AFTER4

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Me estoy poniendo sensiblera y desearía que Robert no fuera tan majo y que Hardin no hubiera venido a pasar el fin de semana a Nueva York. Sin embargo, enseguida me arrepiento de esto último y me gustaría que pudiera quedarse más tiempo. Robert no hace más preguntas y estamos tan liados en el trabajo que no tengo tiempo de pensar en nada que no sea servir comida y bebida hasta la una de la madrugada. Incluso los descansos se me pasan sin enterarme, me dan el tiempo justo para engullir un plato de albóndigas con queso. Cuando llega la hora de cerrar, soy la última en salir. Le aseguro a Robert que estaré bien aunque él se marche pronto para ir de copas con los demás camareros. Tengo la impresión de que, cuando salga del restaurante, me encontraré a Hardin esperándome en la puerta.

CAPÍTULO 69 Tessa He acertado. Ahí está, apoyado en la pared con el falso grafiti de Banksy. —No me habías dicho que Danielle y Sarah eran compañeras de piso. —Eso es lo primero que me dice. Está sonriente, es esa sonrisa que le levanta la nariz de lo amplia que es. —Sí, es un follón. —Meneo con la cabeza y pongo los ojos en blanco—. Y más aún porque ésos no son sus verdaderos nombres, y lo sabes. Hardin se echa a reír. —Qué bueno. ¿Qué probabilidades hay? —Se lleva la mano al pecho y el cuerpo le tiembla de la risa—. Parece cosa de telenovelas. —¿Me lo dices o me lo cuentas? Soy yo la que tiene que vivirlo en directo todos los días. Pobre Landon, deberías haberle visto la cara la noche que quedamos con Sophia y sus compañeras de piso para salir de copas. Casi se cae de la silla. —Es demasiado. —Hardin se parte. —No te rías delante de él. Lo está pasando mal con esas dos. —Ya, ya. Me lo imagino. —Hardin pone los ojos en blanco. Entonces el viento vuelve a soplar con fuerza y su pelo largo vuela alrededor de su cabeza. No puedo evitar señalarlo y echarme a reír. Es mejor que la alternativa: preguntarle a Hardin qué está haciendo en Nueva York. —Creo que me queda mejor así, y las mujeres tienen de donde tirar —bromea, pero sus palabras me atraviesan el corazón. —Ah —digo, pero me río porque no quiero que sepa que la cabeza me da vueltas y me duele el pecho al pensar en otras mujeres tocándolo. —Eh... —Me coge y me da la vuelta para que lo mire, como si estuviéramos solos en la acera—. Era una broma, una broma de mal gusto y sin gracia. —No pasa nada. Estoy bien. —Le sonrío y me coloco un mechón detrás de la oreja. —Puede que seas muy independiente y que no te dé miedo ser amiga de los vagabundos, pero sigues mintiendo de pena —dice. Me ha pillado. Intento mantener el tono ligero de la conversación. —Oye, no hables así de Joe. Es mi amigo. —Le saco la lengua mientras pasamos por delante de una pareja sentada en un banco. Lo bastante alto para que puedan oírlo, Hardin dice: —Cinco pavos a que le mete la mano bajo la falda en menos de dos minutos. Le pego un empujón cariñoso en el hombro y me rodea la cintura con el brazo. —No te pongas muy sobón, ¡o tendrás que responder ante Joe! —Lo miro con las cejas enarcadas

Me estoy poniendo sensiblera y desearía que Robert no fuera tan majo y que Hardin no hubiera<br />

venido a pasar el fin de semana a Nueva York. Sin embargo, enseguida me arrepiento de esto último<br />

y me gustaría que pudiera quedarse más tiempo. Robert no hace más preguntas y estamos tan liados<br />

en el trabajo que no tengo tiempo de pensar en nada que no sea servir comida y bebida hasta la una<br />

de la madrugada. Incluso los descansos se me pasan sin enterarme, me dan el tiempo justo para<br />

engullir un plato de albóndigas con queso.<br />

Cuando llega la hora de cerrar, soy la última en salir. Le aseguro a Robert que estaré bien aunque<br />

él se marche pronto para ir de copas con los demás camareros. Tengo la impresión de que, cuando<br />

salga del restaurante, me encontraré a Hardin esperándome en la puerta.

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