. ¿Y tú?<br />

—Yo igual.<br />

Me aparto, la miro a los ojos y sólo veo la verdad.<br />

—¿En serio? —pregunto, aunque puedo leer en su rostro como si fuese un libro abierto.<br />

—Sí, no hay nadie más. Sólo tú.<br />

Me baja el bóxer y yo la levanto, la siento sobre la superficie de mármol y le separo los muslos

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