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AFTER4

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Él tiene ventaja en esta ocasión. Se crio en esta calle; conoce la zona, y yo no. Miro en el salón y<br />

después en la cocina. Me asomo por la ventana y me doy cuenta de que soy yo quien tiene la ventaja,<br />

no él. Me sorprende que no se le haya ocurrido a él mismo. Puede que conozca este lugar, pero yo<br />

conozco a mi Tessa, y sé perfectamente dónde está.<br />

La lluvia sigue cayendo con fuerza cuando bajo los escalones del porche trasero a toda prisa y<br />

atravieso el césped hasta el pequeño invernadero que hay en un rincón, oculto tras un grupo de<br />

árboles sacudidos por el viento. La puerta de tela metálica está abierta, lo que confirma que mi<br />

instinto no se equivocaba.<br />

Encuentro a Tessa acurrucada en el suelo, con los vaqueros y sus pies descalzos llenos de barro.<br />

Tiene las rodillas pegadas al pecho, y se cubre los oídos con manos temblorosas. Es desgarrador ver<br />

a esta chica tan fuerte, mi chica, reducida a una sombra. El pequeño invernadero está plagado de<br />

macetas secas. Es evidente que nadie ha entrado aquí desde que Tessa se fue de casa. Unas grietas en<br />

el techo permiten que el agua se filtre en algunos puntos aquí y allá.<br />

No digo nada, pero no quiero asustarla, y espero que oiga el chapoteo de mis botas contra el<br />

barro que cubre el suelo. Cuando vuelvo a mirar, veo que no hay ningún suelo. Eso explica todo este<br />

barro. Le aparto las manos de las orejas y me agacho para obligarla a mirarme a los ojos. Forcejea<br />

como un animal acorralado. Me alejo un poco ante su reacción, pero no la suelto.<br />

Las hunde en el barro y usa las piernas para darme patadas. En cuanto le libero las muñecas, se<br />

tapa los oídos de nuevo y un horrible gimoteo escapa de sus labios carnosos.<br />

—Necesito silencio —suplica meciéndose con lentitud hacia adelante y hacia atrás.<br />

Tengo muchas cosas que decirle con la esperanza de que me escuche y deje de encerrarse en sí<br />

misma, pero con sólo una mirada a sus ojos desesperados me quedo sin palabras.<br />

Si lo que quiere es silencio, se lo concederé. Joder, en estos momentos le daré todo lo que quiera<br />

con tal de que no me obligue a marcharme.<br />

De modo que me aproximo más a ella y nos quedamos sentados en el suelo embarrado del viejo<br />

invernadero. El lugar en el que solía esconderse de su padre, el lugar que está usando ahora para<br />

esconderse del mundo, para esconderse de mí.<br />

Nos quedamos aquí sentados mientras la lluvia golpea el techo de cristal. Nos quedamos aquí<br />

sentados mientras sus gimoteos se transforman en silenciosos sollozos y se queda mirando el espacio<br />

vacío que tiene delante, y nos quedamos aquí, sentados en silencio, con mis manos sobre los<br />

pequeños dedos que cubren sus oídos para aislarla del ruido que nos envuelve, para proporcionarle<br />

el silencio que necesita.

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