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AFTER4

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CAPÍTULO 35<br />

Hardin<br />

—Hardin, por favor, tengo que arreglarme —había protestado Tessa contra mi pecho un día.<br />

Su cuerpo desnudo estaba encima de mí, captando la atención de todas las neuronas que me<br />

quedan.<br />

—No cuela, nena. Si de verdad quisieras irte, ya estarías fuera de la cama. —Pegué los labios<br />

contra la parte trasera de su oreja y ella forcejeó conmigo—. Y desde luego no estarías restregándote<br />

contra mi polla ahora mismo.<br />

Ella soltó unas risitas y se deslizó sobre mí para rozar deliberadamente mi erección.<br />

—Ya lo has conseguido —gruñí agarrándola de sus voluptuosas caderas—. Ahora sí que no vas<br />

a llegar nunca a clase. —Deslicé los dedos hasta su parte delantera y los hundí en ella mientras<br />

sofocaba un grito.<br />

Joder, me encantaba sentir sus músculos y su calor alrededor de mis dedos, y mucho más<br />

alrededor de mi polla.<br />

Sin mediar palabra, se puso de lado y me envolvió con la mano, sacudiéndola lentamente. Su<br />

pulgar se deslizó por la perla de humedad que ya estaba presente y que traicionaba la fría expresión<br />

de mi rostro mientras ella suplicaba más.<br />

—¿Más qué? —la provocaba yo, esperando que mordiera el anzuelo.<br />

Lo hiciera o no, sabía lo que vendría después, pero me encantaba oírselo decir.<br />

Sus deseos se volvían más sustanciales, más tangibles, cuando los decía en voz alta. Su manera<br />

de gemir y sollozar por mí era más que una satisfacción o una súplica lujuriosa. Sus palabras<br />

significaban que confiaba en mí; los movimientos de su cuerpo sellaban su lealtad hacia mí, y la<br />

promesa de su amor por mí me llenaba el cuerpo y la mente.<br />

Estaba totalmente poseído por ella, incluso cuando me comportaba de manera deshonesta. Y esa<br />

vez no era una excepción.<br />

La había forzado a pronunciar las palabras que yo quería. Las palabras que necesitaba.<br />

—Dímelo, Tessa.<br />

—Más de todo. Quiero... quiero todo tu ser —gemía deslizando los labios por mi pecho mientras<br />

yo le levantaba uno de sus muslos para envolver el mío con él.<br />

En esa postura era más difícil, pero mucho más profundo, y podía verla mejor. Podía ver lo que<br />

sólo yo podía hacerle, y me deleitaba en el modo en que su boca se abría cuando se corría y gritaba<br />

sólo mi nombre.<br />

«Ya tienes todo mi ser», debería haberle contestado. Pero en lugar de hacerlo, alargué el brazo y<br />

saqué un condón de la mesilla de noche, me lo puse y me hundí entre sus piernas. Su gemido de<br />

satisfacción estuvo a punto de hacerme estallar en ese mismo instante, pero conseguí contenerme el

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