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CAPÍTULO 74<br />

Hardin<br />

—Tenemos que hablar —repito.<br />

La miro y me obligo a mantener las manos en mi propio regazo.<br />

—Eso parece. —Fuerza una sonrisa.<br />

Tiene las rodillas sucias y marcadas con arañazos rojos.<br />

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —Mi plan de guardarme las manos para mí se va a la mierda<br />

cuando le toco las piernas para examinarle las heridas.<br />

Tessa se aparta, con las mejillas y los ojos rojos.<br />

—No es nada. Sólo he tropezado.<br />

—Se suponía que no tenía que pasar nada de esto.<br />

—Has escrito un libro sobre nosotros y se lo has ofrecido a las editoriales. ¿Cómo puedes<br />

decirme que no ha sido intencionado?<br />

—No, me refería a todo esto. A ti y a mí, a todo. —Hay humedad, y me está costando más de lo<br />

que esperaba expresarme—. Este año se me ha hecho eterno. He aprendido mucho sobre mí mismo y<br />

sobre la vida, y sobre cómo debería ser. Tenía una visión muy equivocada de todo. Me odiaba a mí<br />

mismo y odiaba a todos los que me rodeaban.<br />

Ella permanece en silencio, pero sé, por cómo le tiembla el labio inferior, que se está esforzando<br />

por mantener la compostura.<br />

—Sé que no lo entiendes, poca gente lo hace, pero odiarse a uno mismo es la peor sensación del<br />

mundo, y a eso es a lo que yo tenía que enfrentarme a diario. Sin embargo, eso no excusa todas mis<br />

cagadas. Jamás debería haberte tratado como lo hice, y tenías todo el derecho a dejarme. Sólo espero<br />

que leas el libro entero antes de tomar una decisión. No puedes juzgarlo sin haberlo leído de cabo a<br />

rabo.<br />

—Estoy intentando no juzgar, Hardin, de verdad que no lo hago, pero esto es demasiado. Había<br />

salido de este patrón, y no me esperaba esto, y aún sigo sin poder entenderlo. —Sacude la cabeza<br />

como si estuviera intentando aclarar los rápidos pensamientos que veo que se forman tras esos<br />

bonitos ojos.<br />

—Lo sé, nena. Lo sé. —Cuando cubro su mano con la mía, se encoge. Giro con suavidad su mano<br />

para examinar los arañazos que cubren la piel de su palma—. ¿Estás bien?<br />

Ella asiente y permite que recorra la herida con la yema de mi dedo.<br />

—¿Quién iba a querer leerlo? —dice entonces—. No puedo creer que lo quieran tantas<br />

editoriales. —Aparta la mirada de mí y se centra en la ciudad, que parece moverse a nuestro<br />

alrededor, tan bulliciosa como siempre.<br />

—Mucha gente —contesto, y me encojo de hombros porque es la verdad.

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