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AFTER4

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—¿Hasta aquí? ¿Qué hora es?<br />

La miro de arriba abajo. Sólo lleva puesta una camiseta. Mi camiseta.<br />

Se da cuenta de que la miro y empieza a tirar del dobladillo hacia abajo para cubrir sus muslos<br />

desnudos.<br />

—Me la he puesto sólo... —comienza a decir, tartamudeando—. Me la he puesto ahora, sólo una<br />

vez —repite, pero lo que dice no tiene sentido.<br />

—Está bien, quiero que te la pongas. Vayamos adentro.<br />

—Me gusta estar aquí fuera —explica en voz baja mirando la oscuridad.<br />

—Hace demasiado frío. Mejor vamos adentro.<br />

Me dispongo a cogerle la mano, pero ella la aparta.<br />

—Vale, vale, si quieres estar aquí fuera, está bien. Pero me quedaré contigo —accedo.<br />

Asiente y se apoya en la barandilla. Le tiemblan las rodillas y está muy pálida.<br />

—¿Qué ha pasado esta noche?<br />

Tessa permanece en silencio, mirando a la nada fijamente. Tras un momento, se vuelve hacia mí.<br />

—¿Alguna vez has sentido que tu vida se ha convertido en una broma enorme?<br />

—Todos los días.<br />

Me encojo de hombros sin estar seguro de adónde demonios lleva esta conversación, aunque odio<br />

la tristeza que veo en sus ojos. Incluso en la oscuridad, la tristeza arde a fuego lento, azul y profundo,<br />

acechando esos ojos brillantes que tanto amo.<br />

—Bueno, pues yo también —añade.<br />

—No, tú eres la positiva aquí. La feliz. El capullo cínico soy yo, no tú.<br />

—Ser feliz es agotador, ¿sabes?<br />

—No, la verdad. —Doy un paso hacia ella—. No soy el típico ejemplo de la felicidad, por si no<br />

te habías dado cuenta —digo intentando animarla, y me concede una sonrisa medio borracha, medio<br />

divertida.<br />

Me gustaría que me contara qué le pasa últimamente. No sé qué puedo hacer por ella, pero esto<br />

es culpa mía, todo esto es culpa mía. La tristeza que hay en su interior es mi carga, no la suya.<br />

Levanta el brazo para apoyarlo en el poste de madera que tiene delante, pero falla y casi se come<br />

la sombrilla adosada a la mesa del porche.<br />

La agarro por el codo para ayudarla a recuperar el equilibrio y empieza a acercarse a mí.<br />

—¿Podemos entrar ya? —digo—. Necesitas dormir todo el vino que has bebido.<br />

—No recuerdo haberme quedado dormida.<br />

—Lo más probable es que hayas perdido la conciencia, no que te hayas dormido —repongo, y<br />

señalo la botella rota en el suelo.<br />

—No intentes reñirme —me espeta al tiempo que se aparta.<br />

—No lo hago.

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