AFTER4

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—No vamos a ir a esa maldita boda. No después de toda esta mierda. —¿Por qué no? —pregunta Kimberly con ojos cansados. —Por esto —Vance hace un gesto con la mano señalándonos a ella y a mí—, y porque mis dos hijos son más importantes que cualquier boda, y especialmente ésta. No espero que te sientes ahí con una sonrisa en la misma habitación que ella. Kimberly parece sorprendida, pero al menos sus palabras han conseguido aplacarla. Yo me limito a observar y permanezco en silencio. La referencia de Christian a Hardin y a Smith como «sus hijos» por primera vez me ha desconcertado. Hay tantas cosas que me gustaría decirle a este hombre, tantas palabras cargadas de odio que necesito espetarle desesperadamente..., pero sé que no debo hacerlo. Eso no ayudará en nada, y tengo que seguir centrada en descubrir el paradero de Hardin y en cómo se habrá tomado la noticia. —La gente hablará. Especialmente Sasha —responde Kimberly con el ceño fruncido. —Me importa una mierda lo que digan Sasha, Max o quien sea. Que hablen lo que les dé la real gana. Vivimos en Seattle, no en Hampstead. —Hace ademán de cogerla de las manos, y ella permite que las sostenga entre las suyas—. Mi única prioridad ahora mismo es arreglar mis errores —dice Christian con voz temblorosa. La fría animadversión que siento hacia él empieza a flaquear, aunque muy ligeramente. —No deberías haber dejado que Hardin saliera del coche —replica Kimberly, aún con las manos entre las de él. —Tampoco podía impedírselo. Ya sabes cómo es. Y después se me atascó el cinturón y no sabía hacia adónde había ido..., ¡maldita sea! —dice, y Kimberly asiente despacio. Finalmente, siento que ha llegado el momento de intervenir. —¿Adónde crees que ha ido? Si no se presenta en la boda, ¿adónde debería ir a buscarlo? —Yo ya he mirado en los dos bares que sé que están abiertos a estas horas —responde Vance con el ceño fruncido—. Por si acaso. —Su expresión se suaviza cuando me mira—. Sé que no debería haberos separado para decírselo. Ha sido un tremendo error, y sé que tú eres lo que necesita en estos momentos. Incapaz de contestarle nada remotamente amable, me limito a asentir, saco mi teléfono del bolsillo y pruebo a llamar a Hardin una vez más. Sé que tendrá el teléfono desconectado, pero no pierdo nada por intentarlo. Mientras yo llamo, Kimberly y Christian se contemplan en silencio, cogidos de las manos, ambos buscando una señal en los ojos del otro. Cuando cuelgo, él me mira y dice: —La boda empieza dentro de veinte minutos. Puedo llevarte hasta allí ahora si quieres. Kimberly levanta una mano. —Puedo llevarla yo. Tú llévate a Smith y vuelve al hotel. —Pero... —empieza a replicar él, pero al ver la expresión de su rostro, decide no continuar—. Volverás al hotel, ¿verdad? —pregunta con una mirada cargada de temor. —Sí —suspira ella—. No voy a salir del país. El alivio reemplaza el pánico de Christian, que por fin suelta las manos de Kimberly. —Id con cuidado, y llamadme si necesitáis algo. Tienes la dirección de la iglesia, ¿verdad?

—Sí. Dame tus llaves. —Extiende la mano—. Smith se ha quedado dormido, y no quiero despertarlo. Aplaudo en silencio su fortaleza. Si yo fuera ella, estaría hecha polvo. De hecho, estoy hecha polvo por dentro. Menos de diez minutos más tarde, Kimberly me deja delante de una iglesia pequeña. La mayor parte de los invitados ya han entrado, y tan sólo quedan unos cuantos rezagados en los escalones exteriores. Me siento en un banco y observo la calle en busca de alguna señal de Hardin. Desde mi posición oigo que la marcha nupcial empieza a sonar y me imagino a Trish vestida con su traje de novia, recorriendo el pasillo para encontrarse con el novio, sonriendo y radiante, muy guapa. Pero la Trish de mi mente no coincide con la madre que miente respecto a la identidad del padre de su único hijo. Los escalones se vacían y los últimos invitados entran para ver el enlace entre Trish y Mike. Pasan los minutos y puedo oír casi todos los sonidos procedentes del interior del pequeño edificio. Una media hora más tarde, los invitados aplauden y celebran cuando la novia y el novio son declarados marido y mujer, momento que me da pie a marcharme. No sé adónde ir, pero no puedo seguir aquí sentada esperando. Trish saldrá de la iglesia en breve, y lo último que necesito es un incómodo encuentro con la recién casada. Empiezo a dirigirme hacia el lugar por donde hemos venido, o al menos eso creo. No recuerdo exactamente la ruta, pero no tengo ningún sitio adonde ir. Saco el móvil de nuevo y vuelvo a llamar a Hardin. Su teléfono sigue desconectado. Me queda menos de la mitad de la batería y no quiero que se me agote, por si intenta llamarme él. Conforme continúo mi búsqueda, recorriendo sin rumbo el barrio y mirando en bares y restaurantes aquí y allá, el sol empieza a ponerse en el cielo londinense. Debería haberle pedido a Kimberly uno de sus coches de alquiler, pero no pensaba con claridad en ese momento y, además, ella tiene sus propias preocupaciones. El coche de alquiler de Hardin sigue aparcado en Gabriel’s, pero no tengo la llave. La belleza y la gracia de Hampstead disminuyen a cada paso que doy hacia el otro lado de la ciudad. Me duelen los pies y el aire primaveral se va tornando cada vez más frío conforme el sol se oculta. No debería haberme puesto este vestido y estos estúpidos zapatos. De haber sabido lo que iba a suceder, me habría puesto un chándal y unas zapatillas para que me resultara más fácil perseguir a Hardin. En el futuro, si alguna vez voy a alguna parte con él otra vez, ése será mi uniforme estándar. Al cabo de un tiempo, ya no sé si son cosas mías o si la calle por la que camino me resulta familiar de verdad. Está repleta de pequeñas casas, como la de Trish, pero estaba medio dormida cuando llegamos y no me fío mucho de mi mente en estos momentos. Por suerte, las calles están prácticamente vacías, y todos los residentes parecen haberse metido ya en sus casas. De lo contrario, compartir las calles con gente que sale de los bares haría que estuviera todavía más paranoica. Casi me echo a llorar de alivio cuando veo la casa de Trish un poco más adelante. Está anocheciendo, pero las farolas están encendidas y, conforme me aproximo, cada vez estoy más convencida de que es

—Sí. Dame tus llaves. —Extiende la mano—. Smith se ha quedado dormido, y no quiero<br />

despertarlo.<br />

Aplaudo en silencio su fortaleza. Si yo fuera ella, estaría hecha polvo. De hecho, estoy hecha<br />

polvo por dentro.<br />

Menos de diez minutos más tarde, Kimberly me deja delante de una iglesia pequeña. La mayor parte<br />

de los invitados ya han entrado, y tan sólo quedan unos cuantos rezagados en los escalones<br />

exteriores. Me siento en un banco y observo la calle en busca de alguna señal de Hardin.<br />

Desde mi posición oigo que la marcha nupcial empieza a sonar y me imagino a Trish vestida con<br />

su traje de novia, recorriendo el pasillo para encontrarse con el novio, sonriendo y radiante, muy<br />

guapa.<br />

Pero la Trish de mi mente no coincide con la madre que miente respecto a la identidad del padre<br />

de su único hijo. Los escalones se vacían y los últimos invitados entran para ver el enlace entre Trish<br />

y Mike. Pasan los minutos y puedo oír casi todos los sonidos procedentes del interior del pequeño<br />

edificio. Una media hora más tarde, los invitados aplauden y celebran cuando la novia y el novio son<br />

declarados marido y mujer, momento que me da pie a marcharme. No sé adónde ir, pero no puedo<br />

seguir aquí sentada esperando. Trish saldrá de la iglesia en breve, y lo último que necesito es un<br />

incómodo encuentro con la recién casada.<br />

Empiezo a dirigirme hacia el lugar por donde hemos venido, o al menos eso creo. No recuerdo<br />

exactamente la ruta, pero no tengo ningún sitio adonde ir. Saco el móvil de nuevo y vuelvo a llamar a<br />

Hardin. Su teléfono sigue desconectado. Me queda menos de la mitad de la batería y no quiero que se<br />

me agote, por si intenta llamarme él.<br />

Conforme continúo mi búsqueda, recorriendo sin rumbo el barrio y mirando en bares y<br />

restaurantes aquí y allá, el sol empieza a ponerse en el cielo londinense. Debería haberle pedido a<br />

Kimberly uno de sus coches de alquiler, pero no pensaba con claridad en ese momento y, además,<br />

ella tiene sus propias preocupaciones. El coche de alquiler de Hardin sigue aparcado en Gabriel’s,<br />

pero no tengo la llave.<br />

La belleza y la gracia de Hampstead disminuyen a cada paso que doy hacia el otro lado de la<br />

ciudad. Me duelen los pies y el aire primaveral se va tornando cada vez más frío conforme el sol se<br />

oculta. No debería haberme puesto este vestido y estos estúpidos zapatos. De haber sabido lo que iba<br />

a suceder, me habría puesto un chándal y unas zapatillas para que me resultara más fácil perseguir a<br />

Hardin. En el futuro, si alguna vez voy a alguna parte con él otra vez, ése será mi uniforme estándar.<br />

Al cabo de un tiempo, ya no sé si son cosas mías o si la calle por la que camino me resulta<br />

familiar de verdad. Está repleta de pequeñas casas, como la de Trish, pero estaba medio dormida<br />

cuando llegamos y no me fío mucho de mi mente en estos momentos. Por suerte, las calles están<br />

prácticamente vacías, y todos los residentes parecen haberse metido ya en sus casas. De lo contrario,<br />

compartir las calles con gente que sale de los bares haría que estuviera todavía más paranoica. Casi<br />

me echo a llorar de alivio cuando veo la casa de Trish un poco más adelante. Está anocheciendo,<br />

pero las farolas están encendidas y, conforme me aproximo, cada vez estoy más convencida de que es

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