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AFTER4

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—Mierda —repite con una sonrisa.<br />

—Mierda.<br />

Nos echamos a reír sin dejar de mirarnos.<br />

—No es tan raro como pensaba que iba a ser —dice entonces.<br />

Empieza a quitarse el delantal, pero se le atascan los dedos en el nudo.<br />

—¿Te ayudo?<br />

—No —dice demasiado rápido, y da otro tirón a las cintas.<br />

—¿Segura?<br />

Se pelea con el delantal unos minutos más y al final resopla y se vuelve para mostrarme la<br />

espalda. Deshago el nudo en unos segundos mientras ella cuenta el dinero de las propinas en la<br />

encimera.<br />

—¿Por qué no te buscas otras prácticas? Eres más que una camarera.<br />

—No tiene nada de malo ser camarera, y tampoco es mi última parada. No me disgusta y...<br />

—Y no quieres acudir a Vance para que te ayude. —Abre mucho los ojos. Meneo la cabeza y me<br />

echo el pelo hacia atrás—. Actúas como si no te conociera, Tess.<br />

—No es sólo eso. Es que este trabajo es mío. Tendría que pedir muchos favores para<br />

conseguirme unas prácticas aquí, y no voy a estar matriculada en ninguna universidad hasta dentro de<br />

unos meses por lo menos.<br />

—Sophia te ayudó a conseguir este trabajo —señalo. No pretendo ser cruel, pero quiero que me<br />

diga la verdad—. Lo que querías era algo que no tuviera nada que ver conmigo. ¿He acertado?<br />

Respira hondo un par de veces y mira a todas partes menos a mí.<br />

—Sí.<br />

Nos quedamos de pie en la minúscula cocina, en silencio, demasiado cerca y demasiado lejos.<br />

Pasados unos segundos, se endereza, recoge el delantal y el vaso de agua.<br />

—He de irme a la cama. Mañana trabajo todo el día y es muy tarde.<br />

—Llama diciendo que estás enferma —le sugiero como si nada, aunque preferiría ordenárselo.<br />

—No puedo llamar al trabajo y decir que estoy enferma porque sí —miente.<br />

—Claro que puedes.<br />

—No he faltado nunca.<br />

—Sólo llevas allí tres semanas. No has tenido tiempo de faltar, y eso es lo que hacen los<br />

neoyorquinos los sábados. Llaman al trabajo y dicen que están enfermos para pasar el día en buena<br />

compañía.<br />

Una sonrisa juguetona baila en la comisura de sus labios carnosos.<br />

—Y ¿esa buena compañía eres tú?<br />

—Por supuesto —digo, y me señalo el torso con las manos para enfatizarlo.<br />

Me estudia un momento y sé que lo está pensando. Pero al final dice:

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