AFTER4
Diez largos minutos después, me ha mostrado con detalle todo cuanto ya sabía. Sabía cuál sería su conclusión. Lo supe en cuanto me fui de su consulta hace menos de tres semanas. Mientras me visto, sus palabras se repiten como un eco en mi cabeza. «No es imposible, pero sí bastante improbable.» «Hay otras opciones, mucha gente elige la vía de la adopción.» «Todavía eres muy joven. Con los años, tú y tu pareja podréis estudiar las mejores opciones para ti.» «Lo siento, Theresa.» Sin pensar, marco el número de Hardin de camino al coche. El buzón de voz salta tres veces antes de que me obligue a guardar el móvil. Ahora mismo no lo necesito, ni a él ni a nadie. Puedo lidiar con esto sola. Ya lo sabía. Ya me había enfrentado a esto mentalmente y se había acabado. No importa que Hardin no haya cogido el teléfono. Estoy bien. ¿A quién le importa si no puedo quedarme embarazada? Sólo tengo diecinueve años y, de todos modos, el resto de los planes que tenía se han ido a pique. Sólo debo asimilar que esta última parte de mi plan perfecto también se ha ido al garete. El trayecto de vuelta a casa de Kimberly es largo porque hay mucho tráfico. Odio conducir, lo tengo claro. Odio a la gente que se enfada al volante. Odio cómo llueve siempre aquí. Odio la música a todo volumen que ponen algunas chicas con las ventanillas bajadas incluso lloviendo. «¡Subid las ventanillas!» Odio la forma en la que intento seguir siendo positiva y no volverme la patética Tessa que era la semana pasada. Odio que sea tan difícil pensar en nada excepto en que mi cuerpo me ha traicionado de la forma más definitiva e íntima. Nací así, dice el doctor West. Claro que sí. Igual que mi madre, no importa lo perfecta que intente ser, nunca sucederá. Pero hay algo bueno, al menos: de este modo no pasaré ninguno de sus genes a un hijo. Supongo que no puedo culpar a mi madre por mi útero defectuoso, pero quiero hacerlo. Quiero culpar a algo o a alguien, aunque no puedo. Así funciona el mundo: si deseas algo con todas tus fuerzas, te lo arrebatan y lo ponen lejos de tu alcance. Igual que ha sucedido con Hardin. Ni Hardin ni bebés. Los dos conceptos no se habrían juntado nunca de todas formas, aunque estuvo bien fingir que podía disfrutar del lujo de tenerlos a ambos. Al entrar en casa de Christian me alivia ver que no hay nadie. Sin mirar el móvil, me desnudo y me meto en la ducha. No sé cuánto tiempo paso allí dentro, viendo el agua colarse por el desagüe una y otra vez. Ya está fría cuando por fin salgo y me visto con una camiseta de Hardin que me metió en mi bolsa cuando me echó en Londres. Estoy acostada aquí ahora, en esta cama vacía, y justo cuando empezaba a desear que Kimberly estuviera en casa, recibo un mensaje suyo diciendo que ella y Christian van a pasar la noche en el centro de la ciudad y que Smith se quedará con la canguro. Tengo toda la casa para mí sola y nada
que hacer, nadie con quien hablar. Nadie ahora, y ni siquiera un bebé en algún momento al que querer y cuidar. No dejo de compadecerme a mí misma y sé que es ridículo, pero no puedo evitarlo. «Bebe un poco de vino y alquila una peli, ¡invitamos nosotros!», contesta Kimberly a mi mensaje de que disfruten de la noche. Mi teléfono empieza a sonar en cuanto le mando un sms dándole las gracias. El número de Hardin parpadea en la pantalla y me debato entre cogerlo o no. Para cuando llego a la nevera del vino en la cocina, la llamada se ha desviado al buzón de voz y yo he comprado una entrada para la Fiesta de la Pena. Una botella de vino más tarde, estoy en el salón en mitad de una peli de acción malísima que he alquilado sobre un marine que se convierte en niñera y luego en cazador de alienígenas. Parecía la única película de la lista que no tenía nada que ver con amor, bebés, ni nada feliz. ¿Cuándo me he vuelto tan deprimente? Le doy otro sorbo al vino directamente de la botella. He abandonado la copa hace unas cinco explosiones de nave espacial. El teléfono vuelve a sonar y, esta vez, al mirar la pantalla mis dedos borrachos responden por mí sin querer.
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que hacer, nadie con quien hablar. Nadie ahora, y ni siquiera un bebé en algún momento al que querer<br />
y cuidar.<br />
No dejo de compadecerme a mí misma y sé que es ridículo, pero no puedo evitarlo.<br />
«Bebe un poco de vino y alquila una peli, ¡invitamos nosotros!», contesta Kimberly a mi mensaje<br />
de que disfruten de la noche.<br />
Mi teléfono empieza a sonar en cuanto le mando un sms dándole las gracias. El número de Hardin<br />
parpadea en la pantalla y me debato entre cogerlo o no.<br />
Para cuando llego a la nevera del vino en la cocina, la llamada se ha desviado al buzón de voz y<br />
yo he comprado una entrada para la Fiesta de la Pena.<br />
Una botella de vino más tarde, estoy en el salón en mitad de una peli de acción malísima que he<br />
alquilado sobre un marine que se convierte en niñera y luego en cazador de alienígenas. Parecía la<br />
única película de la lista que no tenía nada que ver con amor, bebés, ni nada feliz.<br />
¿Cuándo me he vuelto tan deprimente? Le doy otro sorbo al vino directamente de la botella. He<br />
abandonado la copa hace unas cinco explosiones de nave espacial.<br />
El teléfono vuelve a sonar y, esta vez, al mirar la pantalla mis dedos borrachos responden por mí<br />
sin querer.