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AFTER4

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arrastrara.<br />

¿Quién es la persona que está aquí sentada conmigo? No lo conozco, y no sabe de qué está<br />

hablando. ¿Debería hablar sobre mi padre? ¿Quién demonios es él para venir aquí y actuar como si<br />

se preocupara por mí, como si pudiera ayudarme? No necesito ayuda. Necesito silencio.<br />

—No quiero que estés aquí —digo.<br />

—Sí que quieres. Sólo estás furiosa conmigo porque he sido un gilipollas y la he cagado.<br />

El dolor que debería sentir no está. No siento nada. Ni siquiera cuando las imágenes de su mano<br />

sobre mi muslo siempre que íbamos en su coche, de sus labios deslizándose suavemente por los<br />

míos, y de mis dedos hundiéndose en su espesa melena invaden mi mente. Nada.<br />

No siento nada cuando los recuerdos agradables dan paso al de su puño golpeando la pared de<br />

yeso y al de esa chica con su camiseta puesta. Se acostó con ella hace tan sólo unos días. Nada. No<br />

siento nada, y es agradable dejar de sentir por fin, poder controlar mis emociones. Mientras miro la<br />

pared, me doy cuenta de que no tengo que sentir nada que no quiera sentir. Puedo olvidarme de todo y<br />

no permitir jamás que los recuerdos vuelvan a destrozarme.<br />

—No lo estoy. —No explico mis palabras, y él intenta tocarme de nuevo.<br />

No me aparto. Me muerdo la mejilla y quiero volver a gritar, pero no deseo darle esa<br />

satisfacción. La inmensa calma que transmiten sus dedos a los míos demuestra lo débil que soy, justo<br />

después de haberme sumido en un estado de perfecta insensibilidad.<br />

—Siento lo de Richard, sé que...<br />

—No. —Aparto la mano—. No tienes derecho a hacer esto. No tienes derecho a venir aquí y<br />

fingir que quieres ayudarme cuando has sido tú el que más daño me ha hecho. No voy a volver a<br />

repetírtelo. —Sé que mi voz suena monótona, tan poco convincente y tan vacía como me siento por<br />

dentro—. Vete.<br />

Me duele la garganta de hablar tanto; no quiero hablar más. Lo único que quiero es que se marche<br />

y me deje sola. De nuevo me centro en la pared e impido que mi cabeza me torture con imágenes del<br />

cadáver de mi padre. Todo me trastorna, altera mi mente y amenaza con arrebatarme la poca cordura<br />

que me queda. Estoy lamentando dos muertes, y eso está acabando conmigo.<br />

El dolor no tiene la más mínima compasión: reclama la carne prometida, gramo por gramo, y no<br />

parará hasta que no quede nada más de ti que una débil sombra de lo que fuiste. La traición y el<br />

rechazo duelen, pero nada puede compararse con el dolor de estar vacía. Nada duele más que no<br />

sentir dolor, y el hecho de que eso no tenga sentido y a la vez tenga todo el sentido del mundo me<br />

convence de que me estoy volviendo loca.<br />

Pero lo cierto es que no me importa.<br />

—¿Quieres que te traiga algo de comer?<br />

«¿Es que no me ha oído? ¿No entiende que no quiero que esté aquí?» Es imposible pensar que no<br />

pueda oír el caos que reina en mi mente.<br />

—Tessa —insiste al ver que no respondo.<br />

Necesito que se aleje de mí. No quiero mirarlo a los ojos, no quiero oír más promesas que<br />

romperá cuando empiece a dejar que el odio hacia sí mismo se apodere de él otra vez.<br />

Me arde muchísimo la garganta, pero grito el nombre de la persona que de verdad se preocupa

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