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Relato ganador del I Certamen de relato corto "Fuente de La Guancha", organizado por la Biblioteca Pública-Escolar La Guancha, La Guancha (S/C de Tenerife, España)
Relato ganador del I Certamen de relato corto "Fuente de La Guancha", organizado por la Biblioteca Pública-Escolar La Guancha, La Guancha (S/C de Tenerife, España)
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Amanda Martín Díaz<br />
Relato Ganador del I Certamen de Relato Corto “Fuente de La Guancha”
Relato Ganador del I Certamen de Relato Corto<br />
“Fuente de La Guancha”
Diseño de Portada:<br />
Yamira G. Expósito García<br />
Imagen de Portada:<br />
Ado Ceric<br />
Autora:<br />
Amanda Martín Díaz<br />
Publica:<br />
Biblioteca Pública – Escolar La Guancha<br />
Esta publicación es de distribución libre y gratuita.<br />
Si estás pagando por ella, has sido victima de una<br />
estafa.
Amanda Martín Díaz<br />
Publicaciones Biblioteca Pública – Escolar La Guancha<br />
“40 Aniversario”
It (1990)
PRÓLOGO<br />
En estos tiempos que vivimos, donde<br />
la fantasía se mezcla con la realidad<br />
tan a menudo, llegamos a confundir<br />
lo que vivimos con los ojos cerrados,<br />
con lo que vivimos con los ojos<br />
abiertos.<br />
Se desdibujan las líneas del sueño y<br />
de la vigilia, para transformar<br />
nuestras más oscuras pesadillas en<br />
realidad.<br />
Es como adentrarnos demasiado en el<br />
mundo onírico de los libros. Historias<br />
encerradas en páginas que nos hacen<br />
vivir sueños propios incumplidos a<br />
través de las palabras, gestos y
acciones de los protagonistas de una<br />
novela de ficción.<br />
No nos encerremos en nosotros<br />
mismos y nos olvidemos de vivir.<br />
Complementemos nuestras propias<br />
historias e inspirémonos para alcanzar<br />
nuestros sueños con ellas, pero<br />
dejemos claro la línea roja que separa<br />
la fantasía de la realidad.<br />
Los libros son amigos, compañeros de<br />
viaje y batallas, que nos enseñan,<br />
sorprenden y revelan. Somos ellos y<br />
nosotros, pero nunca somos uno solo.<br />
Yamira G. Expósito García<br />
Responsable Bibliotecaria<br />
Biblioteca Pública – Escolar La Guancha.
La luz resplandeciente de un<br />
relámpago hace que me evoque de<br />
ese efecto de abstracción que tan<br />
acertadamente causan los buenos<br />
libros con sus historias cautivadoras.<br />
La armonía del Preludio Nº 1 en Do<br />
Mayor de Bach se mezcla con el<br />
repiqueteo constante de las gotas de<br />
lluvia en la ventana. Música y ritmo<br />
que combinan a la perfección con la<br />
casi poesía en prosa de Carlos Ruiz<br />
Zafón en La Sombra del Viento.<br />
Son las seis de la tarde y parece ya<br />
medianoche por culpa de la tormenta<br />
que azota la ciudad desde hace tres<br />
días. Tres días lluviosos y fríos que he
aprovechado para engullir todos los<br />
libros posibles de mi estantería Sin<br />
leer. En ella reposan unos cincuenta<br />
libros apelotonados unos encima de<br />
otros, esperando a ser ingeridos por<br />
la dama devora-páginas por<br />
excelencia, título que me he<br />
designado yo misma por el simple y<br />
llano hecho de vivir en una biblioteca,<br />
literalmente. Nunca he contado todos<br />
los libros que he ido coleccionando a<br />
lo largo de los años, pero tan sólo he<br />
de decir que más de una vez he<br />
temido por mi vida al pensar en la<br />
cantidad de páginas y cubiertas que<br />
podrían caerme encima en cualquier<br />
momento y desde cualquier dirección.
Aunque morir aplastada por mi más<br />
obsesiva pasión tal vez no sea un final<br />
tan cruel. Mejor dicho, morir por la<br />
literatura y la música sí que sería un<br />
final feliz. Vivir por arte y morir por<br />
ello, pienso con una sonrisa burlona<br />
en los labios.<br />
Dejo mis reflexiones homicidas a un<br />
lado al escuchar las primeras notas<br />
del Nocturno Póstumo Nº20 de<br />
Chopin. Entonces, desconecto del<br />
mundo. Durante varios minutos soy<br />
incapaz de concentrarme en otra cosa<br />
que no sea la obra pianística que<br />
cambió mi concepto del<br />
romanticismo, que me ha
acompañado innumerables veces y se<br />
ha convertido en la banda sonora de<br />
gran parte de las historias escondidas<br />
en mis libros.<br />
Me alarmo al escuchar un fuerte<br />
golpe en el pasillo tras sonar la última<br />
nota del arpegio final de la segunda<br />
parte del Nocturno, tan suave y dulce<br />
en comparación al férreo impacto… La<br />
curiosidad me mata y decido ir a<br />
comprobar si el temor de mi vida está<br />
sucediendo de verdad. Acto seguido,<br />
descubro que ninguno de mis<br />
queridas novelas ha caído al suelo. De<br />
hecho, no hay nada que haya podido<br />
provocar ese ruido. Sin embargo,<br />
estoy tan afectada por la interrupción
de una de las obras más relevantes en<br />
mi vida, que prefiero ignorar lo<br />
sucedido y seguir intoxicándome con<br />
la nostalgia y la melancolía que<br />
desprende la pieza hasta el final.<br />
Me acomodo en mi pequeño sillón<br />
reservado para mis largos períodos de<br />
lectura y me distraigo durante unos<br />
minutos con el lento resbalar de las<br />
lágrimas de lluvia por el cristal<br />
mientras disfruto de la magia de<br />
Frédéric. Presto atención a una gota<br />
peculiar que parece tener un destello<br />
pálido, y la miro con especial interés y<br />
curiosidad hasta que descubro el<br />
reflejo de lo que al parecer es un
ostro de ojos profundamente<br />
oscuros. Me quedo paralizada<br />
durante unos segundos,<br />
observándolo. Y desaparece. Ahogo<br />
un grito, y alterada, miro en una<br />
fracción de segundo hacia todas los<br />
rincones de la habitación e incluso<br />
más allá de la ventana. No veo a<br />
nadie. Decido pasar por alto el tempo<br />
prestissimo que mi corazón se ha<br />
dispuesto a marcar, e intento<br />
relajarme. Puede que haya sido<br />
producto de mi imaginación, pienso<br />
para autoconvencerme. Demasiado<br />
real para ser una simple ilusión.<br />
Atravieso el cuarto hacia la puerta, y<br />
con los cinco sentidos en guardia,
avanzo por el pasillo hasta llegar al<br />
salón, junto a la cocina. Todo<br />
permanece en absoluto silencio,<br />
excepto por el lejano resonar del<br />
piano. Me dispongo a hacerme un té<br />
caliente para tranquilizarme bajo la<br />
atenta mirada de cientos de libros<br />
apilados. Regreso a la habitación y<br />
sorbo de la taza procurando en vano<br />
no pensar en nada. Piel pálida,<br />
cadavérica, salpicada de dos<br />
profundas lagunas de negrura y de<br />
labios plomizos y agrietados. Una<br />
mirada imperturbable y sombría que<br />
me observaba en la distancia.<br />
Advierto la sensación de cosquilleo<br />
que provocan los escalofríos
subiéndome por la espalda,<br />
extendiéndose por los brazos y el<br />
cuello. Necesito dormir, razono a la<br />
desesperada. Dejo la taza en la<br />
mesilla de noche, junto al pequeño<br />
tocadiscos aún susurrante, y me<br />
acurruco entre las sábanas, lo<br />
suficientemente conmocionada por lo<br />
sucedido como para olvidarme por<br />
completo de ducharme y cambiarme<br />
de ropa.<br />
Durante horas lucho por<br />
desenmascarar al sueño, oculto tras el<br />
aspecto de aquellos ojos sin pupila,<br />
hasta conseguir que mi cuerpo, así
como mi mente, se relajen. Entonces,<br />
todo se oscurece.<br />
Algo me despierta. Abro los ojos poco<br />
a poco, parpadeando,<br />
seminconsciente, y todo lo que hallo<br />
es la negrura de mi habitación. Siento<br />
un cosquilleo en la oreja derecha que<br />
hace que me despierte un poco más.<br />
Con más atención, me doy cuenta de<br />
que ese cosquilleo es en realidad un<br />
sonido, uno suave y muy familiar. Me<br />
froto los ojos hasta que reconozco ese<br />
rumor suave como la melodía de un<br />
piano. Me paro en seco y presto toda<br />
mi atención en la música. Mi piano,<br />
razono adormilada. Me levanto
despacio de la cama e intento pensar<br />
con rapidez qué puede estar<br />
sucediendo. Lo primero que proyecto<br />
ante mí es la imagen del semblante<br />
lívido y de mirada lúgubre tocando el<br />
piano. ¡Pero eso es imposible!,<br />
considero frustrada a la vez que mi<br />
subconsciente se burla de mí.<br />
Avanzo sigilosamente por el pasillo<br />
como hice horas atrás<br />
concentrándome en el sonido, y no<br />
puedo evitar reconocer el Estudio en<br />
La Menor Opus 25 Nº 11 de Chopin,<br />
“Viento de Invierno”, resonando en<br />
toda la casa tan tranquilo y<br />
misterioso… Aun sabiendo lo que
viene a continuación, mi corazón da<br />
un vuelco cuando comienza<br />
súbitamente el tema principal de la<br />
pieza: fortissimo, dramático e intenso.<br />
Sin darme cuenta, ya estoy a un paso<br />
de doblar la esquina que da al salón,<br />
presidido por el enorme piano de<br />
cola. Me quedo inmóvil hasta que<br />
termine de sonar la obra por respeto<br />
más que por miedo, porque sé lo<br />
horrible que son las interrupciones al<br />
ser músico… ¡¿P-pero qué estoy<br />
haciendo?! ¡Es de madrugada, es mi<br />
casa, es mi piano! ¡Y yo esperando a<br />
que termine de tocar quien quiera<br />
que lo esté haciendo!, me autosermoneo<br />
con frustración. Al sonar el
firme arpegio final, decido que es el<br />
momento y asomo lo justo que me<br />
permita ver y no ser vista. Distingo el<br />
piano, imponente, rodeado de velas<br />
chispeantes colocadas por toda la<br />
estancia. Pero no hay nadie. Las<br />
cuerdas aún mantienen las últimas<br />
notas cada vez más débiles pese a<br />
que nadie sostiene el pedal derecho.<br />
Sin embargo, la música desaparece<br />
por completo, y lo único que se<br />
escucha ahora es el rumor débil del<br />
fuego derritiendo las velas, el<br />
murmullo del viento y la lluvia tras la<br />
ventana… y el eco lejano de un<br />
susurro.
Todos mis músculos se paralizan al<br />
unísono, excepto mi corazón, rebelde<br />
y acelerado. No puedo hacer otra<br />
cosa sino cerrar los ojos con fuerza y<br />
suplicar para no volver escuchar ese<br />
ininteligible y espantoso susurro. El<br />
silencio se impone de nuevo, esta vez<br />
acompañado por mi intento de<br />
respiración calmada, así como del tic<br />
tac del reloj de la cocina, unos metros<br />
más allá. Todo mi cuerpo está en<br />
tensión y mi cabeza piensa a toda<br />
velocidad qué hacer, sin encontrar<br />
solución. Me concentro en el<br />
impaciente repique del reloj, sin<br />
darme cuenta de la suave respiración<br />
que hormiguea a varios centímetros
de mi oreja, que desemboca,<br />
segundos después, en una risa<br />
diabólica e inhumana. Acto seguido,<br />
grito, grito tan fuerte que siento<br />
cómo mi garganta se desgarra, pero<br />
una mano enorme y pálida tapa mi<br />
boca. Intento huir desesperadamente,<br />
pero un brazo me rodea el cuerpo y<br />
soy incapaz de moverme. El pánico<br />
me bloquea y no consigo ver lo que<br />
está pasando ante mis ojos hasta que<br />
se hace evidente: fuego. Todas y cada<br />
una de las velas, tumbadas, derraman<br />
y extienden su fuego por toda la<br />
estancia. Paralizada, veo cómo las<br />
llamas lamen las cubiertas de los<br />
libros y devoran sus páginas, su tinta,
sus historias. Esos libros son mi vida, y<br />
ahora mi vida está siendo destrozada.<br />
No puedo hacer más que luchar en<br />
vano contra los brazos que me<br />
acorralan, además de comprobar a<br />
través de las lágrimas de mis ojos la<br />
destrucción de cientos de obras de<br />
arte.<br />
La vista se vuelve borrosa, rojiza,<br />
brillante, y el ambiente, asfixiante y<br />
abrasador. Apenas puedo respirar, no<br />
sé si por el humo, el pánico o la rabia<br />
creciente de mi pecho. Lucho con<br />
todas mis fuerzas para zafarme y lo<br />
único que obtengo es el roce de algo<br />
frío, afilado y contundente en el
cuello. No consigo escuchar lo que<br />
dice el intruso hasta que me grita<br />
¡Qué te sientes! mientras me empuja<br />
hacia el piano, rodeado de libros en<br />
llamas. La sensación de ese objeto frío<br />
y metálico bajo la barbilla es lo único<br />
que me motiva a hacerle caso. Al<br />
sentarme, me percato de lo húmeda<br />
que tengo la cara de llorar y de lo<br />
mucho que me cuesta respirar. Y pese<br />
a todo, el condenado intruso me<br />
obliga a tocar el piano. Me clava aún<br />
más el cuchillo en el cuello, por lo que<br />
percibo el cálido y lento resbalar de la<br />
sangre por mi pecho. Logro mover los<br />
brazos y los coloco encima de las<br />
teclas, respirando con dificultad y
ogando en silencio que no me mate.<br />
Me concentro y, poco a poco, hago<br />
sonar la Marcha Fúnebre de Chopin,<br />
muy acorde con mis sentimientos.<br />
Respiro despacio y toco con más<br />
tristeza que nunca el primer<br />
fortissimo de la pieza, consciente de<br />
que todo placer obtenido en mi vida a<br />
través de esas historias está siendo<br />
consumido a cenizas. Entonces, al<br />
comenzar la segunda parte, más<br />
dulce, siento cómo el metal se aleja<br />
de mi piel, y lentamente, el individuo<br />
anónimo avanza hacia el epicentro de<br />
la habitación. Con miedo, levanto la<br />
vista hacia sus ojos, y me rencuentro
con esa mirada férrea y oscura<br />
acompañada de una sonrisa gris y<br />
perversa en la que se refleja la<br />
satisfacción y el placer que le provoca<br />
este improvisado concierto,<br />
disfrutando de la música, de mis<br />
lágrimas, del fuego.<br />
Retomo la primera parte de la obra,<br />
tétrica y dramática, cuando percibo el<br />
calor intenso del fuego en mis<br />
piernas, consumiendo mi ropa. Dejo<br />
de tocar y reprimo un alarido de<br />
dolor. No obstante, permito que el<br />
fuego continúe con su misión, y el<br />
dolor asciende por toda mi pierna y<br />
grito y lloro de desesperación, pero
sigo tocando sin saber muy bien por<br />
qué, aunque cada vez con menos<br />
fuerza, cada vez más débil.<br />
El dolor, la asfixia, el calor, las cenizas,<br />
su mirada… Todo se convierte en una<br />
tormenta de tortura, y grito aún más<br />
hasta quedarme sin voz. Entonces,<br />
comienzo a ver destellos en el borde<br />
de los ojos a la vez que nace una<br />
negrura que amenaza con consumir<br />
toda capacidad de visión…<br />
Me levanto, abro los ojos con energía<br />
y me descubro gritando pese al fuerte<br />
dolor en la garganta. Al parecer, estoy<br />
en mi habitación, sobre la cama. Es de
día y aún llueve. Reparo en el aire que<br />
sale una y otra vez por mi boca, así<br />
como en el fuerte latir de mi corazón<br />
que me hace sentir débil y agotada.<br />
De repente, me acuerdo de los libros<br />
en llamas y toda debilidad<br />
desaparece. Corro hacia el salón a<br />
toda prisa y allí, contemplo la luz que<br />
entra por la ventana, la cual se<br />
proyecta en el enorme piano<br />
arropado de libros, libros y más libros.<br />
Mis libros. No puedo evitar sonreír y<br />
gritar de felicidad pese a no tener voz.<br />
¡Ha sido una pesadilla!, pienso con<br />
satisfacción. Respiro para<br />
tranquilizarme del todo a la par que<br />
brotan lágrimas de mis ojos, esta vez
de alegría. Me acerco a cada una de<br />
las paredes y acaricio algunos libros<br />
con cariño, apreciándolos ahora más<br />
que nunca. ¡Todo es perfecto! Me<br />
apresuro a sentarme en la butaca del<br />
piano para tocar algo, ¡lo que sea!, y<br />
al concentrarme me percato de que el<br />
tocadiscos está sonando. Cuando me<br />
desperté estaba apagado… ¿verdad?,<br />
dudo por un momento. Me repito una<br />
y otra vez que son imaginaciones<br />
mías, que mi cerebro me traiciona e<br />
intento recuperar de nuevo la<br />
felicidad de hace unos segundos. Pero<br />
el comienzo súbito del tema principal<br />
de “Viento de Invierno” de Chopin,<br />
fortissimo, dramático e intenso, me
oba toda alegría conseguida. Me<br />
siento desfallecer al recordar aquella<br />
parte de la pesadilla: el Estudio como<br />
preludio a la destructiva ceremonia<br />
ardiente. Y posteriormente, la<br />
introducción del anfitrión de<br />
semblante lívido y mirada lúgubre…<br />
La música desaparece por completo, y<br />
lo único que se escucha ahora es el<br />
débil repiqueteo del tic tac del reloj,<br />
el murmullo del viento y la lluvia tras<br />
la ventana…<br />
Y el eco cercano de un susurro…