AFTER4
Luego estaba el hombre que dejó a su esposa después de veinte años por una mujer que tenía la mitad de su edad para acabar enterándose de que era su sobrina nieta. Puaj. (Sí, siguieron juntos.) Una chica que se acostaba con su profesor de universidad y presumió de ello hablando con la mujer que le hacía la manicura, quien —sorpresa— resultó ser la esposa del profesor. La chica suspendió ese trimestre. El hombre que se casó con una francesa sexi que conoció en el súper y luego se enteró de que no era francesa. Era de Detroit y una estafadora bastante convincente. La mujer que, durante un año, engañó a su marido con un hombre que había conocido en internet. Cuando al final lo vio en persona, se llevó una buena sorpresa cuando resultó ser su propio marido. No puede ser que una mujer pillara a su marido acostándose con su hermana, luego con su madre y después con la abogada de su divorcio. No es posible que entonces lo persiguiera por todo el bufete de abogados lanzándole los zapatos de tacón a la cabeza mientras él corría, sin pantalones, por los pasillos. Me estoy riendo, me río con todas mis fuerzas ahora mismo, Kimberly se agarra la barriga y asegura que vio al hombre días más tarde con la marca del tacón de su futura exmujer brillando en el centro de la frente. —¡No es broma! ¡Menudo follón! ¡Y lo mejor de todo es que ahora han vuelto a casarse! Golpea con la mano en la encimera y yo sacudo la cabeza al oír el volumen de su voz ahora que está borracha. Me alegro de ver que Smith se ha ido arriba y ha dejado a las dos mujeres escandalosas bebiendo vino solas; si no me sentiría mal por confundirlo con nuestras risas a costa de las desgracias ajenas. —Los hombres son gilipollas —dice entonces Kimberly—. Todos y cada uno de ellos. —Y hace chocar su copa de vino, que ha rellenado, con la mía vacía—. Pero, la verdad sea dicha, las mujeres también son gilipollas, así que, la única manera de que funcione es encontrar a un gilipollas al que puedas soportar. Uno que haga que tú seas un poco menos gilipollas. Christian elige ese momento para entrar en la cocina. —Toda esta charla sobre los gilipollas se oye desde el vestíbulo. Se me había olvidado que estaba en la casa. Me cuesta un poco darme cuenta de que va en silla de ruedas. Me oigo a mí misma lanzar un gritito ahogado y Kimberly me mira con una sonrisilla en los labios. —Se pondrá bien —me asegura. Él le sonríe a su prometida y ella se revuelve un poco como siempre que la mira así. Eso me sorprende. Sabía que iba a perdonarlo, lo que no sabía es que ya lo hubiera hecho o que pudiera parecer tan contenta mientras lo hacía. —Lo siento. —Ella le sonríe a su vez y se acerca a él, y Christian busca sus labios y la atrae a su regazo. Hace un gesto de dolor cuando el muslo de ella se apoya en la pierna herida y de inmediato Kim se coloca sobre la otra pierna. —Parece peor de lo que es —me dice él cuando ve que mis ojos van una y otra vez de la silla a la piel quemada de su pierna.
—Es verdad. Se está aprovechando totalmente de la situación —lo chincha Kimberly mientras le da un toquecito en el hoyuelo de la mejilla izquierda. Aparto la mirada. —¿Has venido sola? —pregunta Vance ignorando la mirada que Kim le dirige cuando le muerde el dedo. No puedo dejar de mirarlos, aunque sepa que no voy a estar en su lugar en un futuro próximo, o tal vez nunca. —Sí. Hardin ha vuelto a casa de su... —me interrumpo para corregirme— a casa de Ken. Christian parece decepcionado, y Kimberly ya no lo mira, pero yo siento que el agujero en mi interior que había estado tapado durante la última hora comienza a abrirse de nuevo al mencionar a Hardin. —¿Cómo está? Me gustaría mucho que contestara a mis llamadas..., ese pequeño gilipollas... — murmura Christian. Culparé al vino, pero le suelto: —Tiene muchas cosas de las que preocuparse ahora mismo. —La dureza de mi tono es evidente, y al instante me siento como una idiota—. Lo siento, no pretendía que sonara así. Sólo sé que hay muchas cosas que le preocupan en este momento. No pretendía ser brusca. Decido ignorar la sonrisita que distingo en la cara de Kimberly al ver que defiendo a Hardin. Christian sacude la cabeza y se ríe. —No pasa nada. Me lo merezco todo. Lo sé. Sólo quiero hablar con él, pero también sé que ya vendrá cuando esté listo. Las voy a dejar, señoritas, sólo quería ver a qué venían tantas risas y chillidos. Espero que no fuera todo a costa mía. Después de eso, besa a Kimberly, con rapidez pero con ternura, y dirige su silla afuera de la cocina. Extiendo la copa hacia ella, pidiendo que me la rellene. —Un momento, ¿eso significa que ya no vas a trabajar conmigo? —pregunta Kimberly—. ¡No puedes dejarme con todas esas mujeres malvadas! Eres la única a la que puedo soportar, además de a la nueva novia de Trevor. —¿Trevor tiene novia? Doy un sorbo al vino frío. Kimberly tenía razón: el vino y las risas me están ayudando. Siento que estoy sacando la cabeza del cascarón, intentando volver a la vida, y con cada chiste y cada historia absurda me parece un poco más fácil. —¡Sí! ¡La pelirroja! Ya sabes, la que nos lleva lo de los medios sociales. Intento situar a la mujer, pero no veo más allá del vino danzando en mi cabeza. —No la conozco; ¿cuánto llevan saliendo? —Tan sólo unas semanas. Pero ¿sabes qué? —Los ojos de Kim se iluminan con lo que más le gusta, los cotilleos de oficina—. Christian los oyó cuando estaban juntos un día. Doy otro sorbo de vino, esperando a que se explique. —Pero muy juntos... O sea, ¡que se lo estaban montando en su oficina! Y lo más increíble son las cosas que oyó... —Se interrumpe un momento para reírse—. Son unos pervertidos. Quiero decir,
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Luego estaba el hombre que dejó a su esposa después de veinte años por una mujer que tenía la<br />
mitad de su edad para acabar enterándose de que era su sobrina nieta. Puaj. (Sí, siguieron juntos.)<br />
Una chica que se acostaba con su profesor de universidad y presumió de ello hablando con la<br />
mujer que le hacía la manicura, quien —sorpresa— resultó ser la esposa del profesor. La chica<br />
suspendió ese trimestre.<br />
El hombre que se casó con una francesa sexi que conoció en el súper y luego se enteró de que no<br />
era francesa. Era de Detroit y una estafadora bastante convincente.<br />
La mujer que, durante un año, engañó a su marido con un hombre que había conocido en internet.<br />
Cuando al final lo vio en persona, se llevó una buena sorpresa cuando resultó ser su propio marido.<br />
No puede ser que una mujer pillara a su marido acostándose con su hermana, luego con su madre<br />
y después con la abogada de su divorcio. No es posible que entonces lo persiguiera por todo el<br />
bufete de abogados lanzándole los zapatos de tacón a la cabeza mientras él corría, sin pantalones, por<br />
los pasillos.<br />
Me estoy riendo, me río con todas mis fuerzas ahora mismo, Kimberly se agarra la barriga y<br />
asegura que vio al hombre días más tarde con la marca del tacón de su futura exmujer brillando en el<br />
centro de la frente.<br />
—¡No es broma! ¡Menudo follón! ¡Y lo mejor de todo es que ahora han vuelto a casarse!<br />
Golpea con la mano en la encimera y yo sacudo la cabeza al oír el volumen de su voz ahora que<br />
está borracha. Me alegro de ver que Smith se ha ido arriba y ha dejado a las dos mujeres<br />
escandalosas bebiendo vino solas; si no me sentiría mal por confundirlo con nuestras risas a costa de<br />
las desgracias ajenas.<br />
—Los hombres son gilipollas —dice entonces Kimberly—. Todos y cada uno de ellos. —Y hace<br />
chocar su copa de vino, que ha rellenado, con la mía vacía—. Pero, la verdad sea dicha, las mujeres<br />
también son gilipollas, así que, la única manera de que funcione es encontrar a un gilipollas al que<br />
puedas soportar. Uno que haga que tú seas un poco menos gilipollas.<br />
Christian elige ese momento para entrar en la cocina.<br />
—Toda esta charla sobre los gilipollas se oye desde el vestíbulo.<br />
Se me había olvidado que estaba en la casa. Me cuesta un poco darme cuenta de que va en silla<br />
de ruedas. Me oigo a mí misma lanzar un gritito ahogado y Kimberly me mira con una sonrisilla en<br />
los labios.<br />
—Se pondrá bien —me asegura.<br />
Él le sonríe a su prometida y ella se revuelve un poco como siempre que la mira así. Eso me<br />
sorprende. Sabía que iba a perdonarlo, lo que no sabía es que ya lo hubiera hecho o que pudiera<br />
parecer tan contenta mientras lo hacía.<br />
—Lo siento. —Ella le sonríe a su vez y se acerca a él, y Christian busca sus labios y la atrae a su<br />
regazo.<br />
Hace un gesto de dolor cuando el muslo de ella se apoya en la pierna herida y de inmediato Kim<br />
se coloca sobre la otra pierna.<br />
—Parece peor de lo que es —me dice él cuando ve que mis ojos van una y otra vez de la silla a<br />
la piel quemada de su pierna.